20 de marzo de 2014

El pintor más universal de Asturias

"La Monstrua", retratos de la niña obesa Eugenia Martínez Vallejo desnuda y vestida (Prado). 

La compra por el Museo de Bellas Artes, en 1981, del primer retrato de Carreño de Miranda a Carlos II marcó el inicio del retorno de un clásico del arte español del XVII a su tierra natal

Otoño de 1981. El Museo de Bellas Artes de Asturias tiene poco más de un año de historia y, en Madrid, se celebra una subasta de arte muy famosa, El Quexigal, en una finca propiedad de un Hohenloe. La casa encargada es Sotheby's y la dirige un conservador de pintura española de la National Gallery de Londres. En la escalera de la casona se cuelga una de las piezas, un retrato de Carlos II que en la peritación se cataloga como obra del taller de Juan Carreño de Miranda. Enrique Granados, coleccionista, se fija en el cuadro. "¿Tienes 200.000 pesetas?", le dice a un cuñado que lo acompañaba. "Sí, ¿para qué las quieres?", le pregunta el pariente. Y Granados le responde: "Para comprar ese retrato. Si es de Carreño, como imagino, nos forramos y si no lo es ya sólo el marco lo vale". Pagó 600.000 pesetas, lo adquirió y lo llevó a su casa donde comprobó, tras limpiarlo un poco, que era de Carreño. Se lo enseñó al historiador de arte Diego Angulo y éste le comentó a su colega Alfonso Pérez Sánchez: "Acabo de ver un retrato de Carlos II que creo es de Carreño y podría venirles muy bien a esos amigos tuyos de Oviedo".
"La Misa de la Fundación de la Orden Trinitaria" (1666) está considerada la obra maestra de Carreño de Miranda. Se expone en el Museo del Louvre.
"La Misa de la Fundación de la Orden Trinitaria" (1666) está considerada la obra maestra de Carreño de Miranda. Se expone en el Museo del Louvre
Los amigos de Oviedo eran Emilio Marcos Vallaure y José Antonio Fernández Castañón, técnicos responsables del Museo de Bellas Artes de Asturias, quienes desde el mismo momento de asumir su compromiso consideraron prioritario incorporar a la colección al artista asturiano más universal, Carreño de Miranda.

"Salimos inmediatamente para Madrid y, previa aprobación por el patronato de la institución, compramos el cuadro por casi 6 millones de pesetas. En el mercado habría costado unos 25 millones, sin embargo sigue siendo uno de los cuadros más caros del museo. Enrique Granados lo vendió porque estaba obsesionado con una obra de Ribera y le faltaban cinco millones de pesetas", explica Emilio Marcos Vallaure.

A la presentación de la obra en el Museo de Asturias asistió Alfonso Pérez Sánchez, catedrático de Historia del Arte de la Universidad Autónoma de Madrid y el máximo especialista de la pintura española del siglo XVII. La obra era el primer retrato que Juan Carreño de Miranda había pintado de Carlos II, cuando el monarca tenía 10 años. Días después, Pedro Pascual, que entonces dirigía LA NUEVA ESPAÑA, cuestionó en un artículo su autenticidad, atribuyendo su paternidad al taller de Carreño de Miranda. El director del Museo del Prado, Federico Sopeña; el historiador y crítico Francisco Calvo Serraller, el ya citado Pérez Sánchez y los dos responsables del Museo de Asturias fueron algunas de las personalidades que defendieron la autoría de Carreño en artículos. En la subasta, el mal estado de conservación del lienzo impedía ver las inscripciones, pero una vez que se restauró y limpió se podía observar la firma del pintor, la fecha y la edad del rey. "Aquella polémica causó mucho daño al Museo, en un momento en que empezábamos a formar la colección", indica Fernández Castañón. Finalmente, un artículo publicado en una revista de arte por el periodista José María Carrascal, felicitando al museo asturiano por la gran adquisición, cerró el debate. El cuadro se convirtió en un emblema de la institución y en el principio de una cuidada y brillante colección pública de pintura que, con los años, se situó entre las cinco mejores de España.

Juan Carreño de Miranda (¿Avilés/Oviedo?, 1614-Madrid, 1685) tenía 10 años cuando abandonó su tierra natal, y nunca volvió. Su simbólico regreso, convertido en pintor universal y nombre imprescindible de la escuela barroca madrileña, no fue todo lo plácido que su categoría artística merecía.

Hijo de la relación entre Juan Carreño de Miranda, de familia noble pero de modestos recursos, y de Catalina Fernández Bermúdez, que trabajaba como criada, su nacimiento en Avilés, de donde es originaria la familia paterna, nunca ha podido documentarse. Todo hace suponer que los padres no estaban casados porque los Libros de Bautismo de la parroquia madrileña de San Juan registran, entre los años 1633 y 1635, a un Juan Carreño de Miranda, marido de Ana Ibáñez, de la que tuvo al menos dos hijos: Andrés, en 1633, que muere al poco de nacer, y Manuel, en 1635. Y este Carreño no era el pintor porque, en 1639, era "mancevo libre y soltero, no cassado ni despossado, ni a dado palabra de cassamiento a persona alguna -ecepto a María de Medina-, con quien de presente, de su voluntad, se quiere casar".

Lo que los investigadores todavía no han solventado es la filiación de Bernardo, el hermano que Carreño menciona en su testamento, por aquel entonces (1685) en Flandes, sirviendo al Rey en la plaza de capitán de infantería.

Una investigación, realizada por el profesor de la Universidad de Oviedo Javier González Santos, en el año 1986, con motivo del tercer centenario de la muerte del pintor, avanza la hipótesis de que Carreño nació en Oviedo, ciudad en la que residían los padres de su madre, tras encontrar en el Primer Libro de Bautismos de la parroquia de San Juan el Real los datos de un nacimiento que podría ser el del artista, aunque acaecido tres meses después de la fecha que aparece en todos los textos.

Dice así el Libro: "Juan. En beinte y cinco días de junio de mil e seiscientos y catorce años, bautizé a Juan, hijo de Juan de Miranda, estudiante, y de Madalena Díez, soltera. Fueron compadres Miguel Vázquez y Torivia de Bandujo, mis feligreses. Andrés de Valdés".

¿Cómo explicar que el propio pintor, en las declaraciones juradas, declare ser natural del concejo de Carreño o que todos su biógrafos, empezando por Palomino, sitúen el nacimiento del artista en Avilés? El propio González Santos lo explica: "Cuando nuestro pintor declara ser "natural del lugar (o concejo) de Carreño" está aludiendo al solar común de los Carreño, mientras que sus biógrafos, conocedores de la ascendencia y alcurnia de su Casa, detallaron más acerca de su familia, situando su cuna en Avilés, villa en la que tuvieron su mansión los Carreño de Miranda, los Carreño del pintor".

Todo parece indicar que padre e hijo se instalaron en Valladolid cuando este último tenía 10 años, ciudad en la que vivía Andrés Carreño, hermano de su padre y pintor. Según el relato de su primer biógrafo, Antonio Palomino de Castro, que fue amigo y discípulo, el joven Carreño y su padre llegaron a Madrid cuando el pequeño tenía 11 años. "Siendo de vivo ingenio, y naturalmente inclinado a la pintura, contra la voluntad de su padre, quiso aprender el Arte, y se fue a la escuela de Pedro de las Cuevas, donde acudían hijos de padres muy honrados, debaxo de cuya educación aprendió á dibuxar, y continuo en el colorido con Bartolomé Román".

Desde sus primeras obras ("San Antonio de Padua predicando a los peces", 1646, Museo del Prado, o "San Hermenegildo", Museo de Asturias) y como recoge Alfonso Pérez Sanchez en su libro "Pintura barroca en España 1600-1750", se advierte su interés por el colorido suntuoso y la pincelada muelle y vibrante, de origen veneciano-tizianesco y una equilibrada sensualidad ("Magdalena penitente", 1647, Museo de Asturias), que van a ser características suyas junto a una clara preferencia por Van Dyck frente a Rubens.

Se supone que su boda con María de Medina se produce hacia 1639. Su esposa no gustaba demasiado a su padre, según se desprende de la carta que Carreño el Viejo escribe, en 1640, a la madre de Carreño el Joven, publicada por primera vez en el estudio "El "privilegio de los vestidos" de la Casa de Carreño", de Fernando Suárez del Villar, editado por el Museo de Bellas Artes de Asturias en 1985. En la misiva, dice: "... y con ganar dos u tres ducados al día no vastan para enfermedades y galas de su mujer que sin querer yo se caso y no te quiere socorrer aunque se lo dije y tiene obligazion dios le de agradezimiento (...)".

Carreño de Miranda arrastró toda su vida su condición de hijo natural y debió de mostrar escaso afecto a su madre. La carta, que le tilda de hijo "ingrato", demuestra que, en ese año, Catalina Fernández estaba viva pese a que el pintor, en la solicitud de su licencia matrimonial, en 1639, dice que está "difunta".

En 1657 es elegido "Alcalde los hijodalgos de la villa de Avilés" y, al año siguiente, "fiel de la villa de Madrid". En 1658 testifica en las pruebas para la concesión del hábito de Santiago a Velázquez. El autor de "Las Meninas" parecía sentir un gran respeto por su colega asturiano, tanto que es posible que su opinión contara más de lo que se conoce para que Carreño fuera elegido pintor de Cámara.

Comienza su colaboración y amistad con Francisco Rizi. Pinta, al fresco y al temple, en el salón de los espejos de palacio, con Mitelli y Colonna; en el camarín de Atocha; en el ochavo de la catedral de Toledo y en San Antonio de los Alemanes. En 1664 ambos artistas contratan un gran lienzo para el altar de los Trinitarios de Pamplona, del que se conserva un dibujo preparatorio de Rizi. El lienzo definitivo, probablemente su obra maestra, "La Misa de la fundación de la Orden Trinitaria", de 1666, que se expone en el Museo del Louvre, lo firma sólo él. "Muestra cómo el pintor somete la composición inventada por Rizi a un proceso de transformación y depuración sutil, dotándola de una sabiduría espacial, matizada por la luz, que hace de esa obra maestra una fusión armoniosísima de elementos flamencos, venecianos y velazqueños", escribe Pérez Sánchez.

Maestro del retrato, se convirtió en el pintor de moda

A finales de esa década inicia su actividad como retratista y llega a convertirse en el pintor de moda en esa técnica. Destacan, entre otros retratos, el de "Bernabé de Ochoa Cghichentru" (Hispanic Society de Nueva York) o el de la marquesa de Santa Cruz (marqueses de Santa Cruz). En 1669, muerto ya Felipe IV, es nombrado "pintor del rey", iniciando su actividad como retratista regio. En 1671 pasa a ser pintor de cámara, lo que le enemistará con su colaborador y amigo Rizi, que aspiraba al puesto. A través de los pinceles de Carreño se ve crecer a Carlos II. El artista pinta también a la reina madre, Mariana de Austria, con sus vestidos monjiles. Equilibra la severidad de los retratos reales con otros más movidos y vivaces.

Destacan, entre ellos, el del duque de Pastrana (Museo del Prado), el del embajador ruso Potemkin, también del Prado, que podrá verse en los próximos meses en el Museo de Bellas Artes de Asturias, o los dos de "La Monstrua", una niña obesa, en los que se aprecia el respeto y la delicadeza del pintor.

La pintura religiosa, sobre todo con la figura de la Inmaculada Concepción, es otra de sus especialidades. Hizo también retratos en miniatura para joyas y se sabe que cultivó el aguafuerte.

Discreto, humilde, inteligente y bondadoso, y un poco patizambo, todos los investigadores coinciden en destacar que su condición de hijo natural influyó en el rechazo al ofrecimiento de Carlos II de hacerle miembro del hábito de Santiago, como a Velázquez. Según el relato de Palomino, la conversación con el monarca pudo haber sido así:

- Y tú, Carreño, ¿de qué hábito eres?

- Yo, señor, no tengo más hábito que el ser criado de vuestra Magestad.

-Pues ¿por qué no te lo pones?

Intervino entonces el Almirante padre, que estaba presente: "Ya se le pondrá, Señor". "Y pareciéndole á el Almirante que esta era merced redonda, le envió a Carreño una venera muy rica de su hábito, que era de Santiago, diciendo, que ya que se había de poner el hábito, por la merced que su Magestad le había hecho, que se holgaria fuese del suyo".

Carreño, tras agradecer la honra que le hacían, el Almirante y el rey, respondió: "Que la pintura no necesitaba de que nadie le diese honores, que ella era capaz de darlos á todo el mundo".

Al igual que Rizi, Carreño tuvo numerosos discípulos: Cerezo, Cabezalero, Ximénez Donoso, Ruiz de la Iglesia, Ruiz González y Ezquerra, entre otros.

De la importancia de su obra en la historia de la pintura da fe su reparto por todo el mundo. Se guarda en museos de España, de Europa (sobre todo de París, Bruselas, Londres, Cracovia, Moscú y Ucrania), y de América (Estados Unidos y México), así como en palacios, edificios religiosos y hospitalarios españoles, y del coleccionismo privado. En Asturias, además del Museo, las colecciones privadas de Masaveu y del Banco Herrero cuenta con obras suyas.

El 2 de octubre de 1685 Carreño firma su testamento y muere al día siguiente. Es enterrado, según había dispuesto, con el hábito de San Francisco en el convento de San Gil de Madrid.

No hay comentarios:

Publicar un comentario