20 de marzo de 2014

La nobleza del arte
La Feria Europea de Bellas Artes, la Tefaf, acoge en Maastricht las obras de arte y antigüedades más exquisitas
La nobleza del arte
Noticia por  farodevigo.es
Aterrizan los jets y aparcan ala con ala, el espacio escasea. Afuera aguardan los Bentley y los Rolls-Royce para ir a la feria donde desembocan los coleccionistas riquísimos, los que lo son algo menos o son ricos a secas. No sólo. También acuden quienes no pueden comprar nada pero sí disfrutar del espectáculo. Hay que convenir que es de aúpa. Afuera del recinto, el mundo gira como casi siempre, es más o menos bonito como casi nunca. Pero adentro, la ley de la gravedad flaquea y el visitante empieza a flotar (y no por las burbujas del champán).


A esa ingravidez se le suma un ligero mareo ante toda la belleza que se despliega ante unos ojos que en las siguientes horas –aún no lo saben– van a reír y humedecerse, entornarse y salirse de órbita. Afuera huele a invierno. Adentro, un rosetón de cinco metros, hecho con cientos de rosas –no es arte, pero lo tiene–, da la bienvenida a la Tefaf, The European Fine Art Fair, un País de las Maravillas que Alicia no vio, pero que usted, hasta el 24 de marzo, sí puede.

A finales del siglo XVI, Lope de Vega escribió 'El asalto a Mastrique', obra teatral que retrata el asedio y victoria (1579) de los tercios españoles sobre Maastricht. Ahí, en ese capricho de la geografía política, donde Holanda le saca la lengua a Europa, Lope sonríe 400 años más tarde inmortalizado en un lienzo notable que se exhibe en una de las galerías. Inmóvil, el 'Fénix de los Ingenios' observa otro asalto, el que protagonizan los amantes del arte en una cita imprescindible desde hace 27 años. Arte contemporáneo, barroco, de Melanesia, fotografía, escultura griega, romana, tesoros egipcios, relojes, muebles.

Datos. Exhiben 266 galerías, cuatro españolas; otras 5.000 aspiran a hacerlo algún día; 10.000 obras; 73.000 visitantes en el 2013; 30.500 m2, el equivalente a seis campos de fútbol llenos de Canaletto, Guardi, Warhol, Picasso, Goya, joyas, jarrones chinos, cerámica iraní, venus de ayer, hoy y siempre, de mármol, de bronce, de azul metalizado (de serie). Este año hay un Egon Schiele, 'Mutter und Kind I', vale 5,3 millones de euros en la galería W&K de Viena; un Léger, 'Femme couché', 8,5 millones, en la Landau Fine Art de Montreal, que también presenta 'Family Group', escultura de Henry Moore valorada en cuatro millones. La estrella del certamen será un Van Gogh: la galería Dickinson de Londres presenta un 'Moulin de la Galette'... precio a convenir.

Todos los galeristas y coleccionistas consultados lo admiten: no hay feria igual, no sólo por el nivel de sus piezas, sino porque adquiere la categoría de hipermuseo. La Tefaf es lo más alejado de un 'outlet'. Sólo la entrada cuesta 55 euros, y no suele haber gangas, pero tampoco dudas: todo lo que se vende ha sido analizado, su origen y autoría certificados. "El proceso de autentificación es detallado. Las obras pasan un examen", apunta el profesor Benito Navarrete, experto en pintura barroca y único español en el comité de veto del certamen que, durante el montaje, se cerciora de que todo sea auténtico.

El visitante novel debe saber que hay dos momentos sublimes en la Tefaf y ambos suceden en una hora y media. Ese es el tiempo que transcurre entre la apertura oficiosa, en la que Navarrete organiza una visita guiada para que a los periodistas no se los lleve el oleaje de tan extenso océano artístico, y el momento en que los visitantes inundan las calles de moqueta impoluta del recinto ferial. Fifth Avenue, Champs Elysées, Königsallee, Place de la Concorde, Trafalgar Square, Piazza di Spagna, Grote Markt, Rembrandt Plein... La pausa, la armonía y la elegancia se cosifican en los hombres, las mujeres y los niños (emperifollados o no) que van insuflando vida a la feria. Poco antes, los galeristas han dado los últimos retoques a su espacio, nivelado todos los cuadros, escondido las escobas, colocado al milímetro las tarjetas de visita. En el minuto cero hay un momento de paro cardiaco. Es un instante pasajero.

El ambiente es exclusivo, pero no repelente. Los aires aristocráticos de señores con pajaritas de colores se entremezclan con caballeros de trajes estampados, y estos, con jóvenes de zapatillas y vaqueros. Lo que hace única a esta feria de arte no es sólo lo que cuelga de las paredes, reluce sobre las peanas o espera dentro de las vitrinas cerradas (con seguridad privada, por supuesto), sino las gentes que pasean con garbo y el espectáculo que se crea en torno a ellos: los setos con tulipanes frescos, la coreografía de los camareros, la charla de amigos que se reencuentran... Hay coleccionistas que esperan el día de la inauguración con ansia.

El visitante reincidente y observador sabrá de un matrimonio francés que se presenta cada año de la misma guisa. Él, con traje de color orquídea, camisa a juego, pañuelo rosa y sombrero añil. Ella, con traje chaqueta chicle de fresa más o menos ácida y pamela a conjunto.

Caminando por Sunset Boulevard no se oyen las historias de sueños rotos sino conversaciones de enjundia sobre la pintura de Kees van Dongen, el poderío estético de Eliseu Meifrén, el silencio de las fotografías gigantes de Candida Höfer o el simbolismo de una escultura de latón y papel gastado del ghanés El Anatsui en la galería Keitelman.

En el espacio de la Carsten Greve, una mujer de aspecto enigmático, de belleza rara, chaqueta verde lima acabada con un ribete de piel de visón y falda turquesa eléctrico admira un monocromo de Piero Manzoni. ¿Coleccionista? ¿Excéntrica? ¿Artista? Tres síes. Ans Markus es una pintora holandesa que no suele perderse la cita de Maastricht. "Este es el sitio donde te puedes poner este vestido, sólo aquí".
El recinto de la Tefaf es enorme –durante el montaje es habitual desplazarse en bici–, así que cuando el visitante se dispone a caminar, puede acabar recorriendo cinco o seis kilómetros en una mañana. Por eso hay tantos bancos donde observar, conversar y reponer fuerzas comiendo. La feria es especial por muchas cosas, también por el festival culinario que se ofrece gratis a los visitantes el primer día. Cosa de no creer. ¡Hasta las servilletas son de tela! Es muy difícil no caer en la tentación de probar las raciones humeantes, las tapas coloridas. Obritas de arte efímero.

Este es 'El asalto a Mastrique' de Lope, pero en versión manduca: sándwiches de verduras y fiambres finos, bocaditos de pescado rebozado, sopa de pescado al aroma de azafrán, crema de verduras, tempura de pollo, ternera en salsa, bolitas de arroz napadas en vichyssoise. Agua, vinos y zumo. Champán. Antes de los postres desfila una camarera enfundada en un delantal blanco de plástico que va repartiendo ostras. Las abre ante el visitante, espera a que este la saboree y tire la valva en un cesto que la chica lleva consigo.

El vino huele bien, pero no hasta el punto de llegar a buen perfume, aunque tampoco es un drama si una modesta coleccionista china, Lily Choy, derrama la copa de borgoña sobre la americana del visitante. En estos días, los compradores asiáticos, en especial los chinos, son el barómetro del mundo del arte. En el informe que la feria presenta cada año y que elabora la doctora Clare McAndrew, los coleccionistas chinos gastaron un 24% menos que en el año anterior. Ni derraman, ni derrochan.

Hay alemanes, estadounidenses, asiáticos y también rusos. Italianos, franceses y españoles€ aunque muchos menos (e infinitamente más civilizados) que los mercenarios de la pica en Flandes. Eduard Kerner es alemán, pero vive en Cataluña desde hace décadas con su mujer, María Pilar Casado. En el espacio de la galería Henze y Ketterer, de Suiza, admiran una pintura de Karl Schmidt Rotluff. "Vamos buscando un Eric He-ckel. Venimos desde hace muchos años, sobre todo a mirar, pero siempre acabamos picando algo". El matrimonio son coleccionistas, últimamente se han interesado por el arte asiático. Al profesor Kerner le gustan los pintores de Die Brücke; a su mujer le interesan Picasso, Miró, Barceló, Óscar Domínguez, Baselitz€ Su amor por el arte es comparable a su discreción. En España no se puede presumir demasiado de ser coleccionista. "No somos estadounidenses€", sonríe el profesor Kerner.

Tras una ronda rápida con los galeristas españoles que acuden a Tefaf hay que concluir que los compradores hispanos brillan por su ausencia y que Maastricht es una ventana excepcional para "vender, siempre importante, pero también para hacer contactos, conocer a mucha gente en 15 días, eso tiene un valor añadido". Habla Artur Ramon, de la galería homónima de Barcelona, cuarta generación dedicada a esto y especializada en arte en papel. Este año lleva unos cuadros del barroco y el renacentismo italiano. "El mercado español está de capa caída –aporta José Antonio de Urbina, director de la galería Caylus de Madrid–, pero hay instituciones que se interesan y compran arte hispánico como el Meadows Museum de Dallas, o el County de Los Ángeles, la Hispanic Society€".

"Cuando un galerista acude a Tefaf siempre lo hace para acercarse a clientes importantes y vender grandes piezas", declara Nicolás Cortés, de la galería madrileña Coll y Cortés, que abrió espacio hace unos meses en Londres. "Eso nos ha puesto en el mapa del mercado internacional. Hemos llegado a la conclusión de que todos los clientes internacionales viajan a Londres y nunca vienen a España por nuestra legislación y las trabas (administrativas) de la ley de Patrimonio". Deborah Elvira es una galerista atípica, su especialidad son las joyas antiguas y su campo base está en Oropesa (Castellón). También ella cita las trabas: "Ir a Tefaf requiere mucho trabajo: tienes que presentar toda la documentación al Ministerio de Cultura, como el permiso de exportación para una pieza que tenga más de 100 años", ilustra. A veces los permisos llegan a última hora o no llegan. Este año, entre otras piezas, Elvira presenta, en nombre de la República Dominicana, monedas y objetos recuperados de tres bajeles hundidos en los siglos XVII y XVII. "El año pasado fue bien", recuerda.

"Si vendes el 20% de las 40 piezas que presentas, es bastante positivo tal y como está el patio. Hace unos años, claro, lo vendías todo". El galerista pronuncia la palabra mágica que define esta muestra holandesa: "En Maastricht tienes la sensación de vivir en una burbuja ajena a la crisis, donde las cosas, más o menos, siguen funcionando. Vamos a ver este año".

No hay comentarios:

Publicar un comentario