27 de abril de 2014

EXPOSICIÓN

Decálogo de percepciones

Decálogo de percepciones
Decálogo de percepciones                                         laopiniondemurcia.es
El pintor cartagenero Francisco Ñiguez expone una selección de nueve óleos en la nueva sede de la galería Bambara situada en la ciudad portuaria, agrupados bajo el título 'Límite y origen' - La muestra se podrá visitar hasta el 30 de abril.
En el alma de cada individuo existe un trastero difícil de franquear. Un habitáculo sin luz natural repleto de asuntos pendientes, emociones contenidas y de algún secreto inconfesable. Los artistas acceden con frecuencia a su trastienda espiritual para convertir en obras de arte sus pensamientos y sus frustraciones cotidianas. Su intimidad, sin ellos detectarlo, queda de manifiesto en sus creaciones. Tom Spanbauer ha escrito que «nada puede sucederte para lo que no estás preparado». En ocasiones, intentar averiguar el 'secreto' de un artista es más complejo que sentarte a la orilla del mar a esperar que aparezca una sirena plateada.
La obra de Francisco Ñiguez (Cartagena, 1959) rebosa de un particular misterio extremista, consiguiendo en un solo instante atraerte hacia ella o alejarte para siempre. Las posturas valientes se agradecen, porque el pintor, no lo olvidemos, se convierte en el 'padre' de sus obras. Si ante un cuadro de Ñiguez te detienes, es debido a una convulsión visual y emotiva, a una recíproca atracción entre ese 'hijo' y un incrédulo espectador ansioso de innovaciones. No es la suya una pintura de cómoda visibilidad; ante su creación inquietante descubres que cada elemento y figura representados afrontan situaciones anómalas, que podrían referirse a pasajes de la vida del autor, pero aquí nada es lo que parece. Todos los protagonistas (incluido el paisaje) que se adhieren al lienzo y al papel resultan resbaladizos, ausentes€ y se escabullen en laberintos de complejo trazado, pero ahí radica su versatilidad.
Artista y docente
Decía el poeta francés Paul Éluard que «hay otros mundos pero están en éste». El universo pictórico del pintor cartagenero se despliega y difunde en escenarios que podrían acercarse a un enclave surrealista enmascarado de un descolgado realismo con tintes naif. Las criaturas que sobreviven a las intenciones de su autor se prolongan en el cuadro y se convierten en diversos seres a un mismo tiempo. Explica Ñiguez que «los personajes son mi propio ser, de alguna manera puedo confesar que en ellos soy yo mismo, en cada uno se deposita una parte interna de mi existencia, e incluso en los paisajes puedo encontrarme yo también. Cuando pinto creo una atmósfera específica, invento una luz que nos permite transportarnos en el tiempo e incidir sobre el inconsciente colectivo». En el trabajo de este pintor descubres rasgos figurativos con inclusiones de sutil geometría.
En 1984 se licenció en Bellas Artes por la Facultad de San Carlos de Valencia y actualmente ejerce de catedrático de Dibujo de Educación Secundaría en el Instituto Floridablanca y es Profesor Asociado en la Universidad de Murcia. Lleva más de 30 años dedicado a la enseñanza y advierte que se considera pintor «desde siempre, cuando tenía 14 años utilicé por vez primera el óleo para expresarme». Conjuga perfectamente sus labores como padre, profesor y artista. En 1881, cuando contaba con 22 años, llevó a cabo su primera exposición individual, Óleos y dibujos, en la sala de la Casa de la Cultura de Murcia, actual sede del Museo Arqueológico. El meditativo y discreto artista no se prodiga mucho en enseñar su trabajo, pinta sólo cuando su espíritu se lo demanda y es enemigo del impuesto papel de showman que pretenden practicar algunos artífices del arte.
Nueve óleos
En los últimos 33 años sólo ha mostrado en 13 ocasiones su obra de manera individual, y en cinco de ellas ha sido en la galería Bambara de Cartagena, fundada en 1998 por Luis Artés, refinado experto en arte. La galería ha reinaugurado recientemente nuevo espacio expositivo, con la intervención del arquitecto Martín Lejarraga, en el entresuelo de un histórico edificio de finales del siglo XIX, situado en la céntrica calle de San Francisco de la actual Carthago Nova. Y ha sido la exposición Límite y origen -expuesta hasta el 30 de abril-, de Francisco Ñiguez la muestra seleccionada para su apertura, integrada por nueve obras al óleo, cinco sobre lienzo y cuatro sobre papel. «En esta ocasión sólo expongo cuadros realizados con técnica al óleo, a pesar de que casi siempre trabajo con acrílico. He necesitado utilizar el óleo para conseguir efectos plásticos distintos a los que he obtenido hasta ahora, y de esta manera me acerco un poco más a la pintura clásica, aunque no sea ésta mi única intención. Procuro integrar mi iconografía pictórica en un concepto más contemporáneo», puntualiza el entrevistado.
La tarde se diluye entre preguntas dispersas y el director de la galería, Luis Artés, se afana en fotografiar y grabar el encuentro-conversación entre Ñiguez y un servidor. Admito que cada día que pasa voy entendiendo menos el carácter y la actitud de los artistas, después de llevar más de 35 años de mi vida rodeado e interesado por mujeres y hombres dedicados al mundo del arte en sus diferentes facetas. Y el galerista también contribuye a responder a las preguntas dirigidas al pintor: «Las obras de Paco nos sitúan en su intimidad, ese espacio del espíritu (¿Santo?) donde reposan nuestros secretos. La intimidad es el territorio en el que residen las raíces sumergidas de nuestra vida cotidiana». Y ahora es el momento para indicarle a Artés que no encuentro idóneo el cortinaje granate que separa dos zonas de la sala, aunque lo haya decidido el señor arquitecto. A cierta edad, se nos permiten licencias.
Dos palabras
Debo aclarar que el nombre con el que se ha bautizado la exposición de Ñiguez, Límite y origen, ha sido 'robado' del título de un poemario del escritor catalán Joaquín Puig (1914-2012). «Es un libro que me gusta mucho, lo compré en Valencia en los años ochenta, editado por Pre-textos. Y después de mucho reflexionar, creo que en esas don palabras se describen muy bien tanto la vida como el arte», nos indica con prudencia el artista, quien no es partidario de que el propio autor ofrezca demasiadas retóricas sobre su labor creativa, «porque -dice- que la pintura (el cuadro) debe de hablar por sí sola». Este entrevistado escurridizo, pero con sabio criterio, se puede permitir eludir preguntas referentes al uso mercantilista del arte, de los dictámenes del mercado y de otras maniobras de marketing news. Su pintura emite mensajes diluidos, con sobredosis de símbolos y claves perfectamente orquestadas que el propio artista despliega en cada lienzo, con un resultado de índole metafísica.
«El principio en una obra de arte viene a ser la vida que comienza una vez que se ha finalizado el cuadro. Cada persona ante una misma pieza admite que se establezca un diálogo distinto y enriquecedor. El límite es el punto máximo al que podemos llegar. Un pintor hace su trabajo, conociendo sus limitaciones, pero cuando se concluye la pintura se abre hacia otra dimensión que no tiene fin. Admiramos piezas realizadas hace millones de años y debemos tender a crear ese tipo de trabajos, con los que se mantiene vivo un discurso infinito y continuo», nos desvela Ñiguez, que piensa que la melancolía es un estado propicio del ser humano para disponerse a crear. En alguno de sus cuadros la melancolía nos llega codificada a través de una esfera negra, porque en las obras colgadas en Bambara se encierran mensajes ocultos, como en un jeroglífico de signos, trenzado de verdades y de mentiras, de realidades y ficciones. El pintor silencia y lo hace porque sobreentiende que su pintura es narrativa y sus proyectos se convierten en un decálogo de percepciones, de signos instructivos, de melancolías de marinero trasnochador que poco necesita saber de límites y de orígenes. 

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