22 de mayo de 2014

MADRID. HASTA EL 4 DE JULIO

La modernidad en la escultura de Baltasar Lobo se expone en Galería Leandro Navarro

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Baltasar Lobo, Al Sol, 1982
El nombre de Baltasar Lobo (Zamora 1910- París 1993), tildado por Calvo Serraller como “uno de los mejores escultores españoles del siglo XX”, se enmarca de entre los más conocidos e importantes en el seno de la Escuela de París. Sus aportaciones a la escultura moderna son hoy tan apreciadas como lo fueran hace medio siglo, cuando el artista se hallaba en la plenitud de su carrera. Pero ya en décadas anteriores, la obra singular y siempre elegante de Baltasar Lobo había fascinado a coleccionistas de todo el mundo, cruzando fronteras europeas e incluso llegando al  otro lado del Atlántico. Y ello gracias al enorme bagaje de una formación abierta a las nuevas ideas aprendidas sobre todo en Francia.

Iniciado en el dibujo y el modelado en Valladolid, ingresa en Bellas Artes en la Academia de San Fernando de Madrid. Tras el trágico paréntesis de la  Guerra Civil,  se exilia con su mujer en París empujado por la situación de penuria que reinaba en todos los ámbitos de la vida española. En la meca del arte contemporáneo, entra en contacto con Picasso, Julio González y Henri Laures quienes le introducen en el círculo de artistas de Montparnasse. Conoce de primera mano a los grandes protagonistas de la vanguardia histórica que influirán en su obra: Brancusi, Archipenko, Modigliani… y en 1945 hace su primera aparición en público junto a obras de Leger, Picasso y Matisse en la colectiva de la galería Vendome.

A partir de aquí la producción de Lobo en el campo de la escultura en piedra y bronce supone una progresiva contribución a la renovación del lenguaje artístico moderno. Pronto se sintió atraído por la figura humana como principal inspiradora de formas anatómicas reducidas a la línea curva esquemática y la limpieza total de siluetas y volúmenes. En este sentido, algunas de sus obras recuerdan  al británico Henry Moore, aunque en Baltasar Lobo siempre encontramos la impronta ibérica y expresionista que había inaugurado Picasso tiempo atrás. Una huella que perdurará hasta obras tardías como Cabeza de Toro, de 1981.

Esta pieza junto a trece más de distintas épocas componen la bella muestra que nos ofrece ahora la galería Leandro Navarro. Se trata de la cuarta celebrada en esta sala sobre un artista inolvidable a quien con sobrado merecimiento se le rinde hoy pleitesía. Evento que se suma a otros de vital trascendencia como es la apertura del museo Baltasar Lobo en el Castillo de Zamora cerca de Cerecinos de Campos, su pueblo natal.

(Galería Leandro Navarro, c/ Amor de Dios 1, de Madrid. Hasta el 4 de julio)

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