“Soy un pintor más evolucionario que revolucionario”: Santiago Carbonell
Es agnóstico pero lleva la disciplina de un monje: se levanta a las cuatro de la mañana y no para de trabajar sino hasta las tres de la tarde. Un artista, dice, debe parecerse a su obra
ANITZEL DÍAZ
Ciudad de México
Santiago Carbonell comenzó a pintar a los diez años. En 1981 montó su primera exposición, y es considerado precursor del fotorrealismo y un virtuoso de la iconografía realista: el mayor representante de ese género en Latinoamérica.
“Yo empecé como un artista pobre, solitario y sufrido pero en lo que respecta a mi trabajo, la vida me ha tratado bien. Nunca he estado marcado por la desgracia. Tal vez por el abandono o un poquito de incomprensión, ese gusanillo depresor que todos llevamos dentro. Pero, en general, mi vida ha sido muy placentera y mis cuadros, creo, reflejan ese gusto por la paz, por la tranquilidad.
“Pintar era lo único que sabía hacer. Hacía de todo pero mal, era un niño de esos medio gamberros, medio loco, desatento en clase, medio hiperactivo. Y además de ser un niño curioso tenía cosas que decir, por lo que desde muy joven escribía. Hice teatro, dibujaba. No toco la flauta porque en aquel entonces no tenía una en las manos pero si hubiera sido diferente seguro que la toco”.
Trotamundos, ha vivido en Ecuador, España y Estados Unidos hasta afincarse en México. Estudió pintura en Barcelona y formó parte de un grupo de jóvenes influidos por el informalismo, sobre todo por la obra de Antoni Tápies. Su trabajo es realista pero combina elementos del romanticismo.
“Tuve la posibilidad de llegar a México y me enamoré de este país instantáneamente. Me sentía como en casa, muchas veces he dicho que el mapa de México parece un anzuelo. Basta con que lo muerdas para que quedes atrapado. Los primeros años aquí los pasé con la maleta hecha. Ahora ya arreglé mi armario.
“Siempre he pensado que las grandes decisiones te llegan de improviso. Querétaro me eligió a mí. Conocí a una mujer y me enamoré. Además, mi actitud respecto al trabajo siempre ha sido muy calma. Me gustan los espacios pequeños, tranquilos y, sobre todo, la actitud provinciana, reflexiva y siestera”.
Carbonell es un artista con un discurso establecido. Me gusta su pintura, me gusta su persona. Pulcros los dos; obra y persona. Meticuloso y ordenado, casi hiperrealista de no ser por el suspiro de irrealidad que a veces se desprende de la narrativa de la tela. Efectista consumado; puntilloso. Saco prusia, camisa azul, zapatos brillantes, pañuelo rosa y verde: “Considero que un artista debe parecerse a su obra y la obra debe parecerse al artista. No hay cosa más desagradable que esos artistas que hacen cosas que no se parecen a ellos o que quieren ser lo que no son”.
Ya entrados en materia de arte, Carbonell se relaja y muestra su verdadera pasión.
Academicismo, hiperrealismo. Hay un apego a la realidad pero también una narración personal de la realidad.
Mi obra se basa en la observación directa de la realidad. Cuando ves una obra mía, por más realista que sea, jamás puedes confundirla con una imagen fotográfica. La pintura es latente. Soy un pintor de reflexión, más evolucionario que revolucionario, más racional y más científico. Todo está calculado, muy bien pensado. En mis 32 años de pintor han habido muchísimos cuadros malogrados. No obstante, trato de que se vean como acabados, como hechos, como construidos.
Tiziano dijo que el que quiera ser pintor de verdad tiene que dominar el negro y el blanco, el rojo. ¿Qué razón tenía?
Tiziano era un sabio en muchas cosas pero más en su pintura. Me encanta su capacidad de pintar sin dibujar. Y en mi obra, aunque parezca que hay mucho dibujo, hay más pintura que lo otro. Me aburren el lápiz y el carbón. Odio el grabado. La pintura construida a partir de la pintura misma es lo que me gusta. La belleza de la pintura radica en la mayoría de medios tonos que tengas.
En el tratamiento de las telas también se nota el oficio de pintor: los colores, el vestuario, las texturas…
Para mí, la tela es el punto de color. No es lo mismo una figura con un trapo rojo que uno verde; todo se transforma, los contrastes son diferentes.
Los equilibrios dentro de la pintura se hallan en los ropajes. Siempre fueron fundamentales para darles un poco de color sin cambiar; sin dar historia. Digamos que en la escena fueron la parte abstracta de la pintura. Los que organizan el color en la pintura clasicista han sido los trapos y yo también me concentré en eso.
La pintura es latente. No trato de hacer ningún engaño de tipo gráfico ni mediático. Sigue perteneciendo a la tradición más clásica, con más libertades, obviamente, gracias al trabajo que hicieron los pintores modernos.
El desnudo femenino… Hay una búsqueda del movimiento y, por ende, de la sensualidad en los músculos de la espalda, el cuello…
Si hay una anatomía es porque hay una realidad. No te puedes salir de los esquemas naturales; de lo que hay. Me gusta hablar de la mujer y de lo femenino en general. Su posición enhiesta le otorga la calidad de una deidad totémica. Digna de rezos, de adoración, de sacralización. Es un homenaje a lo femenino sin lo sexual. A lo femenino tal cual. A lo femenino en el mundo.
¿Cómo es tu rutina de trabajo?
Soy una especie de monje. Me despierto a maitines, hago todo lo que haría un monje pero sin rezar, porque soy agnóstico y lo otro a mí no me va. Pero mi ritual es casi religioso. Levantarme a las cuatro de la mañana, tomar un desayuno frugal y ponerme a trabajar hasta las tres de la tarde. Y claro, mi siesta en esta ciudad bendita es espectacular.
Tu estudio es tu santuario. ¿Cómo es?
No sé si sea un santuario como tal (porque no está dedicado a ninguna deidad), pero sí te puedo decir que es como un templo. Un templo que no he dejado que se profane. Amanece ordenado pero termina hecho un desastre. Y no es que yo sea muy pulcro sino que tengo una mujer maravillosa que me ayuda a arreglarlo. Las cosas están impecables quizá porque no soy caótico, y eso también refleja un poco lo que ha sido mi vida.
¿Cómo ha cambiado tu obra a través del tiempo?
Ha cambiado junto conmigo, tal vez porque siempre he sentido una grandísima pasión por mi carrera.
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