Espacio Fundación Telefónica presenta una exposición sobre la obra y el mundo de Julio Verne
La curiosidad y el ansia de conocimiento y de aprendizaje de Julio Verne por su entorno llegaron a convertirle en uno de los autores más prolíficos, populares e influyentes de la literatura universal con casi cien obras publicadas.
En ellas, creó un imaginario de gran verosimilitud, gracias a su interés por la ciencia y a su avidez por documentar todo lo que narraba en sus obras. Sus novelas recogieron el espíritu de su tiempo, cartografiaron el mundo conocido y abrieron las puertas a espacios hasta entonces apenas intuidos.
La exposición Julio Verne. Los límites de la imaginación, que puede verse en el Espacio Fundación Telefónica de Madrid desde el 6 de noviembre hasta el 21 de febrero de 2016, disecciona el universo literario verniano y traslada a la realidad las hazañas y aventuras de sus obras a través de veintisiete personajes históricos, que se atrevieron a llevarlas a cabo y fueron pioneros en sus disciplinas a mediados del siglo XIX y comienzos del XX.
La muestra, comisariada por María Santoyo y Miguel A. Delgado, pretende retratar estas fronteras, a veces invisibles, entre ficción y realidad, que en este caso se diluyen y convergen. A partir de una treintena de sus obras más representativas y de los distintos ámbitos en que transcurren sus novelas: la tierra, el aire, el hielo, el agua, el espacio y el tiempo, el visitante recorrerá de la mano de contemporáneos españoles y extranjeros el imaginario plausible de Verne.
El recorrido por la exposición parte del Globo de Monfort, uno de los más antiguos que se conservan y fabricado por uno de los productores de globos terráqueos de nuestro país en el siglo XIX. Se trata de una pieza simbólica en la que Verne se inspiraba para trazar las rutas geográficas de sus novelas. Esta pieza nos introduce en el Gabinete de Verne, su espacio de creación, donde se disecciona la imaginación del autor a través de sus novelas, personajes, seres fantásticos y animales, medios de transporte e ingenios que coparon su obra. En la sección, destacan cinco joyas bibliográficas, entre ellas, la primera edición mundial de Veinte mil leguas de viaje submarino (1869), que por circunstancias históricas, fue española.
Los viajes extraordinarios de Verne buscaban descubrir la Tierra a sus lectores, de ahí el subtítulo de otra secciónLos mundos conocidos y desconocidos. Verne estaba al tanto de las grandes expediciones de su época, un período en el que el imperialismo conducía a lugares tan lejanos e inexplorados como el interior de África. En este apartado, el visitante se topa con la biblioteca de Verne, una selección de libros que el autor manejaba y consultaba para cartografiar sus novelas. Entre ellos, Die Balearen (1869-1891) del archiduque Luis Salvador de Austria, científico que emprendió el estudio exhaustivo de la fauna, la flora y la antropología e historia de las Islas Baleares y que Verne consultó para documentar las localizaciones de las novelas de Clovis Dardentor. O los libros del militar Julio Cervera sobre la “Expedición Río de Oro”, en el Sáhara u otras expediciones de las que formó parte en el Norte de África junto al geólogo Francisco Quiroga. Otra pieza destacada de la sección es una instalación audiovisual con seis proyecciones que reproducen y conceptualizan los fenómenos que los protagonistas de Viaje al centro de la Tierra (1864) encontraron en su periplo: la cueva, teatro de sombras, un volcán o el fuego como luz primigenia.
Julio Verne nace en Nantes en 1828 y, 44 años más tarde, escribe La Vuelta al mundo en ochenta días (1872). En sólo cuatro décadas, se produjo un desarrollo vertiginoso de los medios de transporte, que cambió la concepción del mundo y del tiempo. El desafío imposible de Phileas Fogg de dar la vuelta al mundo se hace posible a mitad del siglo XIX y Verne vuelca en esta novela toda la información disponible sobre el estado mundial de las comunicaciones. Así, este apartado es un homenaje a los viajeros y exploradores de mundo y a todos los escenarios que descubrió Fogg en su reto. En él se exhiben fotografías de época de la Colección Worswick, una de las más importantes del mundo en manos privadas, y también filmaciones de la época del cineasta español Segundo de Chomón, que se inspiró para algunas de sus películas en obras vernianas como Viaje al centro de la Tierra (1909). La figura del trotamundos está también representada por Nellie Bly, la periodista norteamericana que entre 1889 y 1890 dio la vuelta al mundo en 72 días, batió el récord de Phileas Fogg y fue la primera mujer en lograrlo.
La pasión por el mar es sin duda uno de los temas recurrentes en el universo literario de Verne. Aunque varias novelas giran en torno a esta temática, como Los hijos del capitán Grant, es sin lugar a dudas Veinte mil leguas de viaje submarino la mejor creación de Verne. Maquetas y carteles de los primeros paquebotes comerciales del siglo XIX, imágenes del Great Eastern, el transatlántico más grande del momento en el que Verne viajó en 1867, o memorabilia de Isaac Peral nos permiten conocer los transportes marítimos de la época. Esta sección se completa con las primeras fotografías submarinas realizadas por el biólogo Louis Marie Auguste Boutan o extractos de las películas subacuáticas del pionero del cine científico, Jean Painlevé.
En la época de Verne, los polos representaban el límite entre lo conocido y lo desconocido. Una curiosidad hacia lo ignoto que en la muestra se ejemplifica a través de personajes que acometieron expediciones hasta estas tierras heladas e inhóspitas, que Verne anticipó e imaginó en La esfinge de los hielos (1897) o Las Aventuras del Capitán Hatteras (1886). En esta sección se muestran imágenes de expediciones polares, que acabaron en fracaso, como la del sueco S.A. Andrée o la del irlandés Sir Ernest Shackleton. Diez imágenes de esta expedición, cuyos negativos congelados se encontraron el año pasado en la Antártida, podrán verse en España por vez primera.
Otra sección está dedicada a la disyuntiva que se generó en los inicios de la aeronáutica, entre los defensores de los vuelos más ligeros que el aire, representados por los globos y los que apostaban por los más pesados, es decir, los primeros aviones. Es un recorrido por la conquista del aire, a través de personajes como el brasileño Santos Dumont, a quienes muchos consideran el primero en hacer volar un avión en 1906, o el fotógrafo francés Nadar, autor de las primeras fotografías aéreas de la historia y apasionado de la aerostática, que Verne retrató en el dípticoDe la Tierra a la Luna y Alrededor de la Luna. La muestra recoge esta polémica entre aeróstatos y aeroplanos a través de diagramas, ilustraciones y grabados de la época de diferentes máquinas voladoras y representa también esta dicotomía a través de historias como la del asturiano, Jesús Fernández Duro, quien en 1909 cruzó por primera vez los Pirineos en globo o el tándem valenciano, Juan Olivert y Gaspar Brunet, alumno y profesor, que hicieron volar el primer aeroplano en España.
Por otra parte, la fascinación por viajar a la Luna fue un motivo recurrente en la cultura popular del siglo XIX y no podía serlo menos en la obra verniana. Sobre este tema, una instalación geodésica muestra veinte formas de viajar a la Luna representadas en la literatura universal, desde los Vedas hindúes hasta La mujer en la Luna de la autora alemana Thea von Harbou, que sería llevada al cine por Fritz Lang. La fiebre lunar queda además recogida a través de una serie de carteles relacionados con la Luna, que representan desde espectáculos de la época a imágenes de películas de George Méliès o las óperas inspiradas en Verne que Jacques Offenbach.
Muchos calificaron a Verne como el padre de la ciencia ficción moderna, cuando en realidad él lo que hizo fue recoger y transmitir a través de su legado literario el progreso que caracterizó el mundo de la segunda mitad del siglo XIX. Sólo hubo dos excepciones en las que el autor francés se avanzó verdaderamente a su época y fue más allá de su contemporaneidad: la novela París en el siglo XX (1863), centrada en un progreso basado en la dictadura del cientifismo, y La jornada de un periodista americano en el 2889 (1891), un relato mucho más positivo donde la tecnología traía beneficios a la humanidad. El epílogo de la exposición nos adentra en estas dos obras futuristas a través de ilustraciones de autores franceses del siglo XIX, que recrearon avances científicos de año 2000, y de los grabados del dibujante francés, Albert Robida, que anticipó en la misma época que su coetáneo Verne algunos inventos del lejano siglo XX.
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