Salvador Pániker, fotografiado en su casa barcelonesa de Pedralbes - INÉS BAUCELLS
El pensador catalán publica «Diario del anciano averiado», crónica lúcida y valiente sobre los estragos de la vejez y la aproximación, inevitable, de la propia muerteSalvador Pániker (Barcelona, 1927) se mueve estos días con algo más de dificultad. Parece haberle agarrado uno de esos virus que andan despistados, causando estragos, sin saber si estamos en primavera, otoño, invierno o en todas las estaciones al tiempo. Pese a esos achaques físicos y a la edad, que avanza más rápido que el propio tiempo, el autor catalán se muestra, aún, coqueto y encantador. Ni rastro de la vanidad que tanto se le ha reprochado, probablemente por ese «exceso de emotividad» que él advierte como el «defecto principal» de esta España nuestra. Pániker recibe a ABC en su casa barcelonesa de Pedralbes poco antes de que llegue a las librerías «Diario del anciano averiado» (Literatura Random House), el último tomo de una serie en la que ha reconocido, por fin, su propia vida. Una vida de la que asegura sentirse «satisfecho» y ante la que sigue sorprendiéndose, cada día.
- Pese a la advertencia del título, me da la sensación de que el anciano no está tan averiado.
- En realidad, toda mi vida he tenido un sistema neurovegetativo muy traidor; pero es verdad, todavía conservo algo de vigor, aunque ahora estoy más averiado que cuando escribí esto.
- Algo de vigor y una enorme lucidez, que al final es lo más importante.
- Eso espero, sí.
- A medida que avanza en este diario, escrito entre el año 2000 y el 2004, sí que se resiente de achaques físicos, que van haciendo mella, al tiempo, en su ánimo.
- No es que tengamos un cuerpo, es que somos cuerpo. A mí me ha influenciado mucho. Lo que pasa es que, últimamente, no sé si por el aumento de mis dolencias, me disocio un poco de mi cuerpo, me veo desde fuera, lo cual es un síntoma de enfermedad, en cierto modo. Pero es evidente que no puedes escribir un texto autobiográfico sin referirte al cuerpo. Yo he tratado de obedecer al cuerpo pero, de algún modo, conteniéndolo.
- Y cuando se disocia del cuerpo, ¿qué es lo que ve?
- Me veo de una manera extraña, tengo una especie de visión mística, porque me veo desde fuera, como una conciencia sin yo. Esto es muy interesante, porque me declaro agnóstico y místico. Es decir, tengo sentido de la trascendencia.
«Mi fe no es religiosa, porque la fe no es monopolio de los creyentes»
- Asusta un poco la palabra trascendencia.
- Sí, asusta, pero yo entiendo por trascendencia lo que uno pueda sentir escuchando una sonata de Bach. Yo, que soy enormemente musical, tengo oído para la trascendencia. No creo en el puro azar, pero tampoco puedo comulgar con ruedas de molino. Por eso digo que tengo una fe que no es religiosa; la fe no es monopolio de los creyentes. En este momento, con las cosas que pasan en el mundo, es difícil no ser muy nihilista, pero yo tengo la sensación, quizás porque tuve una infancia feliz, de que el mundo no es una completa tomadura de pelo.
- En el libro dice que sólo hay tres salidas posibles para eludir el yo: la trascendencia, la trivialidad y el suicidio.
- Sí, claro.
- Además, está del lado de los suicidas lúcidos.
- No de los meramente depresivos. Yo creo que el día de mañana la gente morirá así. Y no hay tantos suicidas lúcidos.
- No, son contados, la verdad.
- Exacto, no hay tantos. El puro suicida lúcido me parece un hallazgo. Soy partidario de que haya siempre una posibilidad de salirse de la vida, de dimitir.
- Bueno, eso tiene mucho que ver con la muerte digna.
- Mucho.
«Soy partidario de que haya siempre una posibilidad de salirse de la vida, de dimitir»
- Hay una anotación, de mayo de 2003, en la que dice que todo ser humano, en un momento dado de su vida, debería preguntarse cuál es su relato. Yo le traslado esa cuestión a usted: ¿por qué causas está dando su vida?
- Hay unas cuantas causas, una de ellas es la muerte digna, otra es el ecumenismo cultural, otra la idea de que cada cual tiene una música propia… Todo eso forma parte de mi relato y, últimamente, escribiendo mi diario, voy afinando, porque la mayoría de la gente no sabe verbalizar sus emociones y eso es una fuente de patología, de lo que yo llamo desenfoque. Yo veo a la gente muchas veces desenfocada, no son lo que tendrían que ser, y el escribir un diario te habitúa a ir enfocándote mejor y, al final, a reconocer tu propia vida. En este contexto, yo creo que sí es muy útil que cada cual se pregunte cuál es su relato. Al fin y al cabo, terminarás dando la vida, entonces al menos dala por algo que te importe más que tú mismo. Esto forma parte de lo que yo llamo la mística: encontrar algo que te importe más que tú mismo. En ese sentido puede haber tantas místicas como personas.
- Pero usted dice que la vida está para vivirla, no para buscarle un sentido.
- Exacto.
- ¿Y cómo se articulan ambas cosas?
- Se articulan bastante bien, porque el sentido es una cosa penúltima, que le ponemos nosotros. Ahora, está muy bien puesta la objeción, porque al mismo tiempo que haces tu relato le das un cierto sentido. Yo no pretendo dejar de ser un poco contradictorio, reclamo mi derecho a la contradicción.
- Bueno, el ser humano es esencialmente contradictorio.
- Contradictorio, sí. Y mi derecho a la espontaneidad. Me gustan los escritores espontáneos. El exceso de preocupación por encontrarle un sentido último a la vida genera muchos absolutismos. Cuando comienzan las palabras con mayúsculas, ya sea patria, partido, Dios, empiezan los crímenes y, desgraciadamente, lo estamos viendo estos días. La vida está aquí para experimentarla, no para buscarle un sentido.
«La mayoría de la gente no sabe verbalizar sus emociones y eso es una fuente de patología»
- Acaba de aludir, sin mencionarlos, a los trágicos atentados de París. En el libro, escribe después del 11-S y dice que es el momento de buscar las respuestas políticas adecuadas. ¿Ahora también?
- No lo sé. El 11-S era inaugural. Bush se equivocó al invadir Irak y todavía estamos sufriendo las consecuencias. Ahora, en este momento, habrá que verlo, no me atrevería a decirlo… El Estados Islámico es de las cosas más monstruosas que hemos visto últimamente y hay que pasar a la acción, sin duda. Es todo una monstruosidad, se mire por donde se mire.
- Usted alertaba entonces de que el peligro era que se generalizaran los ataques suicidas. Hoy, el terrorismo es eso.
- Es eso, sí. Yo creo que vamos a una sociedad multiétnica, multicultural y la convivencia entre las distintas etnias, religiones y culturas será el tema del futuro. Esto son síntomas de que, de momento, está mal resuelto. Yo le doy una importancia enorme a la pedagogía.
- A la educación.
- A la educación, sí, es básico. Los franceses que se han sublevado no estaban integrados, han fracasado escolarmente, y son pasto de cualquier doctrina. La solución cultural y pedagógica, además de la militar, es importantísima.
- De hecho, usted defiende que la primera tarea pedagógica debería ser el fomento de la curiosidad intelectual.
- Sí.
- Pero, entonces, ¿por qué se tiende a menospreciar las humanidades?
- Eso es un suicidio total. ¿Cómo vas a suprimir las humanidades si tienes que enfrentarte a una vida donde ya no hay absolutos? Tienes que conocer los esfuerzos que ha hecho el ser humano para tenerse en pie a lo largo de la historia. ¿Cómo vas a ir por la vida sin saber qué es el materialismo, el hinduismo, el taoísmo? Tienes que tener un mapa del territorio y eso sólo te lo da la cultura de letras, para después escoger tu propio camino. No puedes privar a la gente de eso, porque entonces lo que tienes son animales amputados, que sólo tienen un poco de tecnología y para de contar.
«El exceso de preocupación por encontrarle un sentido último a la vida genera muchos absolutismos»
- Cuando ve casos como el de Andrea, la joven gallega que murió a principios de octubre, ¿piensa que la sociedad está avanzando?
- La sociedad está madura, quienes no están maduros son los políticos.
- O sea que los ciudadanos sí están preparados.
- Sí, las encuestas dicen que el 70% de la población española está de acuerdo con una ley de eutanasia activa, voluntaria.
- Quizás lo que le haga falta a nuestros políticos sea andar con un poco menos de ego.
- Por supuesto, por supuesto, y trascender los motivos electorales. Todo eso ya lo sabemos.
- Bueno, lo sabemos, pero cada vez que vamos a votar seguimos cometiendo los mismos errores.
- Sí, sí [ríe].
- En ese sentido, me gustaría preguntarle por la situación de Cataluña; ¿cómo lo está viviendo usted?
- Yo no soy nacionalista. El nacionalismo fue útil para mantener la cohesión social, a partir de la Revolución Francesa. Ahora, en un mundo globalizado, y yo soy muy partidario de la globalización, el nacionalismo separa y va en contra de la marcha de la tecnología, de la cultura. A mis amigos independentistas les respeto, pero les digo que nos dejen en paz a todos y tengan un poco de paciencia, porque si España se incorpora del todo a Europa, ese problema se solucionará, porque Cataluña será ya más parte de Europa que de España. Y por ahí debe ir la solución.
«El Estado Islámico es de las cosas más monstruosas que hemos visto. Hay que pasar a la acción, sin duda»
- ¿Y cree que el problema podrá resolverse en un corto espacio de tiempo? Porque andamos muy justos.
- Andamos muy justos de tiempo y tenemos políticos locales que no están a la altura.
- Pero el ciudadano está muy hastiado.
- Lo está, y en este caso con razón.
- Bukowski decía que la muerte era la última de una serie de bromas pesadas. En este momento de su vida, ¿usted teme a la muerte?
- En contra de lo que decía Heidegger de que la muerte provoca angustia, yo creo que la muerte es algo tan brutal que ni siquiera provoca angustia. Si uno termina con el ego, la muerte se esfuma. Las sociedades arcaicas tenían la muerte mucho mejor asimilada. Si estás mínimamente sano, la postura frente a la muerte ha de ir unida a la trascendencia del ego. La solución es vivir aquí y ahora, donde no hay tiempo; el tiempo es el gran enemigo.
- Hace poco, en una charla con la escritora Anne Tyler, me confesó que ya no temía a la muerte, sino al sufrimiento.
- Sí, a mí me pasa lo mismo. La decrepitud me asusta mucho más que la muerte. Me gustaría morirme yéndome a dormir y no despertando. Eso estaría muy bien.
- Antes ha mencionado a Heidegger; él decía que uno de los mayores problemas de nuestra época es que no pensamos. Yo me pregunto cómo se puede vivir sin pensar.
- Pues, al parecer, se vive bastante bien [reímos ambos]. Se vive pensando con tópicos. Yo detesto los tópicos, pero comprendo que mucha gente necesita pensar. La mayoría de la gente se apoya en la trivialidad, que es muy descansada. No soy contrario a un cierto grado de trivialidad, pero como pensar no es fácil la mayoría de la gente se apoya en estas muletas que llamamos tópicos.
- Le advierto que yo soy muy defensora de la frivolidad.
- Yo también.
«Respeto a mis amigos independentistas, pero les digo que nos dejen en paz»
- Llegado un determinado momento, hay que ser frívolo, es la única manera de disfrutar.
- Claro, claro. Yo digo que soy frívolo por cortesía [reímos].
- ¿Ha logrado ya resolver el problema de la vejez?
- La vejez es una devastación. No la senectud, que puede ser sabia. Yo siempre me pregunto qué veo ahora que antes no veía, como una prerrogativa de la vejez, y algunas cosas las veo más claras. Quizás, en mi caso, que me han acusado de vanidoso, soy mucho menos vanidoso; esto es, quizás, una característica de los años. La idea de la vejez como un señor que se sienta en un sillón a contemplar pasar el tiempo no me interesa. Si cada día no descubro algo nuevo, aunque sea una periodista nueva, es un día perdido. Si puedo conciliar el afán de novedad, que quiero que me acompañe hasta el final, con una mayor sabiduría, está conseguido.
- ¿Y qué piensa cuando mira a las generaciones jóvenes?
- En la educación hay que fomentar tres cosas: la curiosidad, porque veo a los jóvenes hoy en día bastante adormilados; la fe, que no debe ser religiosa, sino esa confianza en la realidad, en que el mundo no es una tomadura de pelo; y aprender a aprender. Por eso doy tanta importancia al bachillerato, que debería estar más prestigiado e incluso mejor pagado que la enseñanza universitaria. Se lo digo yo, que tengo dos carreras universitarias y lo importante lo he tenido que aprender por mi cuenta.
- Usted ha defendido durante toda su vida, y practicado, el erotismo inteligente. Es muy hermoso eso que dice de «no disociar el espíritu de la sensualidad».
- He intentado siempre no hacerlo. En realidad, he tenido una vida sentimental bastante afortunada, pero no he sido un adicto al sexo, sino a la comunicación; lo cual es un fenómeno mucho menos frecuente de lo que parece. Puesto que no soy homosexual, me he entendido mejor con las mujeres que con los hombres y en la comunicación erótica he podido encontrar esa trascendencia de la que hablábamos antes. El erotismo, espíritu y cuerpo unidos al máximo, es una de las cosas por las que merece la pena haber vivido. Los mejores ratos de mi vida, más que espirituales, son ratos totales, donde interviene el cuerpo; bueno, ahora soy un anciano retirado, no me haga caso, pero mirando al pasado esto ha sido así.
«El Papa Francisco me gusta mucho; sólo le encuentro un defecto: que es católico»
- Me gusta aquello que dijo Vicente Aleixandre de que usted era «un poeta que no sabía que era un poeta» [reímos].
- Para ser puro poeta, me ha pesado mucho la parte intelectual; a mí se me deslizan ideas y mi propio ideario está compuesto tanto de imágenes como de ideas. Enseguida echo a volar por el mundo intelectual, pero es posible que Aleixandre, que tenía mucha vista, acertase.
- ¿Por qué nunca ha escrito una novela?
- La motivación de un escritor de diario y de un novelista es la misma. El yo es el personaje desconocido que uno tiene más a mano. A mí, generalmente, quizás por ese intelectualismo, por ese pathos metafísico que tengo, la gente no me sorprende lo suficiente, el personaje que me puede sorprender soy yo mismo. Como me echa a volar el intelecto, esto me incapacita para escribir novelas.
- Precisamente, Hemingway decía que la labor de un escritor, con el paso de los años, debía ser, fundamentalmente, pulir su prosa.
- Sí, sí, sí, estoy completamente de acuerdo. Pulir, como decía mi amiga Ana María Matute, es suprimir. Yo suprimo mucho, me gusta mucho la idea de la elipsis. Me gusta la elipsis que manejaba Salinger en los cuentos cortos.
- A mí me gustan más sus cuentos que «El guardián entre el centeno».
- Sí, los cuentos son magistrales.
- Antes ha dicho que el intelecto le incapacita para escribir novelas. Yo le pregunto: ¿qué papel desempeña, hoy en día, el intelectual en la sociedad?
- Poco, poco. Aquel papel que desempeñaban en Francia Zola, Sartre, Camus…
«En España, más que la envidia, el defecto principal es la emotividad»
- ¿Y cuándo empezó a perder importancia la figura del escritor?
- Cuando empezaron las ciencias. Hoy en día tiene más importancia un neurocientífico que un intelectual a la vieja usanza; ahora, es muy importante el que da la perspectiva global, filosófica, lo que pasa es que está menos prestigiado que antes. Afortunadamente, está naciendo una tercera cultura de gente que sabe hablar de ciencias y letras.
- ¿Qué me dice de la informática?
- Yo no soy reduccionista de la informática. No creo que la conciencia pueda explicarse en términos puramente informáticos. Como incluso el propio Turin ya vio, no todo es computable. Pero, como instrumento, me parece formidable.
- ¿Y cree que puede llegar a explicar tantas cosas como algunos pretenden?
- La conciencia no la puede explicar. Yo, además, creo que al animal humano es demasiado profundo como para que se pueda hacer una copia informática del mismo.
- Pero usted sí que usa ordenador.
- Sí, lo uso. Desde hace no mucho, diez o doce años. El ordenador me ha hecho más paciente, porque sé que lo puedo modificar y borrar; ha influido en mi sintaxis.
- ¿Escribe a diario?
- No, escribo cuando me siento estimulado.
- Yo, que he estado al lado de personas muy queridas en el umbral de su muerte, tengo la extraña sensación de que quienes tienen fe empiezan a perderla, se resquebraja, y los que no la tienen se aferran a ella, la buscan.
- Es usted muy sutil, estoy de acuerdo. En «Diario de otoño» hablo mucho de la muerte de mi hija, que me influyó muchísimo; aquello era un ejemplo de resquebrajamiento. Últimamente pienso bastante en mi madre y en mi hija; el nuevo libro que escribiré, si hay suerte, había pensado dedicárselo a mi madre. Ella era una mujer honesta, veraz, lo contrario de la vulgaridad. Yo soy agnóstico, pero dejo un margen para la oscuridad; no lo sé, de algún modo siguen vivos mi madre, mis amigos, mi familia, mi hija...
«No tengo sentimiento de culpabilidad, quizás soy demasiado superficial para sentirme culpable»
- Le cito: «Dios es la inocencia trágica de mi hija Mónica, su bellísima mirada».
- Sí, claro, o el cuarteto número 15 de Beethoven.
- ¿Qué relación mantiene ahora con Dios?
- Hubo un tiempo que me llevaba mejor. No sé si me importa saber si Dios existe o si sirve para algo.
- ¿Y sirve para algo?
- A mí todavía me sirve algo. Esta especie de fe secularizada que yo tengo… Hombre, el gran escándalo es el mal, el sufrimiento, la monstruosidad. Me llevo con una especie de melosa distancia.
- Bueno, de hecho usted reconoce ser un escritor y un ser humano distanciado.
- Sí. Decía André Gide que con buenos sentimientos se hace mala literatura. Esta especie de hallazgo neopositivista de dejar que el lector se las apañe como pueda, y no darle demasiadas pistas, en ese sentido sí soy un escritor distanciado.
- ¿Y como ser humano?
- [Ríe] No lo sé, tendría que preguntarle a viejas amistades mías. No he sido muy distanciado, no.
- Dice que uno de sus problemas es que cree demasiado poco en lo que cree.
- Sí, eso sí. Yo siempre estoy en la paradoja, esa es un poco mi postura. Porque las grandes guerras las ha hecho gente con convicciones demasiado firmes; yo tengo convicciones, pero no son demasiado firmes, estoy dispuesto a relativizarlas enseguida. Al contrario que ese Papa retirado, que todavía vive, Benedicto XVI, que era antirelativista, yo soy muy relativista.
«He tenido una vida sentimental afortunada, pero no he sido un adicto al sexo, sino a la comunicación»
- ¿Y qué le parece el Papa Francisco?
- A mí el Papa Francisco me gusta mucho. Sólo le encuentro un defecto: que es católico [ríe].
- Cuando escribió estos diarios se cumplían 25 años de la muerte de Franco; ahora se cumplen 40. ¿Qué queda en la España actual de todo aquello?
- Hombre, yo creo que queda muy poco, felizmente. Franco pensó siempre mediante tópicos, tuvo mucha suerte y la ventaja de ser un flemático en un país de emotivos. En España, más que la envidia, el defecto principal es la emotividad.
- ¿Se morirá siendo nihilista?
- No, es que yo no soy nihilista, soy demasiado taoísta para ser nihilista. Yo concilio el agnosticismo con la trascendencia, y por eso no puedo ser totalmente nihilista. Piensas que algo hay. Si ponemos en una parte de la balanza todas las galaxias y en la otra la primera parte del clave bien temperado de Bach, pesa más Bach; si piensas esto, no puedes ser nihilista.
- ¿Y cómo le gustaría ser recordado?
- No lo sé, no he pensado en esto. ¿Usted qué diría?
«Cuando comienzan las palabras con mayúsculas -patria, partido, Dios-, empiezan los crímenes»
- Bueno, yo le recordaré como un pensador, como un sabio.
- Bueno, pues como un pensador. Decía Nietzsche que él siempre había puesto su vida en sus escritos, y este es el motivo por el que me he decantado por los diarios, para poner la vida en los escritos. Lo que no tengo es sentimiento de culpabilidad, no me siento culpable de nada, quizás soy demasiado superficial para sentirme culpable. Pero, en cierto modo, al no sentirme culpable, he jugado con una cierta virginidad y una cierta espontaneidad, una cierta honestidad. Soy un pensador, dentro de lo que cabe, relativamente honesto. Ahora me tomo un poco más en serio a mí mismo, y algo de sabio tengo.
- ¿Se siente orgulloso de la vida que ha vivido?
- Orgulloso no es la palabra; satisfecho, sí. He tenido fama de tener una vida bienaventurada y, efectivamente, las cosas no me han ido mal. Toquemos madera...
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