El 10 de junio de 1718, durante una extraña maniobra, el bajel encalló y tuvo que ser abandonado por el capitán. Algunos historiadores afirman que esta tragedia fue orquestada por el bucanero, deseoso de abandonar a su tripulación y huir con un gigantesco tesoro.
Hubo un tiempo, allá por los siglos XVIII y XIX, en el que solo susurrar los nombres de bajeles como el «Santísima Trinidad» (el gigante español de 120 cañones) o el «Victory» (el buque insignia de Horatio Nelson) provocaba escalofríos entre los marineros. No en vano eran los colosos de su época y hacían las veces de jamelgos de madera para los capitanes más populares y entrenados de sus armadas. Enfrentarse a ellos implicaba, casi con total seguridad, verse obligado a arriar la bandera a cambio de no acabar en el fondo de los mares. Un buen trato si no se buscaba dar una buena cabezada junto a los peces de turno.
Estos titanes representaban el ideal del combate naval en el Mediterráneo. Algo drásticamente diferente a lo que ocurría al otro lado del mundo. Unas aguas plagadas de bajeles dedicados a la piratería cuyos sobrenombres evocaban otro tipo de terror. Aquel que sus capitanes se habían ganado robando y masacrando a lo largo de todo el Caribe. De estos barcos cubiertos de leyenda negra hubo muchos. Sin embargo, el más conocido en los puertos del Caribe fue «La venganza de la Reina Ana».
Dirigida por uno de los bucaneros más sanguinarios y terroríficos del Atlántico (Edward Teach, conocido hoy en día como «Barbanegra») esta fragata se convirtió en el azote de naciones como España y la pérfida Albión. Una región esta última que tuvo que ver, incluso, como una de sus colonias más prósperas (Charleston) era bloqueada y estrangulada por el buque insignia del bucanero más temible del Caribe.
Con todo, «La venganza de la Reina Ana» no ha pasado a la historia únicamente por aterrorizar a mercaderes y por estorbar los intereses de la «Royal Navy» en las Américas. A día de hoy, este imponente bajel guarda un misterio que los investigadores luchan por resolver: las extrañas causas en las que se hundió el 10 de junio de 1718. Y es que, en la actualidad apenas se sabe que el navío encalló en un pequeño canal cercano a Beaufort (Carolina del Norte) y que, posteriormente, fue evacuado por «Barbanegra».
El accidente podría haber pasado desapercibido, pero todo ocurrió en unas circunstancias muy extrañas. Y es que, el capitán no solo se olvidó rápidamente de su buque insignia, sino que huyó de la zona en un navío más pequeño que, por si fuera poco, cargó hasta los topes con el oro que había robado en Charleston. Todo ello, dejando atrás a la mayor parte de su tripulación. Un comportamiento que ha llevado a algunos investigadores a pensar que el pirata embarrancó «La venganza de la Reina Ana» para tener una excusa con la que abandonar a sus hombres, llevarse el inmenso tesoro que había logrado amasar y repartirlo entre menos manos.
Los orígenes
A pesar de lo que nos haya hecho creer la saga Piratas del Caribe, «La venganza de la Reina Ana» poco tenía en principio de barco pirata. De hecho, su mástil no siempre enarboló la bandera de la calavera. Así lo afirma la empresa «Nautilus Productions» (propietaria de los derechos de explotación de las imágenes del pecio de este bajel) en su dossier «Nautilus Productions Blackbeard's Queen Anne's Revenge Shipwreck»: «Fue una fragata botada por la "Royal Navy" en 1710 y capturada por Francia en 1711».
Hasta en este punto existe controversia pues, aunque la teoría de «Nautilus Productions» es la más aceptada, algunos expertos afirman que este barco fue construido realmente en Francia por las manos de ingenieros galos. Más allá de esta discusión, lo que sí es seguro es que, a partir de la segunda década del siglo XVIII, navegó bajo pabellón franco.
En el dossier «A brief history of Blackbeard and Queen Annes's Revenge» (un artículo elaborado por varios autores para el programa LEARN NC de la Universidad de Carolina del Norte) se explican los primeros pasos de la fragata, llamada «Le Concorde» por los galos: «El prominente comerciante francés René Montaudoin era propietario del buque, que operaba desde el puerto de Nantes». Aunque en ninguno de estos dos trabajos se especifican las características de la nave, esta destacaba por poder portar hasta 200 toneladas de carga y tener unas dimensiones de 103 pies de eslora (unos 32 metros) y casi 25 de manga (aproximadamente 8 metros).
Montaudoin utilizó «Le Concorde» como barco esclavista, un triste pero lucrativo negocio para los galos. «Los buques [negreros] dejaban Nantes en la primavera cargados de mercancías y viajaban por la costa occidental de África. Allí, su capitán compraba un cargamento de esclavos africanos para transportarlo al Nuevo Mundo», se añade de la obra destinada al LEARN NC.
Los informes recogidos en su momento por el gobierno francés señalan que, antes de ser capturada por «Barbanegra», la fragata llevó a cabo tres viajes de este estilo en 1713, 1715 y 1717. Para entonces todavía era un bajel nuevo (contaba con menos de una década desde su botadura), considerablemente rápido y lo suficientemente armado como para rechazar a los piratas menores que surcaban el Caribe (pues sumaba unos 16 cañones en total).
El último viaje que esta fragata hizo como «Le Concorde» comenzó el 24 de marzo de 1717. Aquella jornada zarpó -bajo la dirección del capitán Pierre Dosset y del teniente Francois Ernaut- del puerto de Nantes. Ambos dejaron claro en sus informes posteriores que partían con el objetivo habitual: adquirir esclavos en África para venderlos, acto seguido, en el Nuevo Mundo.
Casi cuatro meses después, el 20 de julio, la fragata arribó al actual puerto de Benin, donde recogió su preciada carga: 516 esclavos y un poco de polvo de oro. Desde allí, «Le Concorde» inició viaje hacia las Américas en un trayecto que se extendió durante ocho semanas. Dos meses de verdadera angustia en el que fallecieron 16 tripulantes y 71 africanos debido a las enfermedades.
«Barbanegra»
Cansados, faltos de víveres, y hartos de las penurias del viaje. Así es como se hallaban los galos cuando se toparon con «Barbanegra» cerca de la Martinica el 28 de noviembre de 1717.
Aquel noviembre de 1717 «Barbanegra» todavía no había forjado la leyenda de crueldad que haría pasar a los libros. Por entonces no era más que Edward Teach, un nuevo pirata que había abandonado su oficio de corsario de la «Royal Navy» tras combatir en la Guerra de Sucesión (también llamada la «Guerra de la Reina Ana» en las colonias). Durante aquellos años nuestro protagonista andaba a las órdenes del que fue su gran mentor, el maestro de bucaneros Benjamín Hornigold. Rufián que le acogió al ver que derrochaba potencial militar y disponía de una buena dosis de crueldad.
Según parece, Hornigold había sabido valorar desde el principio las capacidades marítimas de «Barbanegra» y le había otorgado a finales de 1716 el mando de un barco apresado. Un «sloop o corbeta de un solo mástil con vela y foque» (en palabras de la popular autora Silvia Miguens) o una «balandra» (según explica el escritor inglés Daniel Defoe, coetáneo del pirata, en «El capitán Teach, alias “Barbanegra”»). En este bajel, precisamente, se enfrentó a los franceses de «Le Concorde». «Según el teniente Ernaut, los piratas estaban a bordo de dos balandras, una con 120 hombres y doce cañones, y la otra con 30 hombres y ocho cañones», añaden los autores del dossier «A brief history of Blackbeard and Queen Annes's Revenge».
La batalla fue rápida y, todo hay que decirlo, humillante para los franceses. Los dos bajeles enemigos apenas tuvieron que disparar un par de balas de cañón y mosquete para que el capitán Dosset (sabedor del mal estado de salud de sus hombres) rindiera «Le Concorde». Acto seguido, los bucaneros se trasladaron a su nuevo buque y ofrecieron a los tripulantes galos una de sus balandras para que volviesen a tierra.
Como curiosidad cabe decir que los galos renombraron aquel cascarón como «Mauvaise Rencontre» e hicieron vela para la Martinica. «”Barbanegra” descargó a los esclavos, algunos miembros de la tripulación y la carga de “Le Concorde” en Bequia, Allí, los esclavos fueron recapturados después por el “Mauvaise Rencontre”», explica la empresa propietaria de los derechos de explotación del pecio en «Nautilus Productions Blackbeard's Queen Anne's Revenge Shipwreck»
La fragata pasó en principio a Hornigold. Sin embargo, finalmente se convirtió en el buque insignia de «Barbanegra», quien la rebautizó como «La venganza de la Reina Ana». «”Le Concorde” fue un premio gordo para "Barbanegra". Al ser un barco de esclavos era rápido, estaba bien armadoy podía ser reconvertido en un buque de guerra más formidable si cabe», explica el historiador Angus Konstam en el reportaje «El barco perdido de Barbanegra» (History Channel). Nuestro protagonista aumentó el número de cañones a 40, con lo que convirtió su nuevo juguete en una auténtica máquina de matar.
El tesoro de Charleston
Con la retirada definitiva de Hornigold comenzó la verdadera carrera delictiva de «Barbanegra». Según explica el arqueólogo David Moore en uno de sus múltiples estudios sobre el pirata, fue entonces cuando Teach saqueó y robó hasta hartarse. Las aguas que surcó con «La venganza de la Reina Ana» no tienen parangón, así como la ingente cantidad de buques que cayeron bajo sus cañones. A día de hoy, la lista de puertos e islas que vieron sus ojos sigue sorprendiendo: San Vicente, Santa Lucía, Nevis, Antigua, Puerto Rico, la Hispaniola o Belice son solo algunas de ellas. Su paseo por el Caribe le llevó incluso hasta las Caimán, donde capturó una balandra española que unió a su flotilla.
En abril de 1718 «Barbanegra» se encontraba en la cúspide de su poder. Contaba a sus órdenes con aproximadamente cuatro centenares de hombres, una pequeña flota y, finalmente, algo que no podía pagarse con dinero: una reputación temible. Esta le daba una gran ventaja en batalla, pues no eran pocos los capitanes que, al ver frente así a «La venganza de la Reina Ana», se rendían antes siquiera de entrar en combate.
Para muchos historiadores «Barbanegra» fue, de hecho, un capitán que supo aprovechar el terror en su favor. «Después de capturar un barco, asesinaba a toda la tripulación y, para robar el anillo de algún pasajero, podía llegar a cortarle el dedo», añade la autora española. Teach se esforzó, durante toda su vida como criminal, en mostrarse como un demonio ante sus enemigos. Para ello llegó a entrar en combate vestido con harapos o portando cerillas encendidas en su barba.
De esta guisa consiguió forjar una pequeña armada pirata. «La flota de “Barbanegra”, que llegó a contar con cuatro barcos y cuatrocientos hombres, tenía su base en la isla caribeña de New Providence, si bien sus incursiones llegaron hasta Carolina del Sur, en la costa atlántica norteamericana. En menos de seis meses apresó veinte mercantes ingleses, españoles y franceses. Era, sin duda, el mayor terror del Caribe», explica el autor Miguel Ángel Linares en su obra «Mala gente».
Con todo, el acto más deleznable de «Barbanegra» se sucedió en mayo de 1718. En esa fecha Teach atacó Charleston (una de las colonias más próspera de Gran Bretaña) a los mandos de «La venganza de la Reina Ana» y tres barcos más (balandras o corbetas, atendiendo a las fuentes). La ciudad, una de las perlas de la «Royal Navy», sufrió una semana de asedio durante la cual ningún bajel pudo entrar ni salir de su puerto. «La flota pirata desvalijó en ese tiempo a 9 mercantes […] y tomaron como rehenes a varios miembros de la alta sociedad de Charleston», añade Linares en su obra.
«La flota pirata desvalijó en ese tiempo a 9 mercantes […] y tomó como rehenes a varios miembros de la alta sociedad de Charleston»
En apalabras del mismo autor, los enviados sembraron el caos en la urbe mientras esperaban alguna respuesta. Cuando nuestro protagonista recibió un baúl repleto de medicamentos (y consideró que atesoraba en la bodega de «La venganza de la Reina Ana» unas riquezas suficientes como para saciar sus ansias de oro) retiró el bloqueo. El tesoro, en palabras de varios autores, podría ascender hasta los 4.000 «piezas de a ocho».
Decisión fatal
Borracho de oro, «Barbanegra» dirigió entonces a «La venganza de la reina Ana» y a la «Aventura» (uno de los pequeños bajeles que había colaborado en el sitio de Charleston) hacia Carolina del Sur. Ya en junio, y sin una razón aparente, ordenó a sus marineros atravesar un pequeño canal cercano a Beaufort. El terreno era sumamente peligroso para un buque del calado del insignia de Teach, pero sus marineros confiaban en su pericia. Debieron pensar que, si su capitán se arriesgaba a que la fragata encallara, sería por una buena razón.
La maniobra inicial se llevó a cabo de forma satisfactoria el 10 de junio de 1718. Sin embargo, al poco tiempo la alegría se convirtió en desastre cuando «La venganza de la Reina Ana» embarrancó en la arena. Este es el instante mágico de la historia en el que la realidad linda con la leyenda. Ese punto de inflexión en el que ni los historiadores se ponen de acuerdo. Según las nuevas investigaciones llevadas a cabo por arqueólogos marinos como Moore, parece que «Barbanegra» intentó liberar el buque de las garras del canal de Beaufort pero, al ver que era imposible, se limitó a cargar todo el oro que pudo en un barco más pequeño y salir por piernas. Todo ello, por descontado, abandonando a su tripulación a su suerte.
Con todo, existen versiones para todos los gustos. Linares, por ejemplo, afirma que el pequeño barco en el que fueron cargadas las riquezas era la «Aventura». Mientras que, por su parte, los investigadores de «LEARN NC» señalan en su dossier que este último barco también encalló. Otro tanto sucede con los autores de «Nautilus Productions Blackbeard's Queen Anne's Revenge Shipwreck». Estos determinan en que el pequeño bajel que acompañaba a la fragata quedó también encallado, pero no desvelan cómo pudo huir nuestro protagonista. De hecho, se limitan a señalar que «se marchó con el tesoro».
¿Fue esta traición premeditada o una mera casualidad? A día de hoy es difícil saberlo. En «A brief history of Blackbeard and Queen Annes's Revenge» se especifica que una de los pocos testimonios que se guardan de aquellos días de junio (el del capitán de la «Aventura») no dejan en muy buen lugar a «Barbanegra»: «En su declaración [el capitán] Herriot afirma que “Barbanegra” encalló intencionadamente “La venganza de la Reina Ana” para desperdigar a la tripulación, que había ascendido a 300 piratas».
Linares es igual de tajante en su libro: «”Barbanegra” decidió que eran demasiados hombres para repartir el tesoro que estaba acumulando con tanto abordaje». Fuera cual fuese la causa, el terrorífico bucanero se la llevó a la tumba, así como la ubicación (si es que le quedaba algo) del supuesto tesoro, pues murió seis meses después a manos de los británicos.
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El viaje al mal del verdadero «Barbanegra»: de lacayo de la «pérfida» Inglaterra a «apestoso» pirata.
En junio de 1718 Edward Teach era uno de los rufianes más famoso de los mares y tenía a sus órdenes a tres centeneres de filibusteros. Pero... ¿Cómo pasó de luchar por la «Royal Navy» a enfrentarse a ella?
La historia afirma que «Barbanegra» podía presumir de haber combatido como corsario inglés contra España y Francia antes de hacerse surcar los mares como pirata. No obstante, el desempleo le hizo saborear las mieles del dinero fácil: aquel obtenido de forma nada honrada. Por ello, prefirió abrazarse a la vida criminal.
Ya bajo la bandera de la calavera, y tras sus primeros combates, Teach se esforzó también en acrecentar su leyenda negra. Aquella que le definía como un combatiente infernal que podía acabar –sin mediar provocación- con cualquier desafortunado simplemente porque le venía en gana. Ni pistolas de chispa, ni alfanjes. Su mejor arma contra el enemigo fue precisamente ese aura de maldad y locura que él mismo ayudó a extender. Un mito que le dio una ventaja definitiva en no pocos combates en alta mar.
Primeros años, primeros misterios
La infancia de «Barbanegra» tiene más claros y oscuros todavía que su propia vida. La mayoría de fuentes coinciden en que el país que le vio llegar al mundo fue el Reino Unido. Así lo explica (entre otros tantos) el investigador Colin Woodard en su obra «La república de los piratas»: «Nació en 1680 en Bristol o en sus alrededores. Esto es, en el segundo puerto más importante de toda Inglaterra y centro de su comercio transatlántico». Según parece, el futuro pirata se crió en el seno de una familia bastante acomodada y culta, lo que le permitió aprender a leer y a escribir. Toda una ventaja con respecto a sus futuros (y crueles) compañeros.
¿Cómo le llamaron realmente sus padres? A día de hoy esta pregunta sigue siendo un gran misterio para los historiadores. La mayoría de fuentes abogan porque recibió el nombre de Edward Teach (cómo él mismo afirmó posteriormente). Sin embargo, Woodard recuerda en su obra que –a día de hoy- en los libros tributarios de Bristol no figura ningún nombre con este apellido, ni con otro similar (Tacht, Thach o Thacht), por lo que es probable que fuera una información falsa ofrecida por este filibustero. «Podría haberse tomado esas molestias para ocultar su verdadera identidad y evitar, con eso, que la deshonra cayera sobre sus parientes», añade el experto.
Edward Teach- A General History of the Robberies and Murders of the Most Notorius Pirates
El escritor Ernesto Frers recuerda en su libro «Piratas y Templarios» otra de las teorías: que «Barbanegra» se apellidaba realmente Drummond. La prolífica autora española de libros históricos Silvia Miguens Narvaiz es partidaria de esta teoría en su popular obra, «Breve historia de los piratas». En ella, de hecho, se refiere a este personaje directamente como Edward Drummond y determina que se cambió el nombre posteriormente.
En todo caso, e independientemente de este misterio inicial, lo que se sabe a ciencia cierta es que, cuando ya rozaba la veintena, era un sujeto alto (de unos dos metros), delgado, inteligente, carismático y capaz. Rasgos que le ayudarían posteriormente a convertirse en el terror de los marinos (honrados y malvados).
Marino y corsario
Tras adquirir una experiencia considerable en el manejo de buques mercantes, y según explica el historiador Francisco J. Fernández en su libro «Historias malditas y ocultas de la Historia», Edward se alistó como corsario al servicio de Gran Bretaña durante la Guerra de Sucesión Española (surgida tras la muerte sin descendencia de Carlos II). Durante esos años ayudó a atacar y saquear buques franceses en el Caribe y se fue curtiendo –poco a poco- en el manejo de las armas. Así se convirtió en todo un «good boy» de la «Royal Navy» del que Ana I de Gran Bretaña e Irlanda se sentiría probablemente orgulloso.
Sin embargo, hubo dos factores que le terminaron llevando por el mal camino. El primero fue el fin de las hostilidades en 1713 (año en que se firmó el tratado de Utrecht). Cuando el conflicto acabó, la «Royal Navy» redujo sus efectivos en más de la mitad. Y eso dejó a miles de marinos sin trabajo.
El escritor Ernesto Frers recuerda en su libro «Piratas y Templarios» otra de las teorías: que «Barbanegra» se apellidaba realmente Drummond. La prolífica autora española de libros históricos Silvia Miguens Narvaiz es partidaria de esta teoría en su popular obra, «Breve historia de los piratas». En ella, de hecho, se refiere a este personaje directamente como Edward Drummond y determina que se cambió el nombre posteriormente.
En todo caso, e independientemente de este misterio inicial, lo que se sabe a ciencia cierta es que, cuando ya rozaba la veintena, era un sujeto alto (de unos dos metros), delgado, inteligente, carismático y capaz. Rasgos que le ayudarían posteriormente a convertirse en el terror de los marinos (honrados y malvados).
Marino y corsario
Tras adquirir una experiencia considerable en el manejo de buques mercantes, y según explica el historiador Francisco J. Fernández en su libro «Historias malditas y ocultas de la Historia», Edward se alistó como corsario al servicio de Gran Bretaña durante la Guerra de Sucesión Española (surgida tras la muerte sin descendencia de Carlos II). Durante esos años ayudó a atacar y saquear buques franceses en el Caribe y se fue curtiendo –poco a poco- en el manejo de las armas. Así se convirtió en todo un «good boy» de la «Royal Navy» del que Ana I de Gran Bretaña e Irlanda se sentiría probablemente orgulloso.
Sin embargo, hubo dos factores que le terminaron llevando por el mal camino. El primero fue el fin de las hostilidades en 1713 (año en que se firmó el tratado de Utrecht). Cuando el conflicto acabó, la «Royal Navy» redujo sus efectivos en más de la mitad. Y eso dejó a miles de marinos sin trabajo.
«La vida de los piratas» (Editorial Crítica): Barbanegra- ABC
El segundo, según explican autores como Miguens o Woodard, se relaciona más con la economía y la grandeza personal. Según parece, el futuro «Barbanegra» entendió que la vida asociada a la «Royal Navy» era demasiado sacrificada y ofrecía pocas retribuciones monetarias. Además de que era sumamente difícil ascender en el escalafón militar desde su posición de corsario.
Para él, la marinería real no era una opción. «En la jerarquía inglesa, los marinos estaban incluso por debajo de los jornaleros agrícolas. […] El trato que recibían apenas se distinguía del de los criminales», determina Woodard. El autor, incluso, explica que «los marinos padecían de “explosiones ventrales” o hernias por la necesidad de levantar a pulso cargas tremendamente pesadas que transportaban en toneles o barriles». Esa vida, según parece, no era para nuestro protagonista.
Un pirata
En busca de un negocio más lucrativo, Edward dio el salto a la piratería entre 1713 y 1715. Atendiendo a las diferentes fuentes, en estos años fue en los que se puso a las órdenes del también compañero de profesión Benjamín Hornigold, famoso rufián donde los hubiera y, posteriormente, nombrado gobernador de New Providence (una isla que acogió a miles de piratas desde 1716 a 1726).
El segundo, según explican autores como Miguens o Woodard, se relaciona más con la economía y la grandeza personal. Según parece, el futuro «Barbanegra» entendió que la vida asociada a la «Royal Navy» era demasiado sacrificada y ofrecía pocas retribuciones monetarias. Además de que era sumamente difícil ascender en el escalafón militar desde su posición de corsario.
Para él, la marinería real no era una opción. «En la jerarquía inglesa, los marinos estaban incluso por debajo de los jornaleros agrícolas. […] El trato que recibían apenas se distinguía del de los criminales», determina Woodard. El autor, incluso, explica que «los marinos padecían de “explosiones ventrales” o hernias por la necesidad de levantar a pulso cargas tremendamente pesadas que transportaban en toneles o barriles». Esa vida, según parece, no era para nuestro protagonista.
Un pirata
En busca de un negocio más lucrativo, Edward dio el salto a la piratería entre 1713 y 1715. Atendiendo a las diferentes fuentes, en estos años fue en los que se puso a las órdenes del también compañero de profesión Benjamín Hornigold, famoso rufián donde los hubiera y, posteriormente, nombrado gobernador de New Providence (una isla que acogió a miles de piratas desde 1716 a 1726).
Aunque la vida de Hornigold bien merece un reportaje, basta decir que este hombre (el mentor de «Barbanegra») era también un viejo súbdito inglés que, en poco tiempo, adquiriría un gran poder en el mundo de los piratas. Ejemplo de ello son las palabras que le dedica Jean-Pierre Moreau en su libro «Piratas: Filibusterismo y piratería en el Caribe y en los Mares del Sur»: «Llegó incluso a planear el descabellado proyecto de reclutar a cerca de 600 hombres para hacer la guerra a los franceses y a los españoles». Era, sin duda, el perfecto maestro.
Grabado de época de «Barbanegra»- Defoe, Daniel
Según parece, Hornigold supo valorar enseguida las capacidades marítimas de «Barbanegra» -como empezó a ser conocido Edward entre la tripulación- y le otorgó a finales de 1716 el mando de un barco apresado. Un «sloop o corbeta de un solo mástil con vela y foque» (en palabras de Miguens) o una «balandra» (según explica el escritor inglés Daniel Defoe, coetáneo del pirata, en «El capitán Teach, alias “Barbanegra”»).
Este último autor recoge en su obra una de las primeras acciones del recién llegado: «En la primavera del año 1717, Teach y Hornigold zarparon de Providence hacia los mares de América, y apresaron durante el viaje un billop [¿chalupa?] de la Habana, con 120 barriles de harina, y también una balandra de Bermudas, cuyo patrón se llamaba Thurbar, al que quitaron sólo unos galones de vino, y soltaron; y un barco que iba de Madeira a Carolina del Sur, al que quitaron un botín de considerable valor».
Así continuó hasta noviembre de 1717, mes en el que capturó un estupendo navío llamado «Le Concorde». El mismo bajel que se convertiría en su buque insignia y al que cambió el nombre por «Queen’s Anne Revenge» («La venganza de la reina Ana»). Sobre esta nave existen multitud de teorías. Aunque la más extendida es la que se explica en el reportaje «El barco perdido de Barbanegra» (History Channel). En este largometraje se basan en los informes elaborados posteriormente por el capitán del bajel francés para señalar que «Le Concorde» era un buque de esclavos de apenas siete años (por lo tanto, casi recién fabricado) «que navegaba rumbo a la Martinica».
Según parece, Hornigold supo valorar enseguida las capacidades marítimas de «Barbanegra» -como empezó a ser conocido Edward entre la tripulación- y le otorgó a finales de 1716 el mando de un barco apresado. Un «sloop o corbeta de un solo mástil con vela y foque» (en palabras de Miguens) o una «balandra» (según explica el escritor inglés Daniel Defoe, coetáneo del pirata, en «El capitán Teach, alias “Barbanegra”»).
Este último autor recoge en su obra una de las primeras acciones del recién llegado: «En la primavera del año 1717, Teach y Hornigold zarparon de Providence hacia los mares de América, y apresaron durante el viaje un billop [¿chalupa?] de la Habana, con 120 barriles de harina, y también una balandra de Bermudas, cuyo patrón se llamaba Thurbar, al que quitaron sólo unos galones de vino, y soltaron; y un barco que iba de Madeira a Carolina del Sur, al que quitaron un botín de considerable valor».
Así continuó hasta noviembre de 1717, mes en el que capturó un estupendo navío llamado «Le Concorde». El mismo bajel que se convertiría en su buque insignia y al que cambió el nombre por «Queen’s Anne Revenge» («La venganza de la reina Ana»). Sobre esta nave existen multitud de teorías. Aunque la más extendida es la que se explica en el reportaje «El barco perdido de Barbanegra» (History Channel). En este largometraje se basan en los informes elaborados posteriormente por el capitán del bajel francés para señalar que «Le Concorde» era un buque de esclavos de apenas siete años (por lo tanto, casi recién fabricado) «que navegaba rumbo a la Martinica».
«”Le Concorde” fue un premio gordo para "Barbanegra"»
«”Le Concorde” fue un premio gordo para "Barbanegra". Al ser un barco de esclavos era rápido, estaba bien armado y podía ser reconvertido en un buque de guerra más formidable si cabe», explica en el susodicho reportaje el historiador Angus Konstam. En la cubierta de este navío y junto a Hornigold, «Barbanegra» tomó decenas de presas y empezó a formajarse su propia leyenda.
Al menos, hasta 1718. «Al año siguiente, con una pequeña flota de cuatro navíos y cerca de 300 hombres bajo su mando, Teach decidió que era hora de navegar por su cuenta» señala, en este caso, la autora española.
Su aventura en solitario no le fue ni mucho menos mal. Con su propia escuadra se dedicó a robar, saquear y asesinar desde Honduras hasta Virginia (en tierras regidas por la Corona española y británica). «En tan solo un año, más de 40 naves cayeron víctimas de su piratería», completa la experta. Frers es de la misma opinión y, tras recordar que «ni españoles ni ingleses lograron capturarlo», hace hincapié en que «Barbanegra» llegó a bloquear durante una semana el gran puerto de Charleston (en Carolina del Sur).
Su creciente poder le llevó incluso a llegar a un acuerdo con el gobernador de Carolina del Norte para que este hiciera la vista gorda a cambio de su tajada de los botines. Con todo, su malvada campaña llegó a su fin en 1718, cuando fue muerto por orden del gobernador inglés de Virginia.
Así era «Barbanegra»
¿Cómo era realmente «Barbanegra»? Los historiadores le definen como un hombre gigantesco (lo que hace suponer que medía unos dos metros), fornido, y con una espesa barba negra y trenzada que le cubría una buena parte del pecho.
También destacaba por no prestar demasiada atención a la higiene. Así lo afirma Miguens, que se atreve a señalar en su libro que «Barbanegra» era repulsivo y que apestaba a sudor, ron y pólvora. Su ropa, según Fernández, tampoco estaba formada precisamente por piezas exquisitas: «En consonancia con la barba estaban los andrajos que portaba. De color oscuro incierto, por estar llenas de costras y manchas provocadas por la bebida, la inmundicia y la sangre de sus víctimas».
Por si fuera poco, «Barbanegra» solía entrar en batalla con la cabeza, literalmente, echándole humo. Y es que, para aumentar todavía más su imagen de diablo, solía colgarse del pelo (según algunas fuentes, de la barba) dos mechas de combustión lenta encendidas. En combate, estas hacían que se viera como un auténtico demonio.
Su reputación, por otro lado, era más merecida. Aquellos que más sufrían su ira eran sus enemigos. «Después de capturar un barco, asesinaba a toda la tripulación y, para robar el anillo de algún pasajero, podía llegar a cortarle el dedo», explica la autora en su obra. Pero sus aliados tampoco evitaban su furia. Se cuenta que solía disparar a la tripulación con las múltiples pistolas que llevaba colgadas de su cinturón, y que cuando uno de los marineros moría, las risas estaban garantizadas.
Otro de los pasajes más recordados sobre «Barbanegra» es narrado por el autor de su misma época Charles Johnson en su «Historia general de los robos y asesinatos de los más famosos piratas»: «Barbanegra, sin mediar provocación, sacó un par de pistolas pequeñas y las amartilló bajo la mesa. Apagó de un soplo la vela y las descargó sobre su compañía. Israel Hands, el capitán, recibió un disparo en la rodilla y quedó cojo de por vida. Al preguntarle por qué lo había hecho, respondió que sino matase a alguno de ellos de vez en cuando, olvidarían quién era».
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