«La más fuerte impresión de nuestra primera juventud -teníamos a la sazón siete años- de la que conservamos todavía vívido recuerdo, fue la emoción que provocó en nuestra alma de niño la vista de una catedral gótica.
Nos sentimos inmediatamente transportados, extasiados, llenos de admiración, incapaces de sustraernos a la atracción de lo maravilloso, a la magia de lo espléndido, de lo inmenso, de lo vertiginoso que se desprendía de esta obra más divina que humana». En 1967 los españoles leían por primera vez en castellano estas primeras líneas de uno de los libros más enigmáticos jamás publicado. Todo en «El misterio de las catedrales» intrigaba -y aún intriga-: ¿Qué enigma escondían las catedrales? ¿Qué secreto se revelaba entre sus páginas? ¿Quién se ocultaba bajo el seudónimo de Fulcanelli?
El libro había visto la luz por primera vez en Francia en 1926, en una edición de apenas 300 ejemplares lujosamente ilustrada por el pintor Jean Champagne. Firmaba el prólogo el joven Eugène Canseliet, que se presentaba como discípulo del autor. Aquella primera edición «no tuvo repercusión, pero con la segunda y tercera las ventas se dispararon hasta convertirse en un auténtico fenómeno», recuerda el historiador José Luis Corral. El París de entreguerras, donde existía un movimiento de apasionados por los misterios, el ocultismo y la alquimia, era «un campo de cultivo bien abonado» para un libro que aplicaba todos esos temas a las catedrales góticas.
Para el enigmático Fulcanelli, las catedrales constituían un compendio de todos los conocimientos de la alquimia medieval. Los principios de la sabiduría hermética se encontraban allí expuestos, a la vista de todos, pero a través de símbolos incomprensibles para los no entendidos. El alquimista relacionaba, por ejemplo, la planta de las catedrales en forma de cruz con el crisol alquímico y vinculaba los siete medallones de la Virgen en la fachada de Nôtre Dâme con los siete metales del proceso alquímico para la obtención de oro. Afirmaba que el «arte gótico» procedía del término «argot», un lenguaje secreto que solo los iniciados conocían y que la luz que penetraba en el interior de las catedrales poseía propiedades taumatúrgicas porque las vidrieras filtraban los rayos dañinos del sol.
«Los apasionados del esoterismo lo consideraron como su libro de cabecera, pero los académicos lo vieron como una especie de broma sin interés», continúa el catedrático de Historia Medieval de la Universidad de Zaragoza que se interesó en Fulcanelli en 2004, cuando comenzó a escribir su novela «El número de Dios», ambientada en la construcción de las catedrales góticas de Burgos y León. Después llegarían «Fulcanelli. El dueño del secreto» (2008) o «El enigma de las catedrales» (2012), sobre los mitos y misterios de la arquitectura gótica.
En España, la obra de Fulcanelli no tuvo tanta repercusión como en Francia, al menos hasta los años 70 del siglo XX, pero lleva publicándose de forma ininterrumpida durante medio siglo. Si ese logro ya constituye un misterio en sí para cualquier libro, mucho más para un oscuro tratado de alquimia como «El misterio de las catedrales». A juicio de Javier Sierra, su secreto es que «contiene un material imperecedero y altamente fascinante».
«La clave está en que nos enseña a "leer" el arte gótico en general, y las fachadas de la catedral de Notre Dame de París en particular, utilizando la rica simbología de la alquimia. De hecho, nos obliga a preguntarnos cuánto de ese saber "hermético" manejaron los maestros constructores del gótico y de dónde lo obtuvieron», explica el escritor. Ésa es, en su opinión, la mayor aportación del libro: «Nos enseñó a "leer" las catedrales, no solo a (ad)mirarlas».
Para José Luis Corral, ese contenido lleno de simbolismo y con diferentes vías de interpretación es una de las claves que explican su éxito, aunque el misterio siempre ha atraído a miles de lectores «sobre todo si se mezclan y confunden como es el caso de este libro, realidad y fantasía». Historiográficamente, aclara el historiador de la Universidad de Zaragoza, «no aporta nada y está lleno de errores de interpretación» ya que, por ejemplo, «considera como originales de la Edad Media, y así las analiza, esculturas que se labraron en el siglo XIX en las obras de restauración de la catedral de Nuestra Señora de París y lo mismo hizo con las vidrieras, que tampoco eran, salvo el rosetón norte, medievales».
«En cuanto a la interpretación de aspectos lingüísticos, como derivar la palabra "argot" del concepto "arte gótico" y decir que el argot era "el lenguaje de los pájaros" es absurdo», continúa el historiador.
El misterio del misterio
El verdadero secreto del interés que aún hoy despierta Fulcanelli es, a su juicio, «el misterio que rodeó a su autor en todos los sentidos, desde sudesconocida e intrigante personalidad hasta su desaparición».
Carlos J. Taranilla de la Varga lo incluye entre los personajes enigmáticos de los que escribe en su último libro sobre «Grandes enigmas y misterios de la Historia» (2017). «A día de hoy, no se sabe a ciencia cierta su identidad. Fulcanelli quedó en el anonimato», subraya este escritor y divulgador leonés antes de relatar un episodio que contribuyó a aumentar su halo misterioso.
En el libro «El retorno de los brujos» (también traducido como «El amanecer de los magos»), se recoge un episodio supuestamente ocurrido en 1937 en el que el científico Jacques Bergier «creyó tener excelentes razones para creer que se hallaba en presencia de Fulcanelli». Bergier trabajaba entonces como ayudante del científico pionero en la investigación nuclear André Helbronner en un laboratorio de ensayos de la Sociedad del Gas, de «El misterio de las catedrales» París, cuando un «misterioso personaje» le advirtió de los peligros de la energía nuclear.
«Los trabajos a que se dedican ustedes y sus semejantes son terriblemente peligrosos. Y no son solo ustedes los que están en peligro, sino también la Humanidad entera (...) Pueden fabricarse explosivos atómicos con algunos gramos de metal, y arrasar ciudades enteras. Se lo digo claramente: los alquimistas lo saben desde hace mucho tiempo (...) Bastan ciertas disposiciones geométricas, sin necesidad de utilizar la electricidad o la técnica del vacío», contaba Bergier que le dijo aquel hombre, anticipándose en ocho años a la detonación de la primera bomba atómica.
«Queda ese enigma de si era Fulcanelli y de si se adelantó con sus declaraciones a los acontecimientos nucleares», admite Taranilla de la Varga algo receloso, porque ese episodio fue escrito por Louis Pauwells «a toro pasado, ya que el libro se publicó en 1963». «Todo huele a tufo», añade.
Javier Sierra indica que, «por desgracia», no existe ningún documento anterior de Bergier que pruebe la veracidad de este testimonio recogido en «El retorno de los brujos». El escritor describe a Bergier como «un hombre fascinante, que estuvo implicado en mil campos -desde el espionaje a la ciencia de vanguardia- y una fuente inagotable de anécdotas». La de Fulcanelli «es una más», aunque sus libros rebosan de otras no menos intrigantes, según Sierra.
«Siempre estuvo muy obsesionado con el uso bélico de la energía nuclear. Solo eso explica que años después afirmase que el famoso manuscrito Voynich, ese libro indescifrable medieval que se guarda en la Universidad de Yale, era en verdad un tratado para el manejo de la fuerza del átomo», añade.
El supuesto encuentro habría tenido lugar ocho años después de que saliera a la venta un segundo libro de Fulcanelli, «Las moradas filosofales» (1929), en el que ampliaba sus teorías alquímicas a otros edificios góticos civiles y militares. Después, desapareció. No así las conjeturas sobre su identidad, que no dejaron de proliferar. Se pensó en su prologuista, en el pintor, en un tal Rosny el Viejo (escritor de obras esotéricas), en el Doctor Jaubert y otros aficionados al ocultismo como Castelot, Fauguerons o Dujols... También se sostuvo que tras el seudónimo se amparaba un colectivo de masones, alquimistas y ricos aficionados a las ciencias ocultas de París que se hacían llamar Los Hermanos de Heliópolis, a los que Fulcanelli dedicó su obra.
«Los únicos que le conocían, Canseliet y Champagne, sostenían lacónicamente que se trataba de un aristócrata de mediana edad, con cuya fortuna había estado a las puertas de descubrir la piedra filosofal», relata Taranilla de la Varga en su libro.
Sevilla y la conexión Heliópolis
Las especulaciones lo llevaron hasta Sevilla, donde varios discípulos dijeron haberlo visto en los años 50, con una apariencia mucho más joven de la que correspondería a su edad debido a que había comprobado los efectos del elixir de larga vida. Allí lo situó José Luis Corral en su novela «Fulcanelli. El dueño del secreto» (2008), vinculando al misterioso alquimista con el barrio sevillano de Heliópolis.
«Cuando se hizo en 1929 la gran Exposición Universal de Sevilla, varios masones participaron en el diseño de la misma. El barrio nuevo que se construyó para albergar los edificios de la exposición recibió el nombre de Heliópolis, "la ciudad del sol", nombre extraño y ajeno por completo a Sevilla», explica Corral.
Él, sin embargo, no cree que Fulcanelli fuera una única persona. «Se han propuesto varios nombres, todos ellos miembros de las tertulias que se reunían en las librerías de temas esotéricos en el barrio de Montparnasse en París. Probablemente se trate de un colectivo formado por varios de ellos, pues el estilo del libro "El misterio de las catedrales" parece obra de varias manos», afirma.
¿Un anagrama?
Para Javier Sierra, «quizá la clave se esconda en el propio pseudónimo de "Fulcanelli"» y en esa primera edición de «El misterio de las catedrales» de 1926, de la que se conserva un ejemplar en la Biblioteca Nacional de Francia en París y media docena de ejemplares (hoy de gran valor) más en manos de particulares o bibliotecas masónicas. El escritor explica que con las letras de su nombre se puede armar una misteriosa frase en francés: «l'écu final» (el escudo final) y en la edición original de 1926 -no en posteriores ni en las traducciones- figura un escudo con otra misteriosa frase: «Uber Campa Agna». «Qué curioso que el nombre completo de Julien Champagne, uno de los eternos candidatos a ser Fulcanelli, un artista bohemio y ocultista del París de principios del siglo XX, fuera Julien Hubert Champagne. Uber Campa Agna, pronunciado a la francesa y rápido, recuerda a ese nombre. Eso es cábala fonética, algo que lauda repetidamente "El misterio de las catedrales"», constata.
En 1999, Jacques d'Arès causó un gran revuelo al sacar a la luz un manuscrito presuntamente escrito por Fulcanelli titulado «Finis gloriae mundi», como el célebre cuadro de Juan de Valdés Leal. Surgieron muchas dudas, «razonables» en opinión de Sierra, porque «ese libro, citado por Fulcanelli, nunca se publicó en vida de éste». Tras leer lo que se ha publicado después sobre él, el escritor considera que «no es improbable que sean notas incompletas del mismo autor de "El misterio de las catedrales" y "Las moradas filosofales"». José Luis Corral discrepa: «Mi opinión es que Fulcanelli, fuera quien fuese, no es el autor de este libro, si no alguien que aprovechó el Escudo de la edición original nombre par intentar seguir atesorando éxito, que no logró».
La identidad de Fulcanelli nunca se ha aclarado, probablemente porque nunca se ha abordado una investigación en serio al respecto, a juicio de Corral. «Cuando se ha hecho desde los "incondicionales" ha primado mantener el misterio y el academicismo -especialmente el francés, que es muy rígido, conservador y poco atrevido- no ha querido entrar en ello por parecerle un tema impropio de una investigación seria. Y así seguimos».
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