14 de octubre de 2017

CRÍTICA DE TEATRO «La dama duende»:

El arte del fingimiento.
Joaquín Notario y Marta Poveda, en una escena de la obra
Joaquín Notario y Marta Poveda, en una escena de la obra - MarcosGPunto
La Compañía Nacional de Teatro Clásico presenta la obra de Calderón, dirigida por Helena Pimenta.Las convenciones sociales -cada época tiene las suyas- conllevan una ración generosa de fingimientos como lubricante de las relaciones humanas. En esta comedia de capa y espada que un joven y pujante Pedro Calderón de la Barca escribió en torno a 1629, el fingimiento es el catalizador de la trama: finge ser fantasma la joven viuda doña Ángela para flirtear reservadamente y sin menoscabo de su honra con don Manuel, enamorado hasta la trancas de ella, una dama que al cabo no conoce; fingen los hermanos de la bella, don Juan y don Luis, que ocultan a esta de los ojos de don Manuel, huésped en su casa, para que el honor de Ángela no sea empañado, y fingen todos, amos y criados, que no pasa lo que está pasando.
«La dama duende» (***)Autor: Calderón de la Barca. Versión: Álvaro Tato. Dirección: Helena Pimenta. Escenografía: Esmeralda Díaz. Vestuario: Gabriela Salaverri. Iluminación: Juan Gómez Cornejo. Vídeo escena: Álvaro Luna. Intérpretes: Marta Poveda, Rafa Castejón, Joaquín Notario, David Buceta, Álvaro de Juan, Nuria Gallardo, Cecilia Solaguren, Paco Rojas y Rosa Zaragoza. Teatro de la Comedia. Madrid.Con «La dama duende» y «El galán fantasma», compuestas por las mismas fechas, Calderón orquesta un díptico sobre el amor que se disfraza con los ropajes del misterio para superar barreras. La primera es -y la segunda también- una deliciosa comedia que ironiza con lo sobrenatural a través del abracadabra de un pasadizo secreto para jugar traviesamente con las apariencias y lo oculto, los lances de espada y el amor, la fuerza del deseo y las exigencias del honor, con una protagonista atrevida y astuta que, muy protofeminista ella, se las apaña para burlar los severos preceptos sociales de la época. En este montaje se ha trasladado la acción a los claroscuros decimonónicos y el asunto sigue funcionando muy bien.

El sugerente entramado exige delicadeza y claridad. Las tiene la versión cocinada por Álvaro Tato y, en general, la puesta en escena de Helena Pimenta, que borda de forma emocionante y sutil escenas como la declaración mutua de amor de don Juan (formidable Joaquín Notario) y doña Beatriz (bravo por Nuria Gallardo), aunque presenta problemas de puntos de vista o perspectiva en el momento en que don Luis (impetuoso y gallardo David Boceta) espía lo que traman las damas en el jardín: mientras hablan, se pasea entre ellas y expresa sus propias cogitaciones, lo que puede llevar a confusión, y en las transiciones en que los personajes pasan directamente del jardín a las habitaciones cerradas con llave. La escenografía de Esmeralda Díaz remite a la que ella misma firmó con Alejandro Andújar para «La vida es sueño», una caja en la que diversos elementos móviles indican que se está en una habitación u otra. Pura orfebrería, como es habitual, la luz de Gómez Cornejo, y estupenda, llena de brío, gracia, recursos vocales y corporales la doña Ángela de Marta Poveda, y muy bien el don Manuel estupefacto y enamorado que compone Rafa Castejón, insuperable en la expresión de esos personajes llenos de matices quebradizos. Aplausos también para el resto del reparto.

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