por José Luis Nájenson.
Por uno de esos azares, que aún son misterios, ojos de tormentas invisibles en las esferas del tiempo, Don Quijote de la Mancha y Sancho Panza arribaron a Jerusalén a mediados de marzo de 2016, en medio del barrio judío de la Ciudad Santa.Desde un adarve vieron el Monte del Templo con sus dos cúpulas, la de oro y la de plata, y el Muro Occidental, que al principio no atinaron a reconocer. Del otro lado de la muralla, solitario, se alzaba un molino de viento que el Barón de Montefiore en su tiempo había hecho traer de Europa. Cuando Sancho lo vio, trató de ocultarlo a la vista de su amo con su cuerpo y el de su pollino, no fuera que de nuevo le diese la manía de atacarlo, como ya había ocurrido.
Don Quijote y Sancho Panza (1868) de Honoré Daumier
– ¿Adónde hemos dado con nuestros huesos, hermano Sancho -inquirió el Quijote, contemplando el Domo de la Roca con ojos extasiados. – Se me hace que nos hallamos muy lejos de Castilla, a juzgar por esas suntuosas mezquitas -respondió Sancho, más ocupado en tapar el molino que en descubrir dónde estaban. – ¡Válgame Dios!¿Acaso en tierras de moros? – No acierto a saberlo, mire Vuesa Merced que hay también cruces de iglesias –y aprovechó para desviar la mirada del Quijote hacia intramuros. ¿Será éste el extremo Reino de Murcia, del cual se dice que alberga moros y cristianos avenidos? – Y también judíos -le corrigió el Quijote- como reza en las memorias del Paladín de Albacete. – Así ha de ser, pues los vestidos de estas gentes son extraños. Parecen antojos de viaje o, más bien, disfraces y afeites para la noche de San Juan, aunque no sea tiempo. – ¡Esta vez has dado en el clavo! ¿Qué día es hoy? – No el de ese santo, pues estamos a dieciocho de marzo de 1604, del Nacimiento del Señor. – ¡Pardiez! -exclamó Don Quijote sacándose el yelmo y arrojándolo al aire, en un gesto inusual- Ya sé dónde estamos…No en Murcia, ni Sevilla ni Granada, sino en Jerusalén, que Dios sea loado. Estos disfraces son propios de la fiesta hebrea de Purim, cuando los judíos recuerdan su salvación en Persia. Desde allá arriba vimos las ruinas del Monte del Templo del Rey Salomón, y un poco más allá se halla el Santo Sepulcro de Nuestro Señor, como lo sabe cualquier Caballero que se precie. ¡Saca tu espada Sancho, que arremeteremos contra los infieles para liberar otra vez la sagrada tumba de las manos de los agarenos, como lo hicieron los valerosos guerreros de la Orden del Temple!
Don Quijote y los molinos
Viendo que había sido peor el remedio que la enfermedad, Sancho optó por preferir el mal menor y dijo:– Sea como Vuesa Merced lo desee, pero fuera de la muralla hay un gigante plantado que requiere atención previa, puesto que puede malograrlo todo. – ¿Por qué no me lo advertiste antes? ¡Vamos, presto! –y montando en Rocinante de un salto, lo espoleó hasta que salió disparado rumbo al adarve donde habían estado hacía pocos minutos -¡Allí está el muy maldito! No es otro que Briareo, el peor de todos los gigantes hechizados por el Sabio Frestón, mi temible enemigo, con sus cien brazos y cincuenta cabezas. -Y seguido a duras penas por Sancho en su jamelgo, cruzó el Portal de La Basura a galope tendido sin que nadie se asombrara demasiado, pues lo veían como una gracia de Purim.
Tras la extendida lanza, Don Quijote y Rocinante embistieron la puerta del molino, por suerte vacío a esa hora, cayendo estrepitosamente en el fondo donde todavía había restos de harina, amarillada por el tiempo. Sancho logró detener a su asno antes de que ambos se estrellaran contra la pared de piedra, y corrió en auxilio de su amo.
– Mi señor Don Quijote… – dijo con la voz adelgazada por la preocupación- estáis sano y salvo? – Peor ha de estar Rocinante, que ha aliviado mi caída, mirad por él.
Sancho alzó al caballo por la brida, no sin antes arrojar un buen chorro de su bota de agua sobre el rostro del Quijote, que había perdido el yelmo y la celada, y ofrecerle un trago de su repleta bota de vino. Después de revisar al animal, tranquilizó a su amo:
– No es nada serio, apenas unos rasguños provocados por las rodilleras de vuestra armadura.
Don Quijote, entonces, se permitió una mirada en derredor y exclamó:
– ¡Loado sea Dios, creo que estamos en la panza de Briareo! La única manera de salir de aquí es prendiéndole fuego, como está en la historia del mentado Paladín. – Perdóneme Señor, pero nos hallamos en el interior del molino, cuya puerta fue forzada por vuestra lanza, y este montón de harina que frenó vuestra caída lo prueba. ¡Aquí no hay más panza que la de Sancho Panza, y plazca a Dios que os sacaré de aquí!
Don Quijote y los molinos de viento. Salvador Dalí
Y haciendo caso omiso, por primera vez, de las protestas de su amo, los llevó a ambos, casi a empujones, al borde de la calle. Cuando el Quijote se vio en libertad, abrazó a Sancho diciendo:– Esta vez, el héroe eres tú, mi fiel escudero. De no ser por tu denodado valor, Frestón nos hubiese encerrado allí para siempre. Has sabido conjurar el embrujo con tu rápida acción y por ello mereces ser nombrado caballero como tanto lo has deseado. Algo del espíritu de Purim, donde el siervo se viste de señor y el señor de siervo, te ha tocado.
Dicho esto, ambos desaparecieron con sus cabalgaduras, tan misteriosamente como habían llegado. Al arribar la policía israelí, alertada por peatones que habían visto el curioso hecho, descubrió entre la harina y junto a un yelmo y una celada antiguos una bomba a punto de estallar, que fue desmantelada de inmediato, sin víctimas.
Esa noche en Jerusalén las aspas del molino comenzaron a girar, aunque no había viento.
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