6 de noviembre de 2017

CUENCA, UN VIAJE A TRAVÉS DE LA LITERATURA,

por Francisco Castañón.
Cuenca, ciudad y provincia, ocupa un lugar relevante en la historia de nuestras letras. Las tierras conquenses -Alcarria, La Mancha, Manchuela y sus diversas Serranías-, han sido origen e inspiración de narradores, ensayistas, cronistas y poetas, así como epicentro de no pocos hechos históricos de considerable calado. Por ello, la destacada presencia de Cuenca en la literatura nos permite realizar un viaje en el tiempo, para reencontrarnos con autores y obras que han dado, a través de diferentes épocas, contenido y significación a la cultura.

Daremos comienzo a este itinerario trasladándonos a la Edad Media. Un periodo desde siempre calificado de oscuro y que, por el contrario, cuanto más vamos conociendo del talento y capacidades de quienes vivieron entonces, más se nos presenta como un momento, sin duda inclemente y escaso de humanidad, pero no tan alejado, como pudiera pensarse, de los valores y conocimientos que habían naufragado tras la caída del Imperio romano de Occidente.

Fue en el medievo, cuando Alfonso VIII de Castilla puso cerco a la ciudad de Cuenca a comienzos de 1177 y, según relata la tradición, después de varios meses, el 21 de septiembre de aquel año, el rey entró en la ciudad gobernada por el alcaide Abu Beka que no recibió la ayuda requerida del califa Yacub Yúsuf, pasando a pertenecer desde aquel día al reino de Castilla. Tras la toma de la ciudad el nuevo señor otorgó un Fuero a Cuenca que se convertiría en referente de los posteriores Fueros de Castilla, León, Aragón y Portugal. En estos tiempos de Caballeros cristianos y Órdenes militares, es donde nos encontramos con el cronista Giraldo, canciller del rey Alfonso VIII y autor en 1212 de la Historia antigua de la conquista de Cuenca.

A lo largo de la Edad Media fueron varios los escritores conquenses que plasmaron sabiduría y experiencia en obras de diferente contenido. Uno de ellos fue Egidio Álvarez de Albornoz y Luna, conocido como Gil Álvarez de Albornoz. Nacido en Carrascosa del Campo en 1310, fue elegido Arzobispo de Toledo en 1338 y nombrado Cardenal a los cuarenta años por el papa Clemente VI. Escribió tres Constituciones, entre las que llama la atención las Constituciones contra clérigos concubinarios. Pues era una práctica extendida entre ciertos religiosos convivir con barraganas, algo contra lo que este autor arremetió en las Constituciones citadas.



Asimismo, debemos fijar nuestra atención en Pedro Carrillo de Huete, político e historiador del siglo XV. Entre los cargos que ocupó estuvo el de Halconero Mayor del rey Juan II de Castilla. Fue autor de la denominada Crónica del Halconero que relata los acontecimientos del reinado de Juan II entre los años 1420 y 1450, empleando para ello documentos, protocolos y registros oficiales e información privilegiada de primera mano, ya que fue testigo presencial hasta 1440 de muchos de los sucesos que reseñó. Esto confiere a su Crónica de Juan II (ya que según los especialistas este título concuerda más con el sentido y tema de la obra) una gran veracidad histórica. Aportando además al texto unos doscientos documentos de aquella etapa, de los cuales cuarenta de ellos aparecen en su versión íntegra.

Sin embargo, no fue Carrillo de Huete el único hombre de letras que rodeó a Juan II. El Condestable del rey, Álvaro de Luna, también fue hombre dado a la literatura y autor de numerosos poemas. Nació en Cañete, allá por 1389, y aunque era de origen bastardo fruto, probablemente, de los amoríos de su padre, el noble aragonés Álvaro Martínez de Luna, con María Fernández Jaraba, llamada La Cañeta, llegó a ser la persona más poderosa de Castilla en la primera mitad del siglo XV. De su producción hay que destacar el Tratado de las virtuosas e claras mugeres, obra en favor de las mujeres, del “trato galante” que éstas debían recibir y en contra de la misoginia que imperaba en los escritos de otros autores de esta época.



También hay que citar a Alfonso de Toledo, autor poco conocido que escribió la obra Atalaya de las Crónicas, y por último, antes de abrir la puerta del Renacimiento, debemos fijarnos en la figura de Mosén Diego de Valera, nacido en Cuenca en 1412 y poseedor de una nutrida biografía, ya que fue militar, diplomático, humanista, traductor, escritor e historiador. Viajó por Europa al servicio de Carlos VIII de Francia y de Alberto de Bohemia, rey de Hungría, siendo embajador de Castilla en varias comisiones enviadas a Dinamarca, Inglaterra, Borgoña y Francia. Fue el autor de veintiséis epístolas enviadas a Juan II, Enrique IV y a los Reyes Católicos en los que aconsejaba sobre diversos asuntos, lo que le costó más de un disgusto. Igualmente, escribió la Crónica Valeriana, el Memorial de diversas hazañas sobre el rey Enrique IV y la Crónica de los Reyes Católicos sobre la guerra con Portugal y la guerra de Granada.

Entrado el siglo XVI se produjo una efervescencia intelectual en toda Europa a la que Cuenca no fue ajena, aportando nombres notables a la cultura local y española. En aquellos tiempos, la economía de la ciudad de Cuenca estuvo dominada por una industria textil de gran prestigio, lo que hizo crecer a la ciudad en población y construcciones hasta bien entrado el siglo XVII. La transformación de lanas y, por ende, del comercio de paños y la elaboración de alfombras elevó la población en el siglo XVI a más de quince mil almas.

Sin embargo, la epidemia de peste declarada en 1588 supuso el inicio de una decadencia que fue aderezada con una larga sequía, plagas de langostas, la subida del precio de la lana, la caída del pastoreo trashumante y, finalmente, con el hundimiento de las empresas conquenses dedicadas a la producción de paños. La herida fue tan profunda que la población de la ciudad de Cuenca llegó a reducirse un 90%, pasando a tener poco más de mil quinientos habitantes.

Sin embargo, en aquellos siglos en los que Cuenca conoció el esplendor y luego la crisis, la prosperidad y ulterior penuria, aparecieron los nombres que el ilustrado Mateo López recopiló para la posteridad en el siglo XVIII, cuando Cuenca vuelve a conocer momentos de bienestar y desarrollo. Este arquitecto, según aseveran algunos estudiosos de su figura, es un personaje apenas conocido en Cuenca, ciudad en la que llevó a cabo una importante transformación urbanística a caballo entre los siglos XVIII y XIX, contribuyendo a establecer el paisaje urbano que tiene la urbe en la actualidad. Fue autor de las Memorias históricas de Cuenca y su obispado escritas hacia 1786 e inéditas hasta 1949, cuando fueron recuperadas por Ángel González Palencia. Asimismo, Amalia López-Yarto Elizalde con su trabajo Vida y obra de un arquitecto de Iniesta ha posibilitado la recuperación de este notable ilustrado.

Luisa Sigea

Como sucedió con muchos intelectuales de aquella época, animados por las ideas reformistas del momento y la necesidad de contribuir al progreso de la cultura a la luz de la razón, llevó a cabo el inventario de aquellos creadores y pensadores de un periodo anterior a la suya que no podían quedar relegados al olvido. Entre ellos, Juan Rodríguez de Cuenca, Tomás de Cuenca, el cardenal don Francisco de Mendoza, fray Francisco Zamora, Juan de Maldonado, Andrés Muñoz, Diego Cortés, Luis y José Valle de la Cerda, Miguel Toledano, Fernando Chirino de Salazar, Baltasar Porreño, Miguel Caxa de Leruela, fray Luis Aparicio, fray Pedro Xaraba, el padre Luis de Molina, fray Diego de Arce, Miguel Sánchez de Ortega, fray Antonio de Santamaría, Juan Martínez de Cuéllar o Francisco Antonio Burillo. Todos egregios personajes de las letras conquenses en los siglos XVI y XVII, cuyo legado es a buen seguro merecedor de un pormenorizado comentario para el que no tenemos espacio en esta aproximación global a las letras conquenses.

Regresando al siglo XVI debemos mencionar a dos naturales de Taracón nacidos en esta centuria. Por un lado, al teólogo dominico fray Melchor Cano que fue obispo de Canarias, cargo del que dimitió para dirigir el colegio de San Gregorio en Valladolid, y autor de renombradas obras entre las que encontramos su Consultatio Theologica. Por otro, a Luisa Sigea, mujer de celebrado intelecto que hablaba francés e italiano y dominaba el latín, el griego, el hebreo y el caldeo. Su obra más destacada es el poema escrito en latín Syntra.

Fray Melchor Cano

Y antes de abandonar este siglo, nos haremos eco de una noticia fundamental para la difusión de la cultura, la implantación de un avance tecnológico sin precedentes que dio un impulso decisivo a la divulgación del saber. Me refiero a la imprenta, la cual llegaría a la ciudad del Júcar hacia 1529. La primera obra conquense editada por tan asombrosa máquina, no fue una Biblia o un libro de carácter religioso, algo habitual en las ediciones de aquel tiempo, sino los Principios de gramática en romance de Luis de Pastrana. Autor que al parecer fue capellán y del que no existe en la actualidad demasiada información.

En otro orden de cosas, la corriente de pensamiento erasmista tuvo por entonces gran predicamento y, como bien comentó el historiador de la literatura Juan Luis Alborg, dos autores conquenses, Alfonso y Juan de Valdés, representaron con entusiasmo esta doctrina. Estos hermanos encabezaron lo que podría denominarse un grupo de presión cercano al emperador Carlos V. Uno y otro respectivamente, encarnaron las dos tendencias, moralizadora y mística, de esta ideología del humanismo renacentista. Del primero cabe destacar dos obras, Diálogo de Lactancio y un Arcediano y el Diálogo de Mercurio y Carón. Del segundo, si algo cabe subrayar es que fue muy radical en sus planteamientos. De él se llegó a decir que era más erasmista que el precursor de esta doctrina, Erasmo de Róterdam.

Fray Luis de León

Fray Luis de León, natural de Belmonte, uno de los grandes nombres de las letras hispanas de todos los tiempos y figura emblemática del Renacimiento español, elevó el nombre de las tierras conquenses a lo más alto del paisaje literario de nuestro país. Sería arduo sintetizar en estas breves páginas lo que ha significado este conquense o, mejor dicho, belmonteño, en el acervo cultural español. Anotar aquí tan sólo que la tendencia erasmista, según algunas voces autorizadas como el hispanista francés Marcel Bataillon, puede atisbarse también en la producción de Fray Luis. En este sentido, debe citarse su obra De los nombres de Cristo.

Igualmente, el canónigo catedralicio Sebastián de Covarrubias y Horozco, hijo del escritor toledano Sebastián de Horozco, pasó a la historia por ser, además de un afamado lexicólogo, el autor del Tesoro de la lengua castellana o española publicado en 1611. El diccionario que realizó este gran erudito es el primero en que el léxico castellano es definido en dicha lengua y, más aún, el primer diccionario de este tipo publicado en Europa en una lengua vulgar de cuya edición príncipe se tiraron mil ejemplares. Asimismo, fue autor de Emblemas morales, del Tratado de cifras y de una traducción de las Sátiras y Epístolas de Horacio. Aunque las dos últimas obras mencionadas se perdieron entre las sombras de la historia.

Antonio Ponz
No es posible olvidarnos en este recorrido del más ilustre de los escritores, don Miguel de Cervantes. Más aún cuando conmemoramos ahora el IV centenario de la publicación de la II parte del Quijote. Dos localidades conquenses, San Clemente y Mota del Cuervo, están presentes en lo que hoy se conoce como la Ruta de Don Quijote. Por otra parte, Cuenca aparece varias veces en las aventuras del genial hidalgo. En el Capítulo XXI de la segunda parte, Donde se prosiguen las bodas de Camacho, con otros gustosos sucesos, para exclamar: “¡Pardiez, que según diviso, que las patenas que había de traer son ricos corales, y la palmilla verde de Cuenca es terciopelo de treinta pelos!”, así como en el Capítulo XXXIII, también de la segunda parte, De la sabrosa plática que la duquesa y sus doncellas pasaron con Sancho Panza, digna de que se lea y de que se note,donde bien se apunta que “más calientan cuatro varas de paño de Cuenca que otras cuatro de límiste de Segovia”.

Luis Astrana Marin

Otra firma del prolífico Renacimiento fue Juan Pablo Mártir Rizo, autor de la Historia de la muy noble y leal ciudad de Cuenca, escrita en 1627, impresa en Madrid en 1629 y dedicada al capitán y virrey don García Hurtado de Mendoza. Este escritor fue amigo de Quevedo y por supuesto contrario a todo lo que saliera de la pluma de Lope de Vega. En 1626 publicó un tratado político bajo el título Norte de Príncipes, se ocupó en otros libros de personajes como Séneca o Mecenas y de otros menos conocidos como Felipa Catanea, la lavandera de Nápoles, que inspiró a varios dramaturgos de nuestro Siglo de Oro.

Al igual que otros contemporáneos suyos se sumó a la defensa de España contra aquellos que desde el extranjero iban construyendo nuestra leyenda negra. Así lo hace en su Historia de las guerras de Flandes. Pero como se ha dicho, Juan Pablo Mártir Rizo es conocido sobre todo por su Historia de Cuenca en la que ya destacó la importancia de ésta en el ámbito literario: “Yo escribo la Historia de la gran ciudad de Cuenca, celebrada de los antiguos y modernos, ilustre por la antigüedad de su fundación y origen, (…) admirable por su disposición, eminencia y grandeza, venerable por haber producido tantos varones famosos en letras,…”

Dos autores de la época fueron, por un lado, Juan Enríquez de Zúñiga, nacido en Guadalajara, que desempeñó entre otros cargos el de alcalde mayor de Cuenca durante doce años. En 1634 publicó sus Consejos políticos y morales, en los que realizó una descripción de lo que a su entender debía ser un juez excelente. Con el marcado afán moralizador que imprimió a su escritura, redactó otras obras como Historia de la vida de César, la Historia de las Fortunas de Semprilis y Geronodamo, y Amor con vista. Por otro, el aristócrata, político y prelado Juan Bautista de Valenzuela Velázquez, doctorado en leyes con diecisiete años por la Universidad de Sigüenza, fue autor de una extensa obra entre las que estarían el Diario de diversos sucesos acaecidos en la ciudad de Cuenca desde Felipe II hasta el año 1611 y una Relación de las fiestas de toros en el año 1626, que al parecer fueron más relevante de lo habitual, ya que en ellas estuvo presente, según el relato de este autor, el cardenal Berberino, sobrino del papa Urbano VIII.

Pío Baroja

También nos toparemos en este viaje con Tirso de Molina, cuyo paso por Cuenca tuvo más que ver con el infortunio que con un interés personal por esta tierra. A Cuenca fue a parar el dramaturgo en 1625 cumpliendo pena de destierro por sus enfrentamientos con el Conde-Duque de Olivares, quien a través de la Junta de Reformación, creada a instancias del noble, se le sancionó con reclusión en un monasterio por escribir comedias profanas “de malos incentivos y ejemplos”. Más tarde, en 1640, volverá a dar con sus huesos en Cuenca cuando por diferencias con la Orden religiosa de la Merced, a la que perteneció, sea desterrado una vez más.

A medio camino entre el XVII y el XVIII, sale a nuestro encuentro el clérigo albaceteño Fernando de la Encina, nacido en La Roda (Albacete) y fallecido con noventa años en Cuenca, donde fue Canónigo de su Catedral. Entre sus obras se cuenta el Nobiliario genealógico, a modo de catálogo de escritores ilustres de las letras conquenses. Un dato curioso sobre este autor es que atesoró una biblioteca que superaba los 1.300 tomos, algo nada despreciable en aquellos tiempos que anunciaban ya la llegada de la Ilustración. Hoy se conservan ejemplares de aquella biblioteca, donde puede atisbarse cómo el clérigo leyó aquellos libros con fruición, subrayando las partes que le parecieron más interesantes y efectuando notas al margen de su puño y letra para comentar o apostillar lo que iba leyendo.

Continuamos, así, nuestro viaje por los senderos del Siglo de las Luces. Una época donde el propio sentido del viaje sufrió un cambio significativo. En esta centuria, el viajero no sólo transitará por caminos y ciudades con motivos comerciales, diplomáticos o meramente formativos, sino que comenzará a viajar también para descubrir la sociedad a la que pertenece, con un objetivo analítico y sociológico. El viajero ilustrado debe descubrirse a sí mismo en los colores de su tierra, en las ciudades, los pueblos y en las gentes de su nación.

Es aquí donde aparece Antonio Ponz, pionero, entre otras cosas, de los ecologistas españoles por sus denuncias contra la deforestación de nuestro país, sobre la que ya, en aquellos años de pelucas, rapé y libros prohibidos, dio la voz de alarma. Ponz realizó un largo viaje por España para dar cumplida cuenta de la situación del patrimonio artístico. Sin embargo, acorde con las ideas ilustradas, este trabajo no fue titulado como viaje por España sino como Viaje de España (obra editada en dieciocho volúmenes e impresa entre 1772 y 1794). Porque ahora es el país quien viaja y, con su nación, el propio Antonio Ponz y la sociedad que le rodea. El viaje, como se ha dicho, es para el reformismo ilustrado una experiencia sociológica.

Alfredo Villaverde Gil

Antonio Ponz da cuenta de su paso por tierras conquenses en el Tomo Primero y Tercero de su Viaje que tratan de Castilla La Nueva. Garcinarro, Huete, Tarancón, Uclés, la ciudad de Cuenca, Valera, Alarcón y Requena (hoy perteneciente a la provincia de Valencia pero entonces a la de Cuenca) figuran en su periplo. Como queda recogido en las Cartas que componen esta valiosa obra, prestará mucha atención a todo lo relacionado con la arquitectura, fábricas, infraestructuras y al arte, aderezando su exposición con algunas anécdotas y datos de interés.

Pero fue un autor, del que se ha hablado con anterioridad, Mateo López, quien escribió una obra en la que supo componer una visión muy completa de Cuenca, a la manera ilustrada, donde se mezclan las humanidades con el conocimiento científico. De este modo, en sus Memorias y relaciones históricas, topográficas, civiles y eclesiásticas de la ciudad de Cuenca, de su obispado y provincia publicadas en 1.787, encontramos citas como la que sigue: “La ciudad de Cuenca, en Castilla la Nueva, cabeza de provincia, de Obispado, de partido, de inquisición y una de las de voto en Cortes de estos reinos y señoríos, está situada dentro de los límites de la antigua Celtiberia, a los cuarenta grados y nueve minutos de latitud, y a los catorce grados y treinta y cinco minutos de longitud, contados desde el Pico de Tenerife, en las Islas Canarias”.

Si el Siglo de las Luces finalizó con una guerra cruenta contra los ejércitos invasores de Napoleón y, como consecuencia, con la quiebra de los empeños reformistas iniciados por las élites ilustradas del fructífero reinado de Carlos III, el XIX sería un siglo en exceso convulso para España, sobre todo en su devenir político, que no pudo ni supo sumarse a las transformaciones tecnológicas y avances industriales que trajo consigo aquella centuria.

A lo largo del XIX, Cuenca siguió aportando nuevos nombres a la cultura hispana. Trifón Muñoz Soliva publicó en 1866 su Historia de la ciudad de Cuenca; Fermín Caballero, La imprenta en Cuenca en 1869 y la serie Conquenses ilustres en 1876; Pedro Pruneda, también en 1869, publicó en Madrid su Crónica de la provincia de Cuenca, editada por Rubio, Grilo y Vitturi, donde hace en 78 páginas una descripción pormenorizada de la historia de la provincia; el ingeniero de minas Daniel Cortázar su Descripción física, geológica y agrológica de la provincia de Cuenca en 1875; José Torres Mena, en 1878, las Noticias conquenses, llena de datos y episodios sobre la tradición e historia de la ciudad: “Fijándome, por último, en Cuenca haré notar cómo la antigua guerrera y levítica ciudad comienza a renovar sus rotas vestiduras”. Y continúa diciendo “La moderna casa llamada de Alegría, tiene grandes ventajas sobre las vetustas moradas señoriales (…). El Palacio de Aguirre que se halla en construcción con destino a escuelas de instrucción primaria, no sólo es superior al parador escolar de Palafox, sino que aventajará a casi todas las antiguas fábricas”. Finalmente, en 1897, Rogelio Sánchiz Catalán publicaría sus Apuntes sobre el fuero municipal de Cuenca.

Carlos de la Rica

Muchos fueron los autores que desde la última etapa del siglo XIX hasta la primera mitad del XX, hicieron de Cuenca inspiración o la eligieron como leitmotiv de sus escritos. Recordar aquí a José María Álvarez Martínez del Peral; a Arturo Caballero; al escritor, profesor y periodista Juan Giménez Cano de Aguilar cuya obra se recoge en seis libros dedicados a Cuenca por entero; al arabista, crítico literario y erudito Ángel González Palencia de quien, a modo de muestra, evocamos su Historia de la Literatura Española o sus Pleitos de Quevedo, pues comentar su extensa bibliografía nos llevaría varias páginas; a Luis Astrana Marín, coetáneo de González Palencia (nacieron los dos en 1889), eminente cervantista cuya Vida de Miguel de Cervantes publicada en 1948 ha sido un referente fundamental para los estudiosos cervantinos; a Julio Larrañaga, Luis Martínez Kleiser y al docto Marcelino Menéndez Pelayo que escribió sobre la ciudad del Júcar en Gómez Manrique en Cuenca: “En esta escuela de heroísmo se educó Gómez Manrique,(…). Quien sólo considere a nuestro poeta en este primer período de su vida, le hallará de los más turbulentos y desaforados banderizos, mucho más cuando le vea el martes de Carnaval de 1449 embestir furiosamente la ciudad de Cuenca, y pelear tres días seguidos,..”

Otros grandes de nuestras letras, convirtieron a Cuenca en protagonista de sus escritos. Benito Pérez Galdós, describió el caos que se produjo durante las guerras carlistas cuando el bando de Carlos de Borbón invadió la ciudad: “Más horrores contaría —escribe—; pero temo que mis buenos leyentes aparten sus ojos de estas páginas, bárbaramente ensangrentadas.” A continuación, añade Galdós en el Tomo V de sus Episodios Nacionales,De Cartago a Sagunto, una frase que resume la naturaleza de semejante suceso: “Mas tengo que rendirme a las brutalidades de una raza que en sus accesos de locura suicida se divierte rasgando sus propias venas para morir de anemia“.

Enrique Dominguez Millan

Pío Baroja, a su vez, empleó la escenografía local para ambientar Los recursos de la astucia y Eugenio d’Ors habló de Cuenca para denominarla la bella durmiente del bosque. El mismo carácter mágico apasionó a Azorín en La hechicera de Cuenca: “Comencemos por el principio: no conocía yo Cuenca. Cuenca es una de las ciudades más bonitas de España. Tiene una parte alta y una parte baja; siempre que me acuerdo de Cuenca —y me acuerdo mucho…”. Por su parte, don Miguel de Unamuno hizo sitio a su Cuenca ibérica, donde se “abrazan y conyugan Júcar y Huécar al pie de la iglesia mayor…”, entre sus Paisajes del alma y, cruzando el charco, el erudito mexicano Alfonso Reyes recordaría la epopeya conquense en las Américas en Una noble familia de Cuenca: “Hacia 1581 nació -en la ciudad de México- don Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza. Por su padre, Pedro Ruiz de Alarcón, descendía de una noble familia de Cuenca, y por su madre, doña Leonor de Mendoza, estaba emparentado con lo más ilustre de España.”

Así, fueron varios los autores que situaron a Cuenca en el paisaje literario del siglo XX. En 1929, Basilio Martínez Pérez con sus deliciosas Postales conquenses. Algo después el turno fue para Alicio Garcitoral, gobernador civil de la provincia durante la II República, que publicó en 1932 su novela El crimen de Cuenca, libro que no tiene nada que ver con la conocida película de mismo título dirigida en los años 80 por Pilar Miró. La óptica Latinoamericana vuelve a estar presente a través del escritor cubano Alejo Carpentier que antes de la Guerra Civil visitó Cuenca, allá por 1935, y más tarde, en palabras entresacadas de un artículo de Francisco Umbral de 1978, nos dice: “Yo vengo todos los veranos a Cuenca. Antonio Saura y otros amigos me han descubierto Cuenca y, además, han conseguido que yo pase inadvertido en la ciudad, con lo que soy muy feliz.”

Francisco Umbral

Como bien ha observado Raúl Torres quizá sea en el universo poético donde resalta más Cuenca y su entorno, fuente de inspiración y tema de numerosos versos. Voces poéticas que nos son muy cercanas en el tiempo hicieron y hacen de Cuenca un ámbito para y por la poesía. Eduardo de la Rica, Gerardo Diego, Carlos de la Rica, José Luís Lucas Aledón, Pedro de Lorenzo, Antonio y José Ríus, Amable Cuenca, Miguel Valdivieso, María Luisa Vallejo, Ramón Cardete, Diego Jesús Jiménez, Manuel Alcántara, son sólo algunos de los nombres que debemos traer a la memoria. Así como citar otros que en este momento sobresalen en el estrado poético: José Ángel García, Pilar Narbón, Amparo Ruiz, Francisco Mora o Ángel Luis Luján.

Por los lazos que unen a quien escribe estas líneas con el Ateneo de Madrid, quiero detenerme en dos autores considerados como ateneístas ilustres que sin ser oriundos de Cuenca, los dos nacieron en Madrid, resaltan en el horizonte de quienes siempre llevaron a Cuenca en su bagaje literario.

Raúl Torres
El primero, César González-Ruano, poeta y periodista o viceversa, escribe en Viaje a Cuenca y estancia en la ciudad: “Antes del verano no ocurrieron muchas novedades en mi vida. Por el mes de abril se marchó a Chile Rafaelito de Penagos y para Semana Santa nos invitaron a ir a Cuenca, donde yo únicamente había estado una vez de muchacho. En este viaje vinieron el poeta Federico Muelas, Camilo José Cela y el grabador Manuel Aristizábal. (…) Federico Muelas, uno de los poetas de la nueva generación más finos y sensibles, era de Cuenca, donde había nacido en 1910 y estaba muy interesado espiritualmente en que conociera su maravillosa ciudad…”

El segundo nombre al que debo referirme es una autora, una poeta, una mujer que dedicó mucho tiempo y esfuerzo a dinamizar la vida cultural del Ateneo de Madrid, Acacia Uceta. Durante más de una década presidió la Sección de Literatura del Ateneo. Para expresar lo que significó Uceta en la cultura escojo las palabras que le dedicó José María Alonso Martínez en el diario El País el 8 de enero de 2003: “Acacia Uceta fue además una mujer generosa con los poetas jóvenes, a quienes nunca negaba su apoyo. El Ateneo de Madrid, tribuna de España sin fronteras, fue desde muchos años su tribuna de amor y arte. (…) Que también lo tuvo por Cuenca, y la cantó con alma y corazón. Su voz queda así a la Hoz del Júcar: “Árbol y piedra, unidos / en el mismo color y el mismo sueño, / funden este diciembre en la ceniza. / El invierno es un pájaro dormido / transformando los chopos en plumaje“.

Federico Muelas
A renglón seguido se hace imprescindible afirmar que uno de los grandes pilares de la poesía local ha sido el ya mencionado Federico Muelas. De su poesía se ha dicho que fue un continuo canto a Cuenca. El mejor ejemplo de esta aseveración su emblemático soneto a la ciudad en la que nació: “¡Oh, tantálico esfuerzo en piedra viva! / ¡Oh, aventura de cielos despeñados! / Cuenca, en volandas de celestes prados, / de peldaño en peldaño fugitiva.(…) ¡Cuenca, cristalizada en mis amores! / Hilván dorado al aire del lamento. / Cuenca cierta y soñada, en cielo y río.” Dicho esto, quien desee acercarse a la figura y poesía de este gran poeta creo que lo más acertado sería sumergirse en el exhaustivo Estudio de la poesía de Federico Muelas de Alfredo Muela Calero, editado en su día por la Diputación Provincial de Cuenca.

Miguel Romero Saiz

En este viaje de Cuenca por la literatura no es posible olvidar nombres como el del genio y maestro del periodismo literario ya desparecido, Florencio Martínez Ruiz; el del escritor, periodista y primer Presidente de la Academia de Artes y Letras de Cuenca, Enrique Domínguez Millán; el de Miguel Romero Saiz, profesor, escritor fecundo (autor de una amplia y variada bibliografía compuesta por varias decenas de títulos), conferenciante y Cronista oficial de Cuenca; el del célebre periodista Raúl del Pozo que a su extensa carrera profesional unió, a partir de la década de los pasados noventa, su faceta de novelista; o el de la escritora Acacia Domínguez Uceta, hija de dos ilustres de la literatura que ocupa un lugar señalado en las letras conquenses por derecho propio.

Algunos de los autores mencionados y otros como Avelino Alfaro Olmedilla, Manuel Amores Torrijos, Juan Vicente Casas, Luis Manuel Moll, Pedro Esteso Carnicero, Mª Luz González Rubio, Luis F. Leal Pinar, Oscar Martínez Pérez, Manuel Navarro Serrano, Dimas Pérez Ramírez o Elena Saiz Sepulveda se integran en la actualidad en la Asociación de Escritores de Castilla-La Mancha presidida a día de hoy por otro escritor prolífico de larga trayectoria, Alfredo Villaverde Gil, y cuya delegación en Cuenca es coordinada por la escritora cubana Grisel Parera López. Todos ellos, conquenses o no, vienen contribuyendo a dar lustre a la Cuenca literaria.

Luis Manuel Moll Juan

En este dilatado periplo por la literatura con Cuenca y a través de Cuenca, algún nombre habrá quedado escondido, sin duda, en los recovecos de la historia, de ningún modo ha sido intencionado. Figurar o no entre estas líneas no confiere ni quita valor a quienes hacen de la literatura tarea u oficio. Las fronteras de estas páginas y la profundidad de campo de esta fotografía del paisaje literario conquense, configurado durante de siglos, tienen sus limitaciones. Siendo, de esta forma, labor imposible citar a todos aquellos escritores y escritoras que han contribuido y contribuyen a dejar la impronta de Cuenca en el ámbito literario, a través de libros, periódicos, revistas o de las nuevas publicaciones digitales. Sólo se pueden pronunciar palabras de agradecimiento para los que hoy continúan este viaje que comenzaron los cronistas medievales hace muchas centurias, situando a Cuenca en un lugar prominente de la república de las letras.

Grisel Parera.
En este sentido, quiero referirme al Diccionario de Escritores Conquenses elaborado por el periodista, escritor y editor José Luis Muñoz. Durante la celebración del I Congreso de Escritores Conquenses en 1998, Muñoz presentó un Catálogo de Escritores Conquenses en el que se recogían los nombres y un apunte bio-bibliográfico de numerosos autores. A este Catálogo actualizado se puede acceder ahora a través de Internet para quienes deseen obtener más información sobre esta materia.

Por todo lo dicho, resulta indudable que la presencia de Cuenca en nuestras letras ha sido y es sobresaliente. Un protagonismo cultural que se ve renovado en nuestros días gracias al quehacer de autores que continúan llevando el alma de Cuenca en su producción literaria, acercándola así a veteranos y nuevos lectores y haciendo más honda aún si cabe la huella de Cuenca en la historia de la literatura.

Del libro: Cuenca Paseos de Leyenda

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