6/11/2017 -
VALÈNCIA. Dijeron (o dijimos, ya no me acuerdo) que el triunfo del libro electrónico sería cuestión de tiempo. Que cambiaría la forma de leer. De escribir. De entender la literatura. La tecnología entraría por las páginas, y podríamos oír tarantelas y observar cuadros de Caravaggio, al tiempo que leíamos novelas sobre Nápoles, que iríamos picando de página en página, como los pájaros, y que leeríamos saltando por una ristra de hipervínculos.
Comparamos la revolución digital con el invento de la imprenta, que multiplicó los panes y los libros, e impulsó la difusión de toda la literatura europea, posibilitando traducciones, versiones, adaptaciones de millones de obras, facilitando la aparición picaresca de la piratería y las ediciones clandestinas. Gutenberg lleno Europa de libros como Vodafone llena de fibra óptica los alcantarillados de los barrios.
El Conde de Montecristo nació para servir ración semanal de venganza en los periódicos para gente que leía cualquier cosa. Sin el cambio de soporte, la novela de folletín no hubiera existido (per se), ni las historias se hubieran transformado en series, ni seríamos tan sentimentales y tan de suspense. Todo cambió gracias a los periódicos. Si no, ¿qué sentido tiene esperar más de dos años para comprobar que Cersei Lannister merece el Trono de Hierro más que ninguna otra persona en este mundo? Paréntesis: no puede ser que compremos tan fácilmente el romance de Jon Snow y Daenerys Targaryen para conquistar Poniente porque el amor triunfa sobre todas las cosas, etcétera, etcétera, etcétera.
La revolución digital era esto: llenar las casas de móviles y pasarnos memes por whatsapp. Estar más conectados con el mundo, pero menos atentos a la realidad. Más informados del éxodo de los roginyás en Birmania, pero más proclives a diluir en el agua la carga de horror de nuestra historia. Lo dijo Lipovetsky: “en conjunto, las personas están más informadas aunque menos estructuradas, son más adultas pero más inestables, menos ideologizadas pero más tributarias de las modas, más abiertas pero más influibles, menos extremistas pero más dispersas, más realistas pero más confusas, más críticas pero más superficiales, más escépticas pero menos meditativas”. No sé por qué hablaba en tercera persona.
La revolución digital era esto, pero no seamos (tan) paletos. Era mucho más.
Aprendiendo de los museos
El libro electrónico llegará de verdad, qué duda cabe. Mientras tanto, se revaloriza la edición física, los álbumes y cómics, las antologías con fotos e ilustraciones. Sin embargo, es preciso que la literatura mire a otros campos e intente interpelar al público y al lector de otra manera, y que recupere la esencia de la experiencia lectora.
Este es el ejemplo que quería poner. Algunos museos han sido pioneros en rentabilizar (o adaptarse) a las nuevas posibilidades digitales. En el ámbito de la cultura, conocimiento y turismo van de la mano en algunos sectores, y sin renunciar a la misión educativa, la cultura del ocio ha anidado en los museos casi de manera natural. No hablo solo del merchandising, sino de las salas donde podemos interactuar, tocar, observar reconstrucciones animadas de dinosaurios, etc. Muchas de las exposiciones cambian conocimiento por experiencia: la misma promesa que ofrecen las Smartbox que regalamos cuando no sabemos qué regalar.
Muy audaces y atendiendo a este fenómeno de la gamificación y la conversión de la realidad en ‘experiencia’, los grandes museos plantean visitas virtuales por sus webs, sin temer que el espectador deje de comprar su entrada; encuentran en las fotografías de los usuarios el mejor modo de promoción; activan mediante redes sociales una labor constante de búsqueda de público, de interacción con los usuarios en forma de promociones y de actividades complementarias, con la idea de extender la experiencia de la visita más allá de la propia visita. Convertir una exposición en un ‘acontecimiento’, esa es la clave con la que operan muchos programadores culturales. Con el peligro que ello supone: ¿desvirtuar la calidad del conocimiento? Con la virtud que pone de relieve: revitalizar el mundo y las instituciones que albergan cultura y ponerlas a dialogar con el siglo XXI. Si nuestro tiempo no nos ofrece novedades, al menos que nos ofrezca perspectivas.
El libro es solo un soporte sobre el que escribir, pero en nuestra cultura lo hemos confundido con la literatura misma. No hay duda de que la literatura puede cambiar de lenguajes, y lo ha demostrado sobradamente adaptando historias al cine, o convirtiéndolas en series. Pero el paso que propone la era digital va más allá. ¿Es posible que la literatura salga al encuentro del lector? No a partir de las actividades de promoción que programan las editoriales, los concursos, los retuits y los posts que escriben en Facebook. La literatura, así, a lo grande.
Algunas experiencias han cuajado en este sentido. La más notable sigue siendo Las sin sombrero, la investigación que trataba de recuperar y visibilizar a las mujeres que formaron parte de la generación del 27, esa generación brillante de creadores que fue sacrificada en el altar de la patria fascista pocos años después. Nació como documental, se convirtió posteriormente en libro con todo el material encontrado para la película y, actualmente, se propone continuar su labor divulgativa a través del proyecto crossmedia impulsado desde la web.
En este proyecto crossmedia, podremos seguir rastreando la vida y la obra de las escritoras, escultoras y filósofas mediante las campañas en Facebook, con el material adaptado para el ámbito educativo, en diálogo con las exposiciones que tienen programadas para este año o, en un futuro, con el espacio Wikipedia que abrirán a la participación de los lectores. Vale la pena explorar las posibilidades que dan los libros más allá de la lectura. La lectura, al fin y al cabo, es una excusa para poder vivir. O para vivir mejor.
Desde el año 2001, la Universitat Oberta de Catalunya en colaboración con el Institut Ramon Llull mantienen vivo el portal Lletra, dedicado a la interacción entre literatura y nuevas tecnologías. Atenta a los distintos proyectos que nacen desde ámbitos dispares (docentes, editoriales, investigadores, bibliotecas, blogueros...), premian cada año a la mejor experiencia de Humanidades Digitales en lengua catalana. Este año, el premiado ha sido el proyecto L’univers poètic de Miquel Marti i Pol, una aplicación para tablets, móviles o pizarras digitales en la que los poemas del autor de Estimada Marta plantean actividades, son recitados por actores o son susceptibles de ser recitados por los internautas, alberga un espacio de creación propio, etcétera. Vale la pena detenerse en cada uno de los premiados en ediciones anteriores, incluso podemos ver la evolución en la implantación de gadgets o herramientas. Ya no vale únicamente la base de datos, el blog actualizado constantemente o la reedición sui generis de El quadern gris, de Josep Pla.
Promoción de la lectura era esto: paradójicamente asociar la lectura a cosas que no lo son. Conectar letra con vida. La página web Bressolant es un intento de ello. Partiendo de la investigación doctoral de Vicent M. Garcés Ventura, podemos escuchar las canciones de cuna tradicionales en Spotify, junto a la presentación y análisis de cada una de ellas. Valdría la pena profundizar más en ello.
También en este camino de exploración, la Fundación FULL ha participado de algunos intentos de interacción literatura y esfera digital. Viatja Llibre / Viatja Lliure es un portal dedicado a nuestros autores (de momento solo una mujer) y propone rutas literarias por los paisajes y pasajes de las respectivas literaturas. La exposición itinerante pretende poner de relieve a los autores locales, aunque estos sean de la talla de Blasco Ibáñez o Azorín. Es decir, enormes. Valdría la pena profundizar más también. Las rutas literarias, en sí, no son suficientes, aunque muchos lo creyéramos. Existe todo un mundo de posibilidades.
En este cambio de paradigma de lo físico a lo digital, no morirá aquello que entendemos como natural. El libro, el papel, el olor a nuevo, la ilustración fascinante... Pero lo digital promete mucha experiencia lectora, revivir, recrear y releer los textos. Convertirlos a otros lenguajes. Aumentar los ecos de sus mensajes. Hacer que perduren más allá de la palabra.
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