6 de diciembre de 2015

El estigma de haber sido violado no desaparece nunca

James Rhodes:
El pianista británico publica «Instrumental», un doloroso testimonio en el que da cuenta de los abusos sexuales que sufrió a los seis años, sus intentos de suicidio y sus adicciones


El pianista británico James Rhodes, fotografiado en un hotel de Barcelona - INÉS BAUCELLS
James Rhodes (Londres, 1975) conserva en su mirada la inocencia del niño que no le dejaron ser. Lo hace, pese a todo. Pese a los abusos sexuales que sufrió, a los seis años, por parte de uno de sus profesores; pese a su paso por hospitales psiquiátricos; pese a sus adicción al alcohol y las drogas; pese a sus intentos de suicidio; pese a haber perdido la custodia de su único hijo. Y lo hace gracias a la música clásica. Bach le salvó la vida y, más de treinta años después, convertido en un reconocido pianista, Rhodes ha querido contarlo en «Instrumental» (Blackie Books), un testimonio sobrecogedor y de una valentía inaudita. No obstante, su publicación estuvo pendiente de un hilo judicial, ya que su ex-mujer intentó prohibir el libro, argumentando que el realto, demasiado explícito, podría dañar al hijo de ambos. 

Muchos meses y varios millones de euros después, la obra pudo ver la luz, como si Rhodes hubiera llegado, por fin, al final del túnel.

- ¿No temió sentirse demasiado expuesto o exponer a las personas que más quiere?

- Es una buena pregunta. Es extraño, porque ahora hay gente que me reconoce en el metro y sabe más cosas de mí que algunas de mis ex-novias. Pero es un precio que merece la pena pagar si consigo ayudar a otras personas.


- Pero, ¿sintió que, al escribir, se ayudaba a sí mismo?

- No, ese no fue el motivo y, de hecho, no estoy seguro de que me haya ayudado en absoluto.

- Tiene sentimientos encontrados.

- Los tengo. Escribir el libro no fue una decisión fácil pero, después de todos los problemas legales que hubo, creo que fue la correcta. Sólo tengo sentimientos negativos en relación con mi ego y mi orgullo, así que es algo de lo que puedo prescindir perfectamente.

- ¿Y por qué?

- Bueno, ya sabe, por saber si le caeré bien a la gente, si pensarán que soy un gilipollas, si pienso demasiado en mí…

- Pero entiendo que eso también le pasa cuando saca un disco nuevo.

- Sí, todo el tiempo, pero esto es tan personal que es distinto.

- ¿Se sintió aliviado cuando terminó todo el proceso legal?

- Oh, Dios, sí.

- Debió ser una pesadilla.


- Es lo peor que me ha pasado en mi vida. Fue una pesadilla pero, afortunadamente, ganamos.

- ¿Diría que la música clásica le salvó la vida?

- Sí. Sé que puede sonar como un cliché melodramático, pero es cierto. Además, no creo que sea algo que me haya pasado únicamente a mí. Casi cualquier adolescente podría decir lo mismo; la única diferencia es que, en mi caso, fue la música clásica.

- ¿Qué sintió cuando, a los siete años, descubrió a Bach?

- E. M. Forster decía que la música no es sólo la más profunda de las artes, sino la que más profundo llega. No tengo palabras para explicar lo que sentí. Evidentemente, fue una vía de escape, encontré algo que me llevó a un mundo perfecto e ideal, como si hubiera llegado al Jardín del Edén.

- Según cuenta en el libro, lo descubre, además, en un momento muy duro de su vida, después de haber sufrido abusos sexuales.

- Creo que es importante verbalizarlo, porque la gente no quiere hablar de ello. Entiendo que no quieras abrir el periódico por la mañana y, mientras desayunas, leer el caso de un niño que fue violado por su profesor. Pero hay que hablar de ello, para que la gente lo sepa y para que el estigma que tiene el que lo sufre disminuya.

- Al verbalizarlo, ¿se sintió liberado?

- No, fue muy incómodo. Por eso escribía siempre entre las tres de la madrugada y las diez de la mañana, tan rápido como podía, para sacarlo torrencialmente.

- ¿Llega ese estigma a desaparecer alguna vez?

- No, nunca desaparece del todo. La sensación de vergüenza puede disminuir, pero siempre está ahí.

- Cita aquello que decía Bukowski: «Encuentra lo que amas y deja que te mate». ¿Fue eso lo que le pasó a usted?

- Sí, creo que sí. Tenemos que encontrar algo creativo a lo que agarrarnos, que sirva como contrapeso al pago de la hipoteca, los e-mails, la televisión, los anuncios, algo que nos llene, aunque pueda llegar a matarnos.

- Bueno, usted sobrevivió.

- Sí, afortunadamente [ríe].

- ¿Qué piensa de las críticas que ha recibido de los guardianes de las esencias de la música clásica?

- No me importa lo suficiente como para que me moleste. El 70% de la gente que viene a mis conciertos nunca ha estado en un concierto de música clásica, y eso es lo que me importa, no lo que diga esa gente. Que se queden sus esencias.

- Yo le veo como una estrella del rock de la música clásica.

- [Ríe] No lo sé, quizás… Los compositores clásicos eran las auténticas estrellas del rock. Ellos no tiraban televisiones por las ventanas de sus hoteles, se tiraban ellos mismos [ríe]. Piense en Beethoven, Bach e, incluso, Glenn Gould.

- ¿Cómo logra uno alejar los deseos de autodestrucción?

- Con mucho cuidado, con mucho esfuerzo y con mucho trabajo. Ahora tengo las herramientas para ello: psiquiatras, psicólogos, amigos, familia... Pero es un trabajo diario y siempre puede haber una recaída.

- ¿Le ayudó su paso por hospitales psiquiátricos?

- Algunos sí y otros no. En realidad, lo único que podían hacer era mantenerme con vida y, en ese sentido, cumplieron con su función. Lo importante era que siguiera vivo hasta que mi situación mental me permitiera empezar a usar el resto de herramientas.

- ¿Convertirse en pianista ha sido una especie de redención?

- Sí, lo ha sido. Pero, al mismo tiempo, es un arma de doble filo, porque pasar mucho tiempo solo, para aprenderme las partituras, puede llegar a ser peligroso. Aún así, si mañana me tocara la lotería, seguiría haciendo lo mismo.

- ¿Llegó a sentir que las drogas que tomaba, por prescripción médica, anulaban su creatividad?

- Sí, me anulaban del todo. Te afectan a la memoria, a la pasión y te dejan atontado. En ese momento tuve que tomarlas y cumplieron su función, pero ahora no podría hacer lo que hago si las tomara.

- ¿Y qué me dice de las drogas ilegales? ¿Qué efecto tenían en usted?

- Hace veinte años que no me drogo, pero cuando lo hacía era emocionante, increíble. Me daban todo lo que buscaba, eran una forma de escapar, una ruptura con la realidad y cumplían con la necesidad que tenía de autodestruirme. Si hubiera seguido drogándome, ahora no estaría vivo.

- El libro es, también, una historia de amor.

- Sí, lo es.

- Me pregunto si, al final, ha llegado a quererse a sí mismo.

- No, aún no, quizás algún día. ¿Y usted?

- ¿Yo? No, para nada.



- Exacto. No sé si conozco a alguien que se quiera a sí mismo y esa es la gran ironía. He empezado a tolerarme y, quizás, algún día, empiece a gustarme; con eso me basta.

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