El
Guggenheim cambió la vida de Bilbao y también la del arquitecto que lo ideó,
Frank O. Gehry.
Cuando se hizo cargo del proyecto superaba los sesenta años y colgaba en su oficina el diploma del
Premio Pritzker, el Nobel de Arquitectura. Sin embargo, apenas se le conocía en Europa y encaraba uno de los proyectos que pusieron a prueba su carrera, el
Walt Disney Concert Hall de Los Ángeles, que empezó a acumular dificultades hasta que se paralizó. Aquello fue una desgracia para el arquitecto y una bendición para Bilbao. Después de este revés, se empeñó en demostrar que sus curvas y sus volúmenes tenían sentido y, sobre todo, que se podían construir sin arruinar a nadie.
El siguiente encargo importante le llegó del Gobierno vasco, de la Diputación de Vizcaya y de la
Fundación Guggenheim de Nueva York, cuyo director, Thomas Krens, le conocía bien. Le dijeron que querían construir un museo que estuviese a la altura del que
Frank Lloyd Wright levantó en la Quinta Avenida, en una ciudad cantábrica rodeada de montañas. Aquella oferta la tomó como una oportunidad para vengarse del fracaso del auditorio de Los Ángeles. Un auditorio que retomó años después de su victoria indiscutible en Bilbao.
Gehry cumplió ayer 85 años y lo celebró por todo lo alto, con una cena de gala en el museo que él diseñó, y que estuvo precedida por un concierto de piano de su buen amigo el director de orquesta Daniel Barenboim. El arquitecto envió un mensaje las pasadas navidades aJuan Ignacio Vidarte, director general del museo. «Quería celebrar su aniversario en Bilbao, con su familia, con sus amigos, con la gente de aquí».
Cuando le conoció en 1991, Vidarte se encontró con una persona «accesible, muy cercana, con carácter», que «decía lo que pensaba con una absoluta franqueza». Quien fue su mano derecha en la construcción del Guggenheim y del hotel Marqués del Riscal en Elciego, el arquitecto César Caicoya, conoció a Gehry a principios de 1993. «El día de Reyes lo pasé en su estudio. Sólo tenía una maqueta de papel sobre el museo y unos dibujos. Me dio un poco de miedo. ¿Qué podíamos sacar de ahí?».
Caicoya sabía que Gehry había desarrollado su carrera como constructor de centros comerciales y casas particulares, a la vez que mantenía unos lazos muy estrechos con artistas como Richard Serra o Claes Oldenbug, con los que compartía el mismo psiquiatra. «Me llevó a ver edificios de Los Ángeles –recuerda Caicoya–. Acostumbrado al racionalismo europeo, me parecía todo muy raro. Se habían gastado los 50 millones de dólares que les había dado la viuda de Walt Disneyen los cimientos y en el gareje del auditorio. Nosotros íbamos a tener unos 80. No me salían las cuentas».
«El edificio más definitorio del cambio de siglo»
Transcurridos diez días, las sensaciones de Caicoya habían cambiado. «Tuve la intuición de que el Guggenheim sería el edificio más definitorio del cambio de siglo. Le dediqué cinco años de mi vida y cuando terminó el proyecto yo era una persona distinta». Aún faltaba algo para que la confianza entre las partes fuera plena. «Nosotros –incide Vidarte– insistíamos mucho en controlar el presupuesto y él a veces recelaba de esa presión. Le convencimos de que no queríamos el edificio más barato sino el mejor, pero con el dinero del que disponíamos». Vidarte cree que Gehry se tomó la construcción como una manera de demostrar al mundo que no estaba loco y que podía construir aquellos edificios entre barrocos y surrealistas, con un absoluto respeto por el plazo y el presupuesto.
El arquitecto entendió que tenía que remar en la misma dirección. «Tiene mucho olfato –anota Caicoya–. No es un divo». Caicoya recuerda el frenesí de la construcción del Guggenheim, cuando aún seguían proyectando seis meses antes de la inauguración. «Le hubiera gustado seguir. Y me consta que querría hacer otro edificio en Bilbao», prosigue el arquitecto.
La relación entre Gehry y su museo no siempre ha sido fácil, agrega Vidarte. «Muchos pensaron que ésta era su culminación y que aquí empezaba su declive, la repetición de la fórmula. Se rebelaba contra esta idea, pero también sabía que el Guggenheim era su realización más redonda».
El propio éxito de su trabajo en la capital vizcaína le alejó, paradójicamente, de ella. El estudio de Los Ángeles empezó a crecer. Llegó a los 300 empleados. Ahora da trabajo a unos 120. Su nombre estaba y aún está en el pico mundial de la arquitectura. En lo personal,
Gehry pasó una mala racha de la que ya está recuperado. Perdió a una de sus hijas nacida en su primer matrimonio, y también fallecieron dos amigos muy queridos, el cineasta
Sydney Pollack y su psiquiatra. A sus 85 años, operado de una hernia discal, ha adelgazado y ha recuperado la forma. Navega en su barco, viaja por el mundo y ayer celebró su cumpleaños en Bilbao. Para él, no es una ciudad cualquiera.
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