8 de marzo de 2014

Un filón para los ricos

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latrnadetoledo.es
Setenta millones de dólares en menos de 10 minutos. Ese fue el resultado de la batalla que libraron en la casa londinense de Christie’s cuatro postores por el Portrait of George Dyer Talking firmado por el anglo-irlandés Francis Bacon. Cuando el mazo sonó en aquella tarde de febrero, el mundo del arte celebraba una nueva cifra de récord: la obra más cara del pintor subastada hasta la fecha. Pero la ingente suma apenas causó sorpresa.
En los últimos años, el mercado internacional del arte se ha convertido en escenario para que los coleccionistas más solventes eleven las obras contemporáneas hasta los límites de lo fantástico. Christie’s y su rival Sotheby’s se disputan una y otra vez nuevos récords de subasta. «Algunos artistas están increíblemente de moda en el mercado secundario», señala el experto alemán Henrik Hanstein, de la galería Lempertz.
En noviembre, los Three Studies of Lucien Freud, de Bacon, fueron subastados por 142,2 millones de dólares (103,6 millones de euros). La obra, compuesta por tres lienzos, desbancó al Grito de Eduard Munch como la más cara jamás subastada, y el director de la puja, Jussi Pylkkänen, habló de una «tarde histórica».
Tan solo un día después, Sotheby’s volvía a la carga: el Silver Car Crash de Andy Warhol se vendía por 105,4 millones de dólares, un récord de subasta para el artista pop.
Hanstein habla de «instinto gregario». Oligarcas como los rusos Roman Abramovich y Viktor Pinchuk, empresario como el francés François Pinault y en los últimos años millonarios de China, Abu Dhabi o Dubai compiten por los blue chips, como se denomina en esta jerga a las obras más valiosas de grandes nombres como Bacon, Warhol, Jeff Koons o Damien Hirst. La demanda es mayor que la oferta, no hay límites financieros y los compradores especulan. «Todo eso eleva los precios de las piezas».
Las aficiones o motivaciones idealistas han pasado a un segundo plano. «El estatus artístico determina el patrimonio», dice el fundador del servicio online artnet, Hans Neuendorf. «Uno puede tener tres yates y comprarse otro pero, ¿cuántos pueden navegar?» En cambio, poseer obras poco habituales es señal de absoluta soberanía financiera. Y algo más: «Denota cierto nivel cultural», añade el experto. «El arte consigue que uno brille».

Los ‘malos’ tiempos. Así, para muchos de los más ricos entre los ricos, el arte es lo que para otros los bienes inmobiliarios: «Una forma de inversión en tiempos inestables, un sistema de asegurarse el patrimonio», señala Hanstein. «En Rusia no saben cuánto tiempo van a tener el favor de los poderosos, si mantendrán su patrimonio o no. Las tierras no se pueden enviar de un lado a otro y con los miles de millones también es complicado.»
También Dirk Heinrich, de la aseguradora de arte Axa Art, habla de «un tipo de coleccionista para el que lo financiero está por delante». Una tendencia que cada vez cobra más adeptos es la custodia de obras de arte en los llamados puertos libres, unos almacenes de elevada seguridad en los grandes aeropuertos internacionales que ofrecen a los coleccionistas ventajas fiscales y aduaneras. Desde allí, las obras pueden volver a venderse, por supuesto sacando provecho.
Los resultados récord de las subastas y las ambiciones de los principales galeristas como el neoyorquino David Ziwirner cada vez hacen más sombra al tradicional mercado del arte, mucho más personal, del que son responsables casas y galerías pequeñas y medianas.

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