Robert Darnton. El bibliotecario de Harvard cuenta la historia política del libro a través de censores, contrabandistas y vendedores en el siglo XVIII francés.
POR HECTOR PAVON
Universo. Darnton dirige un conjunto de 73 bibliotecas especializadas en Harvard que ya están en red junto con otras 1600 de todo el mundo.
Detective, historiador, antropólogo, bibliotecario y periodista. Profesiones y pasiones que confluyen en Robert Darnton, uno de los historiadores vivos más interesantes que ha dado relieve a personas ordinarias y extraordinarias del siglo XVIII francés –su especialidad–.
Allí donde Darnton enciende una lámpara, ilumina momentos clave y los reconstruye con minuciosidad para dar cuenta de lo exótico y del lugar común tomando siempre la historia de la literatura y la cultura.
Darnton estuvo en Buenos Aires invitado por la Universidad Tres de Febrero para hablar de los censores en la historia, tema que surge de uno de los libros que vino a presentar:Censores trabajando. El otro es El diablo en el agua bendita (ambos de FCE). En la Introducción a ese magnífico libro que es La gran matanza de gatos explica, a modo de declaración de principios, cuál es el motor apasionado que mueve su trabajo: “Creo conveniente vagar a través de los archivos. Difícilmente puede leerse una carta del Antiguo Régimen sin sentir sorpresa; todo es desusado, desde el constante temor al dolor de muelas, que era muy común, hasta la obsesión por el estiércol que exhibían en montones en algunos pueblos. Lo que fue sabiduría proverbial para nuestros antepasados es completamente enigmático para nosotros. Cuando abrimos un libro de proverbios del siglo XVIII encontramos ejemplos como éste: ‘Al mocoso, déjale que se suene la nariz.’ Cuando no podemos comprender un proverbio, un chiste, un rito o un poema, estamos detrás de la pista de algo importante. Al examinar un documento en sus partes más oscuras, podemos descubrir un extraño sistema de significados. Esta pista nos puede conducir a una visión del mundo extraña y maravillosa”.
Muy cómodo, en el bar de un hotel de Recoleta, Darnton mira al pasado –esta vez al propio– y recuerda a aquel periodista que fue en la década del 60: “Estaba predestinado para ser periodista, todos en mi familia trabajaron para el New York Times. Mi padre peleó en la Primera Guerra Mundial y luego fue periodista principal; finalmente se lo asignó a cubrir la Segunda Guerra en el Pacífico y murió en la batalla de Buna en Nueva Guinea. Yo tenía 3 años y mi hermano menor, once meses. El editor del New York Timesle dijo a mi madre: tu hijo siempre va a tener un empleo aquí. Fue así como entré al diario y me especialicé en periodismo policial y me capacité yendo a la comisaría, a la oficina principal en Nueva Jersey, una ciudad complicada. Después de un tiempo me dije que quería ser historiador, dejé el diario y en mi lugar entró mi hermano, le fue muy bien y ganó un Pulitzer”.
–¿Qué tienen en común el detective, el historiador y el periodista?
–A veces el periodista y el historiador funcionan como un detective. La metáfora comunica el estímulo de hacer la investigación en los archivos, uno descubre cosas, es el primero en leer un archivo en 200 años y luego se pone en contacto con una vida humana del pasado. Y puede ver conexiones con diferentes personas y las sigue como un detective, hay excitación. El historiador italiano Carlo Ginzburg –cuyo padre también murió en la guerra– escribió sobre Sherlock Holmes, le interesaba porque él también trabajaba como un detective. Ginzburg toma una posición similar porque no es positivista, rechaza ciertas formas del posmodernismo. Ginzburg va más lejos y dice que los historiadores pueden producir la verdad y que la historia puede ser verdad con una “v” minúscula y estoy de acuerdo porque rechazamos la tendencia de decir que todo es verdad; hay que tener un rigor en la forma de reconstruir el pasado y no es positivismo.
–A veces el periodista y el historiador funcionan como un detective. La metáfora comunica el estímulo de hacer la investigación en los archivos, uno descubre cosas, es el primero en leer un archivo en 200 años y luego se pone en contacto con una vida humana del pasado. Y puede ver conexiones con diferentes personas y las sigue como un detective, hay excitación. El historiador italiano Carlo Ginzburg –cuyo padre también murió en la guerra– escribió sobre Sherlock Holmes, le interesaba porque él también trabajaba como un detective. Ginzburg toma una posición similar porque no es positivista, rechaza ciertas formas del posmodernismo. Ginzburg va más lejos y dice que los historiadores pueden producir la verdad y que la historia puede ser verdad con una “v” minúscula y estoy de acuerdo porque rechazamos la tendencia de decir que todo es verdad; hay que tener un rigor en la forma de reconstruir el pasado y no es positivismo.
–¿Desde cuándo los censores fueron una preocupación para usted?
–Hace unos 50 años empecé a investigar en los archivos franceses, me encontré con documentos sobre los censores, fue fascinante porque aparecían muchos escritores famosos y también la función de la policía literaria. Como especialista en la historia de Francia en el siglo XVIII, todo se trató sobre literatura pero también sobre la policía y los censores que eran parte del aparato estatal para dar forma a la literatura. En Francia había censura previa, “prematura”, sobre la calidad. Pero también había censura luego de la publicación, que era represora. La policía allanaba librerías, arrestaba autores, mandaba a la gente a la Bastilla. Eran dos instancias de un sistema que trataba de controlar la literatura
–Hace unos 50 años empecé a investigar en los archivos franceses, me encontré con documentos sobre los censores, fue fascinante porque aparecían muchos escritores famosos y también la función de la policía literaria. Como especialista en la historia de Francia en el siglo XVIII, todo se trató sobre literatura pero también sobre la policía y los censores que eran parte del aparato estatal para dar forma a la literatura. En Francia había censura previa, “prematura”, sobre la calidad. Pero también había censura luego de la publicación, que era represora. La policía allanaba librerías, arrestaba autores, mandaba a la gente a la Bastilla. Eran dos instancias de un sistema que trataba de controlar la literatura
–¿El censor era un bárbaro?
–En mi libro sobre la censura enfatizo que necesitamos comprender la censura, no sólo condenarla. A menudo la censura es una historia que siempre tiene el mismo argumento: represión contra la libertad. La censura de la literatura varía de un sistema a otro. Mi enfoque es antropológico, y la premisa fundamental es qué es lo que hace que funcione un sistema cultural en particular. Y en particular, cómo es que la gente que llevaba a cabo la censura la comprendía. Se puede decir que yo soy relativista en mi enfoque, lo soy de hecho, pero tengo mis propios valores. Al final confieso y digo que como ciudadano estadounidense creo en la Carta de derechos que defiende la libertad de prensa y no tengo una visión relativista sobre eso. Es difícil enfrentar la tensión entre dos cosas, un enfoque relativista a la censura y el mundo en el que vivimos donde hay un peligro de represión. La tensión puede convertirse en una fuente de inspiración para la investigación en lugar de algo que la socava.
–En mi libro sobre la censura enfatizo que necesitamos comprender la censura, no sólo condenarla. A menudo la censura es una historia que siempre tiene el mismo argumento: represión contra la libertad. La censura de la literatura varía de un sistema a otro. Mi enfoque es antropológico, y la premisa fundamental es qué es lo que hace que funcione un sistema cultural en particular. Y en particular, cómo es que la gente que llevaba a cabo la censura la comprendía. Se puede decir que yo soy relativista en mi enfoque, lo soy de hecho, pero tengo mis propios valores. Al final confieso y digo que como ciudadano estadounidense creo en la Carta de derechos que defiende la libertad de prensa y no tengo una visión relativista sobre eso. Es difícil enfrentar la tensión entre dos cosas, un enfoque relativista a la censura y el mundo en el que vivimos donde hay un peligro de represión. La tensión puede convertirse en una fuente de inspiración para la investigación en lugar de algo que la socava.
–Vendedores ambulantes, contrabandistas, quienes manejaban los depósitos formaban parte de este esquema también. ¿Qué supo de ellos?
–La censura era parte de un sistema completo de escritura, impresión, distribución, venta y lectura de libros. Mi ambición es ver todo esto en forma completa. Estoy investigando sobre el contrabando de libros en el siglo XVIII en Francia. Es muy interesante. El contrabando es mucho más complicado de lo que uno podría pensar. Encontré cartas de contrabandistas donde explicaban toda la logística para hacer llegar libros de la Suiza francesa a Francia. Eran contrabandistas profesionales pero figuraban como aseguradores. Tenían contratos con el editor y garantizaban que iban a llevar los libros desde Suiza, donde la imprenta era libre, a Francia donde estaban los peligros de la policía de los libros. Llevarlos por la frontera a un lugar secreto por un porcentaje del valor de los libros, a menudo un 9%, era lo habitual. Luego contrataban granjeros, agricultores para que portasen los libros en la espalda. Especificaban el peso: 60 libras en la espalda si no nevaba demasiado. Si había mucha tormenta de nieve, 50 libras. En Suecia tomaban una bebida gratis –algo muy importante– y luego cruzaban las montañas. El estado francés tenía una especie de policía de fronteras y si apresaban a estos agricultores con los libros los podían marcar con un hierro caliente con las letras GAL (galera): alguien que iba a estar en la galera por nueve años. Era un castigo muy severo para esta gente. Y el jefe de la banda debía pagar el valor de los libros. Una especie de seguro.
–La censura era parte de un sistema completo de escritura, impresión, distribución, venta y lectura de libros. Mi ambición es ver todo esto en forma completa. Estoy investigando sobre el contrabando de libros en el siglo XVIII en Francia. Es muy interesante. El contrabando es mucho más complicado de lo que uno podría pensar. Encontré cartas de contrabandistas donde explicaban toda la logística para hacer llegar libros de la Suiza francesa a Francia. Eran contrabandistas profesionales pero figuraban como aseguradores. Tenían contratos con el editor y garantizaban que iban a llevar los libros desde Suiza, donde la imprenta era libre, a Francia donde estaban los peligros de la policía de los libros. Llevarlos por la frontera a un lugar secreto por un porcentaje del valor de los libros, a menudo un 9%, era lo habitual. Luego contrataban granjeros, agricultores para que portasen los libros en la espalda. Especificaban el peso: 60 libras en la espalda si no nevaba demasiado. Si había mucha tormenta de nieve, 50 libras. En Suecia tomaban una bebida gratis –algo muy importante– y luego cruzaban las montañas. El estado francés tenía una especie de policía de fronteras y si apresaban a estos agricultores con los libros los podían marcar con un hierro caliente con las letras GAL (galera): alguien que iba a estar en la galera por nueve años. Era un castigo muy severo para esta gente. Y el jefe de la banda debía pagar el valor de los libros. Una especie de seguro.
–¿Cómo encontró el libro de Pelleport citado en su libro El diablo en el agua bendita?
–Me fascinó este escritor oscuro. Encontré un dossier en los archivos de la Bastilla. Pero también me interesaba un grupo de escritores refugiados en Londres que escribieron las calumnias que cito en mi libro. Lo que me fascinó de Pelleport fue que pude aprender mucho sobre su vida y en particular estudiar uno de sus libros llamado Los bohemios . Se publicó en 1790 y sólo cuatro copias de este libro han sobrevivido. Uno está en la biblioteca pública de Nueva York. Era un romance en clave, una ficción en la que cada novela corresponde a una persona real. Pelleport describía este mundo de los escritores de calumnias en Londres y los intentos de la policía por arrestarlos, y todo este círculo de bohemios que preexistía a la bohemia tal como los entendemos hoy, un fenómeno del siglo XIX. Es muy entretenido.
–Me fascinó este escritor oscuro. Encontré un dossier en los archivos de la Bastilla. Pero también me interesaba un grupo de escritores refugiados en Londres que escribieron las calumnias que cito en mi libro. Lo que me fascinó de Pelleport fue que pude aprender mucho sobre su vida y en particular estudiar uno de sus libros llamado Los bohemios . Se publicó en 1790 y sólo cuatro copias de este libro han sobrevivido. Uno está en la biblioteca pública de Nueva York. Era un romance en clave, una ficción en la que cada novela corresponde a una persona real. Pelleport describía este mundo de los escritores de calumnias en Londres y los intentos de la policía por arrestarlos, y todo este círculo de bohemios que preexistía a la bohemia tal como los entendemos hoy, un fenómeno del siglo XIX. Es muy entretenido.
–¿Qué diferencias encuentra entre la Francia del siglo XVIII y esta época en relación a la práctica de la calumnia y la difamación?
–Un ejemplo muy claro, los blogs. En los EE.UU. hay blogs especializados en calumnias. Son similares a las anécdotas del siglo XVIII de la literatura de calumnias. Es casi lo mismo. La información a menudo era fragmentaria, historias breves de una o dos oraciones –como tuits–, se movilizaban muy rápido, de forma oral, eran chismes y esto se convertía en “verdad” en el siglo XVIII. Había especialistas que escribían estos chismes, eran como periodistas que hacían unos diarios manuscritos, se imprimían. Luego los escritores tomaban anécdotas de allí y las ponían en sus novelas. Esas mismas anécdotas se movían de un lado a otro y tenía un concepto muy distinto a cómo lo vemos hoy, es la historia secreta de lo que realmente ocurría en lugares de poder, detrás de escena. Y a la gente le fascinaba. Es una especie de blog anacronista. Para el historiador el anacronismo es el pecado original: tendemos a proyectar en el pasado nuestra comprensión del presente. Yo trato de no ser anacronista sino utilizar similitudes sólo para exponer las diferencias, es un provocación, pero el sentido es que sea gracioso.
–Un ejemplo muy claro, los blogs. En los EE.UU. hay blogs especializados en calumnias. Son similares a las anécdotas del siglo XVIII de la literatura de calumnias. Es casi lo mismo. La información a menudo era fragmentaria, historias breves de una o dos oraciones –como tuits–, se movilizaban muy rápido, de forma oral, eran chismes y esto se convertía en “verdad” en el siglo XVIII. Había especialistas que escribían estos chismes, eran como periodistas que hacían unos diarios manuscritos, se imprimían. Luego los escritores tomaban anécdotas de allí y las ponían en sus novelas. Esas mismas anécdotas se movían de un lado a otro y tenía un concepto muy distinto a cómo lo vemos hoy, es la historia secreta de lo que realmente ocurría en lugares de poder, detrás de escena. Y a la gente le fascinaba. Es una especie de blog anacronista. Para el historiador el anacronismo es el pecado original: tendemos a proyectar en el pasado nuestra comprensión del presente. Yo trato de no ser anacronista sino utilizar similitudes sólo para exponer las diferencias, es un provocación, pero el sentido es que sea gracioso.
–¿La calumnia podía tener consecuencias peligrosas?
–Era muy peligrosa por cierto. Por enunciar una calumnia, un sirviente de Versalles fue prisionero a un convento por 30 años. El castigo podía ser muy duro. En cualquier sistema político hay calumnias, es una especie de ruido que circula por todas partes. A veces este ruido puede ser peligroso, a veces entretenido. En el contexto de 1787-89, la calumnia para los poderosos y los ricos era peligrosa.
–Era muy peligrosa por cierto. Por enunciar una calumnia, un sirviente de Versalles fue prisionero a un convento por 30 años. El castigo podía ser muy duro. En cualquier sistema político hay calumnias, es una especie de ruido que circula por todas partes. A veces este ruido puede ser peligroso, a veces entretenido. En el contexto de 1787-89, la calumnia para los poderosos y los ricos era peligrosa.
–Para alguien que vive por y para los libros, haber usado Internet por primera vez debe haber sido algo importante...
–Me encantaría poder contar una anécdota pero no tengo tal memoria, para serle honesto. Para mí, personalmente es una revolución, Internet ha transformado mi vida pero soy mayor y provengo del mundo de la investigación cuando comencé en los archivos en 1961 en París. Estaba haciendo mi doctorado, mi disertación, uno iba a los archivos con las fichas, leía manuscritos, tomaba notas y las ponía en una caja de zapatos. Para mis estudiantes hoy esto parece algo medieval. Pero no era tan malo porque uno copiaba cosas de los manuscritos. Ahora los estudiantes van y sacan fotos pero no leen porque piensan, “lo voy a leer después cuando vea mis fotos”.
–Me encantaría poder contar una anécdota pero no tengo tal memoria, para serle honesto. Para mí, personalmente es una revolución, Internet ha transformado mi vida pero soy mayor y provengo del mundo de la investigación cuando comencé en los archivos en 1961 en París. Estaba haciendo mi doctorado, mi disertación, uno iba a los archivos con las fichas, leía manuscritos, tomaba notas y las ponía en una caja de zapatos. Para mis estudiantes hoy esto parece algo medieval. Pero no era tan malo porque uno copiaba cosas de los manuscritos. Ahora los estudiantes van y sacan fotos pero no leen porque piensan, “lo voy a leer después cuando vea mis fotos”.
–¿Qué significa para usted su trabajo como director de la biblioteca universitaria más grande del mundo? ¿Cuánto hay de borgeano en esa experiencia?
–Cuando era estudiante, mi primera lengua era el francés, luego el alemán, todos teníamos que estudiar estos idiomas. Me interesaba el italiano pero no hablaba español hasta el año pasado. Me dije: tengo que aprender español. Me lo enseñé a mí mismo y cuando pude tener una habilidad para leer fui a Borges y pasé horas maravillosas leyéndolo. El usa la metáfora de la biblioteca como laberinto. Algunos piensan que tal vez la biblioteca de Harvard sea un laberinto como una torre de Babel, es tan grande..., es infinita. Tenemos 20 millones de volúmenes; hay 73 bibliotecas, algo que mentalmente no se puede comprender. Tenemos una de medicina que es la más grande de EE.UU.; la de literatura china es la más grande fuera de China excepto por la del Congreso. Es un universo y, para mí –como alguien que estudió la historia de los libros–, ser director de esta biblioteca significa haber recibido una responsabilidad imposible pero muy excitante al mismo tiempo.
–Cuando era estudiante, mi primera lengua era el francés, luego el alemán, todos teníamos que estudiar estos idiomas. Me interesaba el italiano pero no hablaba español hasta el año pasado. Me dije: tengo que aprender español. Me lo enseñé a mí mismo y cuando pude tener una habilidad para leer fui a Borges y pasé horas maravillosas leyéndolo. El usa la metáfora de la biblioteca como laberinto. Algunos piensan que tal vez la biblioteca de Harvard sea un laberinto como una torre de Babel, es tan grande..., es infinita. Tenemos 20 millones de volúmenes; hay 73 bibliotecas, algo que mentalmente no se puede comprender. Tenemos una de medicina que es la más grande de EE.UU.; la de literatura china es la más grande fuera de China excepto por la del Congreso. Es un universo y, para mí –como alguien que estudió la historia de los libros–, ser director de esta biblioteca significa haber recibido una responsabilidad imposible pero muy excitante al mismo tiempo.
–¿Cuál ha sido su proyecto con esta biblioteca?
–Abrirla al mundo. Había estado cerrada al mundo exterior, reservada para la pequeña elite de estudiantes y profesores de Harvard, y sentía que debía abrirla y hacerla disponible para todos a través de Internet. Podemos digitalizarla, hacerla disponible a través de un sistema gigantesco que creamos en 2013: la biblioteca pública digital de EE.UU. Tenemos unas 1600 bibliotecas vinculadas y el usuario puede tener un acceso inmediato a cualquier texto, imágenes, filmes, con un click. Ahora tenemos once millones de objetos, textos, lo hemos hecho en tres años y es todo gratis. Se vincula con Europeana, un portal de bibliotecas europeas, y espero que se vincule con bibliotecas argentinas, latinoamericanas. Creo que en 10 años tendremos una biblioteca mundial digital que tendrá disponible el legado de la humanidad para todos los seres humanos. Esto puede sonar algo ingenuo, utópico pero es posible porque tenemos la tecnología, el dinero y la determinación.
–Abrirla al mundo. Había estado cerrada al mundo exterior, reservada para la pequeña elite de estudiantes y profesores de Harvard, y sentía que debía abrirla y hacerla disponible para todos a través de Internet. Podemos digitalizarla, hacerla disponible a través de un sistema gigantesco que creamos en 2013: la biblioteca pública digital de EE.UU. Tenemos unas 1600 bibliotecas vinculadas y el usuario puede tener un acceso inmediato a cualquier texto, imágenes, filmes, con un click. Ahora tenemos once millones de objetos, textos, lo hemos hecho en tres años y es todo gratis. Se vincula con Europeana, un portal de bibliotecas europeas, y espero que se vincule con bibliotecas argentinas, latinoamericanas. Creo que en 10 años tendremos una biblioteca mundial digital que tendrá disponible el legado de la humanidad para todos los seres humanos. Esto puede sonar algo ingenuo, utópico pero es posible porque tenemos la tecnología, el dinero y la determinación.
–Y de esas 73 bibliotecas... ¿cuál es su favorita?
–La de Widener, la grande, en el corazón del campus, es un edificio enorme, tal vez del tamaño del Banco Nación de Buenos Aires pero lleno de libros no de dinero. Tiene 4 millones de volúmenes. Los estudiantes y docentes pueden caminar dentro del edificio, tomar los textos que quieren, a menudo uno busca un libro y luego ve otro al lado y los toma. Es un proceso de algo casual, un lugar muy inspirador, uno de los capítulos de La gran matanza de gatos surgió de modo aleatorio. Yo buscaba un texto y al lado encontré otro libro y así surgió un capítulo. Ahora inventamos el hojear de manera electrónica en tu pantalla. Si uno está interesado en un libro en particular, ve una imagen del lomo y luego, a través de un algoritmo, colocamos otros libros al lado. El usuario puede clickear los lomos y ver el índice, hojear el texto, y esto puede ser borgiano, puede no tener fin: libros que pueden tener que ver con otros y esto puede ser un camino, un método como el de “El sendero de los jardines que se bifurcan”.
–La de Widener, la grande, en el corazón del campus, es un edificio enorme, tal vez del tamaño del Banco Nación de Buenos Aires pero lleno de libros no de dinero. Tiene 4 millones de volúmenes. Los estudiantes y docentes pueden caminar dentro del edificio, tomar los textos que quieren, a menudo uno busca un libro y luego ve otro al lado y los toma. Es un proceso de algo casual, un lugar muy inspirador, uno de los capítulos de La gran matanza de gatos surgió de modo aleatorio. Yo buscaba un texto y al lado encontré otro libro y así surgió un capítulo. Ahora inventamos el hojear de manera electrónica en tu pantalla. Si uno está interesado en un libro en particular, ve una imagen del lomo y luego, a través de un algoritmo, colocamos otros libros al lado. El usuario puede clickear los lomos y ver el índice, hojear el texto, y esto puede ser borgiano, puede no tener fin: libros que pueden tener que ver con otros y esto puede ser un camino, un método como el de “El sendero de los jardines que se bifurcan”.
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