8 de noviembre de 2015

Zenobia Camprubí, la luz de Juan Ramón MÁS NOTICIAS

Rescatan los escritos juveniles de la esposa del poeta, que revelan una gran inteligencia y su infatigable temperamento.

Zenobia Camprubí y Juan Ramón Jiménez, en un retrato de la pareja fechado hacia 1920.
Zenobia Camprubí y Juan Ramón Jiménez, en un retrato de la pareja fechado hacia 1920. / R.C.

 Sacrificada por el aprecio y la difusión de la obra de su marido, no fue sumisa y sí una mujer moderna, una intelectual muy capaz, activa e inquieta.Más que la sombra de Juan Ramón Jiménez, fue su luz. Zenobia Camprubí Aymar (1887-1956), la mujer del gran poeta español, se sacrificó lo indecible para que la obra del Premio Nobel se conociera y difundiera lo más posible, pero no merece pasar a la historia como la enfermera y secretaria del autor de 'La soledad sonora'. Es la tesis de la filóloga Emilia Cortés Ibáñez, editora de los 'Diario de Juventud. Escritos y traducciones' de Zenobia Camprubí que publica la Fundación José Manuel Lara con la ayuda del Centro de Estudios Andaluces.

Zenobia es mucho más que la compañera de fatigas de Juan Ramón Jiménez. Su personalidad es lo suficientemente rica y compleja como para atraer el interés de los estudiosos. Carmen Hernández-Pinzón, sobrina nieta y representante de los herederos del escritor, se afana en desmontar los mitos que rodean la figura de Camprubí. «No era una mujer sumisa», alega Hernández-Pinzón, quien sostiene que fue una mujer «adelantada a su tiempo». Defendió los derechos de la mujer y se movió como pez en el agua en los círculos intelectuales de Nueva York. Pese a que no terminó el bachiller por imposición de sus padres, era una mujer culta, leída e inquieta. Hablaba inglés, francés y alemán, tradujo a Rabindranath Tagore, dio clases en la Universidad de Maryland y en el Pentágono y escribió poemas y cuentos.
Para Emilia Cortés, que firma la introducción del volumen, Zenobia Camprubí era una mujer que se exigía mucho a sí misma, muy disciplinada y dotada de una enorme fuerza de voluntad. A su nombre se expidió uno de los primeros carnés de conducir que se entregaron en España, una anécdota reveladora del temperamento diligente de la escritora y traductora.
Llegó a escribir con fruición y, durante su exilio en Puerto Rico, cuando las reservas económicas del matrimonio se habían agotado por los ingresos hospitalarios de Juan Ramón, Zenobia tuvo que trabajar a destajo traduciendo artículos tediosos para sortear las penurias.
Pese a su vocación literaria, Zenobia fue consciente de que el talento lo acaparaba su marido y se entregó a la tarea de alentar su obra y crear las condiciones para divulgarla lo mejor y más ampliamente posible. Ella misma lo explicaba así: «Al casarme con quien, desde los catorce [años], había encontrado la rica vena de su tesoro individual, me di cuenta, en el acto, de que el verdadero motivo de mi vida había de ser dedicarme a facilitar lo que era ya un hecho y no volví a perder el tiempo en fomentar espejismos».
El libro contiene relatos y poemas inéditos, además de aforismos y conferencias pronunciadas por la escritora. La presencia en las librerías de esta obra coincide con la exposición 'Zenobia Camprubí, en primera persona', que se podrá ver en el Museo de la Autonomía de Andalucía, en Sevilla, donde se mantendrá en cartel hasta enero de 2016.
Es verdad que su vida fue abnegada, al entregarse en cuerpo y alma a hacerle la vida fácil a Juan Ramón, pero lo hizo de modo voluntario. «Le pasaba sus poemas a máquina, le leía a autores ingleses mientras los traducía, supervisaba toda su agenda, sus ediciones», dice Cortés. Para el poeta, con una salud mental tan precaria, encontrar a Camprubí fue un milagro. «Sus defectos principales son el no aceptar casi nunca la responsabilidad de su culpa, por muy insignificante que sea, y la capacidad de dolerse por cosas insignificantes. Además, es muy egoísta, pero a medida que pasan los años, ha hecho un gran esfuerzo por recapacitar cuando se le advierte y procura y logra grandes mejoras», escribió Zenobia.
Para Cortés, investigadora y profesora de la UNED, que ha dedicado quince años de su vida a seguir la pista de Zenobia, los epistolarios de la escritora revelan a una persona voluntariosa, práctica e inteligente. «Y lo siguió siendo al lado del hombre que amó y la amó», dice la estudiosa. No es cierto, dice, que Juan Ramón ahormara los gustos literarios de Camprubí. «Su abuela la animó a que creara su propia biblioteca desde pequeña. Antes de casarse ya había leído mucho. Ella dice que el poeta la ayudó a distinguir lo bueno de lo malo».
Un cáncer minó la salud de la animosa mujer. El poeta no ayudó mucho a la enferma. Sumida en el dolor, Juan Ramón le proponía el suicidio «tres veces al día» como solución a sus males. Zenobia murió el 28 de octubre de 1956, tres días después de que concedieran el Nobel a su marido. El escritor se hundió en un irremisible desánimo. Desprovisto de su guía, de la persona que le desbrozaba el camino de dificultades, el autor de 'Platero y yo', era un hombre desnortado.
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