2 de diciembre de 2015

Cuando la literatura es una terapia

Un trasplante de novela: 

Agustín López-Raya proclama su lema en su perfil de Whatsapp: «Ponte en el lugar del otro antes de decidir».Y desde la primera a la última página de su novela El atardecer sin mí reta al lector, en un viaje de empatía trepidante, a ponerse en el lugar de Agus (su protagonista, su trasunto) y en el de cada uno de sus familiares, amigos y médicos que tienen que buscar una solución a su drama: necesita un riñón donado de un vivo porque se muere y no puede esperar a que le toque el turno de recibir el de un donante muerto. ¿Qué haría uno en su lugar, en sus lugares?
López-Raya se curtió pronto. Cuando acabó la educación primaria en su pueblo, Rus (Jaén), rechazó seguir estudiando y se puso a trabajar de mozo de almacén en la empresa de construcción de su familia, y así fue ascendiendo hasta gerente.Con veinticinco años ya había hecho treinta casas y le conocían como el constructor más joven de la provincia. Entonces le entró, cuenta, el ansia de saber. Dejó la construcción e hizo el examen de ingreso en la universidad para mayores de veinticinco años.
Se licenció en Sevilla en Periodismo y se lanzó como empresario del entonces naciente periodismo digital de mediados de los años 90. Fundó en SevillaElcultural.com, con una plantilla de diez personas, pero en 2001 estalló la burbuja tecnológica y tuvo que cerrar. «Como buen optimista, fue un fracaso muy oportuno» que le obligó a «bajar el ego» y «volver a empezar», escribe en su blog. Trabajó luego de autónomo asesorando en proyectos digitales a la Fundación Cruzcampo, la Junta de Andalucía o Canal Sur Televisión, en cuya plantilla entró después como periodista digital.
Todo iba bien: mujer, hijos, trabajo. Hasta que en 2011 una insuficiencia renal detectada con retraso le redujo la vida «a la mitad», cuenta en una conversación en la plaza Nueva de Sevilla, junto los puestos de la Feria del Libro Antiguo. «No podía ni subir las escaleras». Comenzó entonces la lucha vital que cuenta en su novela. El Agustín de la realidad tenía dos opciones: o resignarse a llevar una vida debilitada enganchado a una máquina de diálisis, aguardando cinco años en la lista de espera para que le trasplantaran el riñón de un donante muerto (las muertes por traumatismos en España han bajado, lo que mengua esta vía de captación de órganos para trasplantes), o encontrar a un donante compatible entre sus allegados, para que le donaran en vida uno de sus riñones.

Los donantes

Aclara que, como novela que es, en su libro inventa escenas y personajes para enriquecer la narración con erotismo y suspense, y que a su alter ego, que lleva sus mismos nombre y apellidos, lo ha pintado como un ser muy ególatra -y él no es así-, una especie de Jekyll y Mister Hyde. Pero el arranque del libro sí coincide con cómo fue el golpe real que sufrió cuando fue a Urgencias y le dieron la noticia.
«El celador me ayudó a bajar de la cama. Empujó mi silla de ruedas hasta la consulta diecisiete. Delante de la puerta noté un sosiego incómodo, esa calma que precede al desamparo. Solo e inmóvil entre paredes blancas intuí el invierno que se cernía sobre mí, con la misma claridad con la que los animales perciben los desastres naturales. (...) [El nefrólogo] Habló con la mirada perdida en la analítica. Levantó la vista de los papeles esquivando mis ojos. Sus manos sobre la mesa hacían un hueco entre las palmas.
-Está usted sin función renal. Tiene riñones para dos años.
-¿Cómo?».
El optimista que es él se derrumbó y entró en una depresión. Empezó a levantarse al iniciar la búsqueda del nuevo riñón. «Diez familiares me ofrecieron uno de los suyos, pero descartaron a ocho por incompatibilidad de la sangre y porque no superaron los dos exámenes psicológicos». Como describe con humorística crudeza el libro, no basta con que el donante se ofrezca: tiene que controlar el miedo, para evitar un fracaso de última hora. «Un tercio de los donantes se echa atrás en la última semana antes de la operación». Al final le trasplantaron un riñón de su hermana Encarna en el hospital Virgen del Rocío de Sevilla. «Ella estuvo tres días en el hospital, y en una semana más ya estaba recuperada. Mi hermana me dice que se levanta todos los días con mucha energía», la calma interior, dice, que da saber que uno ha ayudado a renacer a alguien querido.
Tras los dos años de zozobra, su psicóloga le recomendó que echara fuera, escribiendo, el veneno de tensión acumulado. Y así nació El atardecer si mí, que sacó a la venta en junio como libro electrónico con Iberoamérica Ebooks y, por petición popular, también acaba de editar en papel (ver en su blog,elatardecersinmi.com, los puntos de venta).
Ahora, como pensionista por incapacidad, López-Raya, doctor en Comunicación, dedica su tiempo a las presentaciones de su novela-testimonio, con el que hace campaña junto a médicos y la asociación Alcer de enfermos renales a favor de las donaciones de vivos.
Le salvaron la solidaridad y la medicina. También, subraya, la literatura, la escritura como terapia. «Me ha servido para superar los miedos, darme seguridad y expulsar todo el dolor y sufrimiento acumulados». Ya planea la segunda parte, la vida después del trasplante. «Se llamará El amanecer contigo».
http://www.elmundo.es/
  

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