La Fundación Mapfre revisita su obra con un pie en la tradición y otro en la modernidad.
«Retrato de la condesa Mathieu de Noailles» (1913), de Zuloaga - MUSEO DE BELLAS ARTES DE BILBAO; VEGAP
En 1898 Ignacio Zuloaga pintó en Alcalá de Guadaira «Víspera de la corrida», con el que ganó ese año la primera medalla de la Exposición de Bellas Artes de Barcelona.
Sin embargo, dos años después ese cuadro fue rechazado por el jurado español para la Exposición Universal de París por considerar que perpetuaba una imagen atrasada y estereotipada de España. Finalmente, fue sustituido por «Triste herencia», de Sorolla. Propiedad primero de Santiago Rusiñol, la obra de Zuloaga acabó siendo adquirida por el Estado belga. La España blanca, frente a la España negra. El tópico de Zuloaga como pintor del 98, amén de ser falso, ha pesado como una losa en la visión del artista vasco. Él nunca tuvo el menor interés en abanderar el grupo de Unamuno y compañía, pero acabó siendo víctima del debate sobre la imagen de España. Se le ha tachado de pintor de españoladas, de toreros y manolas con mantilla. Que los pintó. Él mismo hizo sus pinitos como novillero. Pero siempre luchó por ser unartista cosmopolita. Tenía un pie en la tradición y otro en la modernidad.
La Fundación Mapfre trata de desmontar la leyenda negra de Zuloaga, cual Felipe II redivivo, en su nueva exposición, centrada en los años que pasó el pintor de Éibar en el deslumbrante París de la Belle Époque. Allí residió, de manera intermitente, durante 25 años. Llega en 1889 y se instala en el fascinante Montmartre del Lapin Agile y el Moulin de la Galette, aunque al parecer no los frecuentaba demasiado, ni le dio por la absenta, que corría por los cabarets a los que solían acudir sus colegas en busca de musas.
«Víspera de la corrida» (1898), de Zuloaga- MUSEOS REALES DE BELLAS ARTES DE BÉLGICA
Aristocracia artística
Se codea con los españoles de París (Durrio, Casas, Nonell, Rusiñol) y con la aristocracia artística de la época: Toulouse-Lautrec, Gauguin, Degas..., con quienes expone en Le Barc de Bouteille. Fue amigo de Rodin, con quien mantuvo una intensa relación epistolar, y de Émile Bernard. Con ambos intercambió obras, algunas presentes en la muestra. Es el caso de «La avaricia y la lujuria» y el busto de Mahler en yeso que el escultor francés regaló al pintor español, o el lienzo «El alcalde de Torquemada» que éste entregó a Rodin.
Zuloaga acude en la Academie Verniquet a las clases de Henri Gervex, quien le enseña la luz del impresionismo y le presenta a su admirado Degas; y fue alumno de Carrière en la Academie de la Palette. En 1908 Zuloaga se autorretrata como un dandi, con el cuello del abrigo levantado y el fondo simbolista, obra presente en la exposición. Se casó con una aristócrata francesa, Valentine Dethomas. Su suegro era banquero; su cuñado, empresario teatral. Formaba, pues, parte de la élite intelectual parisina.
El paso de Zuloaga por la capital francesa es narrado en la exposición a través de 90 obras (no solo del pintor vasco, sino también de los artistas con los que coincidió en París), cedidas por señeros museos y colecciones privadas. En una galería cuelgan hermosísimos retratos pintados por maestros del género como Boldini, Antonio de la Gándara, Sargent o Jacques-Émile Blanche. De este último está presente su célebre retrato de Proust. También los hay pintados por Zuloaga, como el que hizo, tumbada en un diván, de la condesa Anna de Noailles, todo un personaje en el París de la época. Poeta de origen greco-rumano ligada al simbolismo, se casó con el conde Mathieu de Noailles. Eran célebres las veladas que organizaba en su casa. A doña Rosita Gutiérrez la retrata Zuloaga con un abanico ilustrado por la «Maja desnuda», de Goya. Y dedica a su amigo Huntington un espléndido autorretrato, hoy en la Hispanic Society.
«Celestina» (1906), de Zuloaga- MUSEO REINA SOFÍA
Coleccionista y admirador del Greco
Quizá menos conocida sea la faceta coleccionista de Ignacio Zuloaga, pero con tan solo 20 años compró un Greco. Llegó a atesorar 12 obras de este artista, siendo uno de los artífices del redescubrimiento de la figura del cretense como pintor de culto para la modernidad. Otro fue Maurice Barrès, diputado francés y ensayista (autor de «El Greco o el secreto de Toledo»), al que Zuloaga retrata como si fuera un personaje del Greco en el espléndido cuadro que cierra la muestra, cedido por el Orsay. Cuelgan en las salas de la Fundación Mapfre dos Grecos, dos Goyas y un Zurbarán que pertenecieron a su colección.
Pero, tras su paso por París, Zuloaga vuelve a sus raíces, a la tradición, a España. No necesitó, como Gauguin, viajar hasta la lejana Tahití para encontrarse a sí mismo. Zuloaga regresó a casa. Y pintó su «Celestina», que se mide con la de Picasso (excepcional préstamo del Museo Picasso de París); y sus enanos, o lienzos como «Monje en éxtasis» y «Tipo de Segovia», que se hallan entre lo mejor de su producción. ¿Quién dijo negro? Su leyenda es multicolor.
abc
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