Escenas desde el siglo XVII: Nueva exposición en el Museo del Ejército de Toledo.
El Museo del Ejército, ubicado en el Alcázar de Toledo, acoge la exposición temporal de la colección de 45 cuadros de batallas del abogado Pedro Ramón y Cajal, cuya comisaria es la directora técnica de la institución. La exposición recoge una muestra representativa de pinturas de batallas desde el siglo XVII al siglo XXI y permite visualizar diversos estilos, autores y corrientes que a lo largo de la Historia han escenificado los momentos heroicos, individuales o grupales, terrestres o navales, combates que han permanecido en la retina de sus autores con toda la carga simbólica que estas escenas encierran. Con la exposición se introduce una diversidad iconográfica que complementa la colección estable del muy visitado Museo toledano y también su imagen. Una exposición para todos los públicos, concisa, amable, entretenida y muy didáctica.
El género de batallas cuenta en la historia de la pintura europea y española con insignes precedentes asociados habitualmente a los cuadros históricos del siglo XIX en formatos monumentales, destinados a grandes museos e instituciones públicas. Ya en el Renacimiento italiano Paolo Ucello fue célebre por la pintura de la batalla de Ostia pintada por Romano y el taller de Rafael en una estancia del Vaticano, aunque lo mejor no ha llegado hasta nosotros: la emulación competitiva entre los malogrados murales de batallas de Miguel Ángel y de Leonardo en el Salón de los Quinientos del Palazzo Vecchio de Florencia. Ya en el XVI, Felipe II puso en manos de un grupo de fresquistas italianos la galería de batallas del Monasterio de El Escorial. La batalla de Lepanto fue un tema recurrente de los pintores de finales del siglo, incluidos Tiziano y Veronés. En el Barroco, el género se desarrolla a través de la representación espacial de amplios horizontes y vistas topográficas donde se localizaban las batallas, y en las que los asedios de las ciudades y los cuerpos de ejército se presentan a vista de pájaro y con la sucesión de planos de representación típica de la época.
El programa artístico más notable del momento y posiblemente de toda la historia del arte fue la decoración del Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro, un encargo de Felipe IV a pintores del momento, incluidos Velázquez y Zurbarán. La rehabilitación en curso del Buen Retiro nos permitirá tal vez volver a ver reunidas las obras de aquella iniciativa del Rey-mecenas español. Goya, desde su óptica naturalista más que historicista, pintó y grabó pocas pero memorables escenas de la Guerra de la Independencia.
En el XIX francés, David y Delacroix fueron excelentes pintores de lo bélico, y en el arte español la nómina es extensa: José Madrazo, Casado del Alisal, Rosales, Unceta y otros, aunque ningunos tan brillantes como Gisbert y Fortuny, liberados ya del academicismo. El último cuadro del género, si así puede calificarse, sería el Guernica de Picasso, el gran icono artístico y político del siglo XX.
Un lugar de prestigio
Todo esto lo tenemos para nuestra contemplación en los museos. Poco o nada frecuente resulta, en cambio, la presencia de este tipo de obras en colecciones particulares, en contraste con la tradicional abundancia de naturalezas muertas, bodegones y paisajes, obras domésticas o domesticadas, a fin de cuentas. Frente a esos géneros que se calificaron siempre de menores, las pinturas de Historia ocupan un lugar de prestigio en la clasificación canónica de los géneros pictóricos. No es pintura de adorno o decoración, es pintura narrativa que recrea a su modo -e incluso imagina- escenas bélicas del pasado, reales o legendarias, con toda su carga semántica y simbólica. En muchos casos, el valor documental es incomparable: se trata de guerras, guerrillas, bombardeos, asedios o escaramuzas que sucedieron en un momento dado y han permanecido en la retina de sus autores.
La espléndida colección de batallas de Pedro Ramón y Cajal no proviene del inventario de una vieja herencia, no es obra de la casualidad ni ha sido reunida con una finalidad decorativa ni, menos todavía, especulativa. Está formada a golpe de renuncias y responde al gusto del coleccionista por un género que no está o no estaba de moda -la búsqueda de la rareza, de la "maravilla", que caracterizaba a los grandes coleccionistas- y a su olfato y su acierto en conseguir, poco a poco y a lo largo de muchos años, piezas escogidas de muy diferentes procedencias. Obras con las que hemos tenido el lujo de convivir durante tanto tiempo los profesionales que con él trabajamos. En uno de sus últimos números, la prestigiosa revista de arte Ars Magazine dedicaba un reportaje y un homenaje a este coleccionista y a un conjunto de obras que, además de los cuadros de Historia, comprende una selección rigurosa y ecléctica de obras de arte clásico, moderno y contemporáneo, desde una tabla del taller de Rubens hasta un Tàpies magnífico, pasando por un Degas.
Anónimo: 'Escenas de batalla', tondos italianos, siglo XVII.EXPANSIÓN
La exposición se divide en cuatro grandes bloques: Barroco, Neoclasicismo, siglo XIX y época actual. Vale la pena detenerse en algunas piezas que bien merecen, y más ahora, la calificación de museables. La mejor, para mí, es la Escena de batalla con artillería de Jacques Courtois, llamado Il Borgognone, de la escuela francoitaliana de finales del XVII, artífice consagrado del género. Importante es también la Campaña de Túnez -conocida en su día como el Asedio de Malta- de Acisclo Antonio Palomino, pintor de Carlos II, autor del celebrado tratado de arte Museo Pictórico y Escala Óptica (1724) y representante egregio del último Barroco. Obra suya son los frescos de la Basílica de la Virgen de los Desamparados y los de la Iglesia de los Santos Juanes, así como el programa artístico de San Nicolás, todo ello en Valencia, y el rescatado ciclo pictórico del Monasterio de El Paular.Un lienzo de Juan de Toledo evoca la refriega de 1641 en Barcelona entre las tropas de Felipe IV y las del rey de Francia Luis XIII. Un maravillo boceto de Juan Gálvez, discípulo de Goya, compuesto en 1808, nos describe in situ el final de los sitios de Zaragoza en la Guerra de Independencia. Hay también una sorprendente serie de tondos italianos abocetados que describen en primer plano escaramuzas bélicas y un ramillete excelente de obras del gran pintor valenciano Esteban March.
Una obra reciente
La muestra se cierra con una obra reciente de Augusto Ferrer-Dalmau, La Batalla de Pavía (2017): los arcabuceros españoles enfrentándose a la caballería francesa en 1525. Ferrer-Dalmau, cual Pradilla redivivo en modo hiperrealista, reverdece el viejo género de batallas por lo que no podía faltar en una colección clásica como la de Don Pedro. Aunque no omitiremos que nos gustan más, sea para reflejar conflictos como, por encima de todo, celebrar la paz, la concordia y la magnanimidad, los cuadros sin sangre: la elegancia naturalista de Velázquez en La rendición de Breda y el velo romántico de los pintores del XIX. Me temo que para los terribles conflictos que desde hace unos años el terrorismo provoca al mundo libre resulta más apropiada el reflejo y la respuesta estética del arte de vanguardia en sus versiones más disruptivas. Así nos los propone oportunamente la exposición que estos días se inaugura en el Imperial War Museum de Londres bajo el título Age of Terror: Art Since 9/11.Escenas desde el siglo XVII: Nueva exposición en el Museo del Ejército de Toledo.
El Museo del Ejército, ubicado en el Alcázar de Toledo, acoge la exposición temporal de la colección de 45 cuadros de batallas del abogado Pedro Ramón y Cajal, cuya comisaria es la directora técnica de la institución. La exposición recoge una muestra representativa de pinturas de batallas desde el siglo XVII al siglo XXI y permite visualizar diversos estilos, autores y corrientes que a lo largo de la Historia han escenificado los momentos heroicos, individuales o grupales, terrestres o navales, combates que han permanecido en la retina de sus autores con toda la carga simbólica que estas escenas encierran. Con la exposición se introduce una diversidad iconográfica que complementa la colección estable del muy visitado Museo toledano y también su imagen. Una exposición para todos los públicos, concisa, amable, entretenida y muy didáctica.
El género de batallas cuenta en la historia de la pintura europea y española con insignes precedentes asociados habitualmente a los cuadros históricos del siglo XIX en formatos monumentales, destinados a grandes museos e instituciones públicas. Ya en el Renacimiento italiano Paolo Ucello fue célebre por la pintura de la batalla de Ostia pintada por Romano y el taller de Rafael en una estancia del Vaticano, aunque lo mejor no ha llegado hasta nosotros: la emulación competitiva entre los malogrados murales de batallas de Miguel Ángel y de Leonardo en el Salón de los Quinientos del Palazzo Vecchio de Florencia. Ya en el XVI, Felipe II puso en manos de un grupo de fresquistas italianos la galería de batallas del Monasterio de El Escorial. La batalla de Lepanto fue un tema recurrente de los pintores de finales del siglo, incluidos Tiziano y Veronés. En el Barroco, el género se desarrolla a través de la representación espacial de amplios horizontes y vistas topográficas donde se localizaban las batallas, y en las que los asedios de las ciudades y los cuerpos de ejército se presentan a vista de pájaro y con la sucesión de planos de representación típica de la época.
El programa artístico más notable del momento y posiblemente de toda la historia del arte fue la decoración del Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro, un encargo de Felipe IV a pintores del momento, incluidos Velázquez y Zurbarán. La rehabilitación en curso del Buen Retiro nos permitirá tal vez volver a ver reunidas las obras de aquella iniciativa del Rey-mecenas español. Goya, desde su óptica naturalista más que historicista, pintó y grabó pocas pero memorables escenas de la Guerra de la Independencia.
En el XIX francés, David y Delacroix fueron excelentes pintores de lo bélico, y en el arte español la nómina es extensa: José Madrazo, Casado del Alisal, Rosales, Unceta y otros, aunque ningunos tan brillantes como Gisbert y Fortuny, liberados ya del academicismo. El último cuadro del género, si así puede calificarse, sería el Guernica de Picasso, el gran icono artístico y político del siglo XX.
Un lugar de prestigio
Todo esto lo tenemos para nuestra contemplación en los museos. Poco o nada frecuente resulta, en cambio, la presencia de este tipo de obras en colecciones particulares, en contraste con la tradicional abundancia de naturalezas muertas, bodegones y paisajes, obras domésticas o domesticadas, a fin de cuentas. Frente a esos géneros que se calificaron siempre de menores, las pinturas de Historia ocupan un lugar de prestigio en la clasificación canónica de los géneros pictóricos. No es pintura de adorno o decoración, es pintura narrativa que recrea a su modo -e incluso imagina- escenas bélicas del pasado, reales o legendarias, con toda su carga semántica y simbólica. En muchos casos, el valor documental es incomparable: se trata de guerras, guerrillas, bombardeos, asedios o escaramuzas que sucedieron en un momento dado y han permanecido en la retina de sus autores.
La espléndida colección de batallas de Pedro Ramón y Cajal no proviene del inventario de una vieja herencia, no es obra de la casualidad ni ha sido reunida con una finalidad decorativa ni, menos todavía, especulativa. Está formada a golpe de renuncias y responde al gusto del coleccionista por un género que no está o no estaba de moda -la búsqueda de la rareza, de la "maravilla", que caracterizaba a los grandes coleccionistas- y a su olfato y su acierto en conseguir, poco a poco y a lo largo de muchos años, piezas escogidas de muy diferentes procedencias. Obras con las que hemos tenido el lujo de convivir durante tanto tiempo los profesionales que con él trabajamos. En uno de sus últimos números, la prestigiosa revista de arte Ars Magazine dedicaba un reportaje y un homenaje a este coleccionista y a un conjunto de obras que, además de los cuadros de Historia, comprende una selección rigurosa y ecléctica de obras de arte clásico, moderno y contemporáneo, desde una tabla del taller de Rubens hasta un Tàpies magnífico, pasando por un Degas.
La muestra se cierra con una obra reciente de Augusto Ferrer-Dalmau, La Batalla de Pavía (2017): los arcabuceros españoles enfrentándose a la caballería francesa en 1525. Ferrer-Dalmau, cual Pradilla redivivo en modo hiperrealista, reverdece el viejo género de batallas por lo que no podía faltar en una colección clásica como la de Don Pedro. Aunque no omitiremos que nos gustan más, sea para reflejar conflictos como, por encima de todo, celebrar la paz, la concordia y la magnanimidad, los cuadros sin sangre: la elegancia naturalista de Velázquez en La rendición de Breda y el velo romántico de los pintores del XIX. Me temo que para los terribles conflictos que desde hace unos años el terrorismo provoca al mundo libre resulta más apropiada el reflejo y la respuesta estética del arte de vanguardia en sus versiones más disruptivas. Así nos los propone oportunamente la exposición que estos días se inaugura en el Imperial War Museum de Londres bajo el título Age of Terror: Art Since 9/11.
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