26 de octubre de 2017

COMPAÑERO DEL PAN Y EL VINO

por José López Martínez.

El vino ha sido siempre, desde los primeros amaneceres de la humanidad, compañero inseparable del pan y del ingenio, de los ricos y de los pobres, habitante iluminado en la bodega, despensa fabulosa de ensueños y fabulaciones. Tiene una extraña música el silencio que se produce en el interior de toda mansión del vino, sobre todo en los atardeceres, junto a la boca anchurosa de las tinajas. , en las espaciosas galerías, en la campechanía de los antiguos bodegueros. En toda bodega resplandecen, como agazapados, los soles maduradores del otoño y se perciben los ecos remotos de las coplas mañanera que cantan los viñeros en las llanuras, en las laderas y lomeríos de las regiones de España, por hablar sólo de lo nuestro. Perdura el brillo de las estrellas en las noches de plenilunio y la alborada de un nuevo día cae sobre las cepas y los racimos. El poeta de Valdepeñas, Juan Alcaide, que supo elevar el cercao al rango de tertulia literaria, nos presentaba así a la tinaja conversando con el bebedor:

El mosto es feto de mi vientre y crece.
Nace en los gritos de la espita y quema.
Por tí, tonel minero, se hace gema,
gema de amor que por amor padece.

Termómetro del dedo, en él se mece
y abre un clavel de gozo por su yema.
Copla de mano a boca. Y más; diadema
de la boca a la sien, donde fenece...

Barro hermano de Aldonza, carne mía,
yo brindo en mi Toboso la alegría
de un bárbaro Velázquez, vaso a vaso.

Vente, buen bebedor, queda conmigo:
reclina bien tu sed sobre mi ombligo,
depúrate el volar... y enreda el paso.

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