7 de octubre de 2017

Cultura - Arte: Agua y pólvora:

 Arte que se desvanece en Madrid.

Detalle de «Palimpsesto», de Doris Salcedo- ISABEL PERMUY
Doris Salcedo y Cai Guo-Qiang, dos grandes artistas internacionales, hacen brillantes proyectos específicos para el Prado y el Reina Sofía.
No es habitual ver en España a un artista internacional de renombre hacer un proyecto «site-specific» (específico e in situ) y, mucho menos, a dos. Ayer coincidían en Madrid, en apenas un centenar de metros de distancia, Doris Salcedo y Cai Guo-Qiang. Ambos creadores, tan singulares como cotizados, gozan del respeto de la crítica y la admiración del público. En principio, nada tienen que ver la una con el otro, salvo que son de la misma generación; se llevan solo un año. Ella, colombiana (Bogotá, 1958), gran luchadora por los derechos humanos, denuncia todo tipo de abusos: racial, sexista... Su despegue internacional tuvo lugar en 2007 con «Shibboleth», una intervención en la Sala de Turbinas de la Tate Modern de Londres, que atravesó con una enorme grieta, metáfora de la cicatriz que hoy divide el primer y el tercer mundo. Él, chino (Quanzhou, 1957) y residente en Nueva York. En su currículum destaca que fue director de efectos visuales y especiales en las vistosísimas ceremonias de inauguración y clausura de los Juegos Olímpicos de Pekín en 2008.


Colombia y China son dos países que no se han caracterizado en su historia, precisamente, por el respeto a los derechos humanos y la libertad. El narcotráfico y las FARC han teñido de violencia el primero, mientras que el Gobierno chino ha reprimido con firmeza cualquier intento de disidencia. De eso bien sabe Ai Weiwei. Sin embargo, tanto Doris Salcedo como Cai Guo-Qiang (y eso sí une sus muy dispares carreras) no responden con obras violentas, salvajes, agresivas, feroces... Todo lo contrario, sus trabajos son frágiles, sutiles, poéticos... lo que los hace si cabe más eficaces. Doris Salcedo rinde un hermosísimo y estremecedor homenaje en el Palacio de Cristal del Retiro a los inmigrantes que mueren en el Mediterráneo. Y lo hace con el agua como única arma. Cai Guo-Qiang, por su parte, homenajea en el Salón de Reinos a los grandes maestros del arte español con evanescente pólvora. Agua y pólvora aparecen y se desvanecen ante nuestros ojos.
Doris Salcedo, con uno de sus ayudantes, supervisando el proyecto en el Palacio de Cristal del Retiro- ISABEL PERMUY
Luto y plegaria


Así transcurrió ayer la intensísima mañana artística en el centro de Madrid. 11 horas. Palacio de Cristal del Parque del Retiro. Cita con Doris Salcedo. El Museo Reina Sofía le debía una exposición por haber ganado en 2010 el premio Velázquez. Se ha demorado bastante, pero, vista la complejidad del proyecto, se comprende que haya requerido cinco años de estudio técnico, investigación y ejecución junto a un equipo de treinta personas, entre ingenieros, arquitectos, químicos, informáticos, investigadores... Un proyecto muy complejo técnicamente, pero también costosísimos su producción y su mantenimiento. El Reina Sofía ha aportado más de 100.000 euros y el resto (al parecer, más del doble) lo ha conseguido la artista con patrocinios privados. Tras su exhibición en Madrid, el 40% de la obra se tirará. El 60% restante se aprovechará para la exposición del proyecto en la galería White Cube de Londres.


El acceso al Palacio de Velázquez, convertido en un singular cementerio, se hace a través de una rampa de fibra de coco para eliminar de los zapatos los restos de suciedad acumulados en el parque. Antes de entrar hay que calzarse unos patucos para poder pisar el corindón (un mineral más fuerte que el diamante) que Doris Salcedo ha dispuesto por todo el suelo del palacio. Paseamos entre estas «lápidas» de piedra que lloran: en ellas ha grabado dos centenares de nombres de inmigrantes y refugiados que perdieron sus vidas en el Mediterráneo. La artista trata de burlar las leyes de la naturaleza escribiéndolos con agua. De repente, brotan unas gotas que van llenando, lentamente, las letras que componen esos nombres de personas anónimas. Gracias a la luz que ayer entraba a raudales en el Palacio de Cristal los nombres brillaban con la intensidad que merecen quienes en su día los llevaban con orgullo. Mientras, otros nombres van desapareciendo. Hermosa y lírica metáfora, silenciosa y casi invisible plegaria, sobre la inmigración, «una tragedia de dimensiones épicas».
Detalle de «Palimpsesto», de Doris Salcedo- ISABEL PERMUY
Un contra-monumento


Como decía ayer Manuel Borja-Villel, director del Reina Sofía, los monumentos suelen ser verticales y conmemoran las victorias. En este caso, se trata de un contra-monumento: es horizontal y honra la memoria, el recuerdo de los que no tienen territorio y cuyas vidas desconocemos. «En ocasiones la representación del dolor de las víctimas tiene algo de pornográfico -advierte Borja-Villel-, pues usan la miseria de los demás». ¿Cómo reflejar ese dolor sin usarlo? Doris no lo muestra de manera explícita; «usa solamente sus nombres para crear conmoción, empatía, un espacio afectivo».

Este «Palimpsesto» («manuscrito antiguo que conserva huellas de una escritura anterior borrada artificialmente», según el Diccionario de la RAE) es un homenaje a la ausencia, a lo que no se conoce. Doris Salcedo aborda el duelo tras entrevistarse con las madres que perdieron a sus hijos, lo que marca un llanto inconsolable.

«Soy colombiana y tengo conocimiento de la violencia. Pero el mundo ha cambiado; la violencia se ha generalizado en todo el mundo. Los colombianos no tenemos el copyright de la violencia, no la inventamos», aclara la artista. A Doris Salcedo no le interesa la identidad nacional de los muertos: «Mi obra no es nacionalista, no tiene carácter nacional. Me interesa lo humano. Esta es una ofrenda a aquellos que no tienen nombre, a los que se considera que sobran y por los que nadie hace duelo. Sus muertes son trivializadas, minimizadas. No es el Mediterráneo el causante de sus muertes, sino nuestra indiferencia. Esas muertes nos pesan a todos». Para ella, olvido y mala memoria son lo mismo, porque son intencionados: «Es una ignorancia buscada y cultivada». Por todo ello ha convertido el Palacio de Cristal del Retiro en «un lugar de memoria, de duelo». La exposición puede visitarse en el Palacio de Cristal del Retiro hasta el 1 de abril de 2018 (abierto todos los días. Octubre, de 10 a 19 horas. De noviembre a marzo, de 10 a 18 horas).
Cai Guo-Qiang, con algunas de las obras que está creando en el Salón de Reinos- ISABEL PERMUY
En casa del Rey Planeta


Abandonamos el Parque del Retiro, aún con el corazón en un puño, rumbo al vecino Salón de Reinos. A las 12.30 horas nos espera Cai Guo-Qiang, quien lleva ya unos cuantos días trabajando en el antiguo Museo del Ejército. Un maestro fallero chino, dinamitando el Palacio del Rey Planeta. Esto sí que es kitsch y no las obras inflables de Jeff Koons. Es la primera residencia de artista que organiza el Prado, aunque no el primer creador vivo que expone en la pinacoteca. Ya lo hicieron antes Cy Towmbly, Richard Hamilton, Thomas Struth... A partir del próximo día 25 exhibirá en sus salas 22 obras, 8 de las cuales creará específicamente en este privilegiado taller, que antaño fuera salón central del Palacio del Buen Retiro -residencia de recreo de Felipe IV-, donde colgaban obras señeras de Velázquez como «Las Lanzas».

«Para trabajar aquí tengo que ser lo suficientemente bueno», dice el artista chino, que luce sudadera verde y zapatillas deportivas. Protege sus manos con guantes de plástico, ya que anda manipulando pólvora. Los periodistas hemos cambiado los patucos del Palacio de Cristal por unas mascarillas. Está rodeado de un grupo de estudiantes y jóvenes colaboradores. Sobre el suelo, un lienzo extendido en el que hay dibujados, con pólvora y trozos de cartón, un león con la boca abierta y un sol. Esparcidas junto a él, láminas de cuadros de Rubens, de Zurbarán...
El artista chino, en pleno proceso creativo- ISABEL PERMUY«El alquimista»

Esta obra, que va a crear minutos después ante nuestros privilegiados ojos, se titula «El alquimista». En ella recrea una leyenda clásica en la que un león verde trata de comerse el sol. La traductora china se afanaba en explicarnos el sentido del lienzo (una reacción química, una medicina, el anhelo de vida eterna), pero nos sentimos más perdidos que Bill Murray y Scarlett Johansson en «Lost in Translation». «Busco con esta obra representar cómo los grandes artistas, al igual que los alquimistas, pasan su vida trabajando duramente buscando la espiritualidad», explica el artista.

Cai Guo-Qiang va cogiendo minuciosamente de unos cuencos puñados de pólvora (eso sí, valenciana) que esparce sobre el lienzo. Dispone los cables, protege los dibujos con cartones y coloca sobre el lienzo otro en blanco del mismo tamaño. Coge un encendedor y prende la mecha. Un petardazo ensordecedor y la sala se llena de humo. Retiran el lienzo superior, los restos de pólvora... El artista mira con atención el resultado. ¿Está satisfecho? «Sí, está bien. Parece ligero, poco pesado». El sol tiene rostro y el león ha quedado menos verde de lo debido. Pero no lo retocará. Lo da por terminado. No sabe cuántos kilos de pólvora utilizará en los ocho cuadros que está creando estos días en el Salón de Reinos. El departamento de seguridad establece un máximo de cinco kilos al día.

Estará expuesta a la entrada de la exposición, dando la bienvenida al visitante. A su lado colgará «El espíritu de la pintura», un lienzo de 18 metros que da título a la exposición y que terminará con una explosión el día 23, justo un día antes de la inauguración, ante un selecto auditorio de dos centenares de invitados vips (prensa excluida). Para esta monumental pieza está buscando telas especiales en tiendas de Madrid. Quiere una muy gruesa. Le fascinan los tejidos artesanales. Se fija en la pasamanería de mi camisa. La toca. Le gusta porque es muy española. Temo que acabe siendo pasto de la pólvora. Pero la indulta.
Cai Guo-Qiang contempla la obra que ha resultado tras la explosión- ISABEL PERMUY
Tras los pasos del Greco


Cai Guo-Qiang siente devoción por los artistas del Prado, especialmente por El Greco. En 2009 emprendió con su hija una ruta por los lugares del artista (de Creta a Toledo), buscando su magia y su luz. El primer lienzo creado en el Salón de Reinos es «Día y noche en Toledo». También monumental, se halla, aún sin terminar, a un lado del improvisado taller. Ha conseguido con pólvora los difíciles azules y rosas del Greco. «Pinta un cielo y unas luces imponentes», dice con rendida y confesa admiración. ¿Qué pensaría El Greco si pudiera ver esta obra? «Seguramente que soy magnífico», bromea Cai Guo-Qiang, quien explica que en estas obras establece un diálogo con la Historia del Arte, pero no se basa en pinturas concretas del Prado. ¿También se da ese diálogo con Picasso y el «Guernica»? «Sí, porque es un gran representante de la sensibilidad española».

Sabe que sus obras son el resultado de una energía de la naturaleza y también del azar, del factor sorpresa. «En mi trabajo se da esa contradicción. Necesito controlar mi creación, pero siempre existe el azar. No sé qué va a pasar». Tampoco sabe cuál será el destino final de las ocho pinturas. De momento, él es el propietario, pero no oculta que le encantaría que se quedasen en su amado Prado, «aunque soy consciente de que es un museo clásico».

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